25. Bashiri-Beata.

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—¿Y qué es esa cosa? —dijo un general bigotón señalando al tigre. Lo dudó, pero prosiguió—, reina viuda de Addana.

Beata sonrió agría.

—Bashiri-rusta—se le adelantó un rey de las tribus más supersticiosas—. Es una lágrima lunar, un objeto sagrado del cielo, es el mal para la gente de Birren. Fue muy peligroso lo que hiciste, niña—agachó el cuerpo hacia Beata—Nadie debe montar a esos tigres ni sacarlos de su santuario.

—Ella me eligió a mí.

—¿Cómo? —exigió otro rey, más anciano y gordo—Solo veo a una mujer maldita que hasta habla de haber regresado de la muerte. Yo uniré mi espada al propósito de Erenn Velzar si nos das una respuesta clara.

Sí que Beata recordaba con claridad, cada día, como su tortura y pena personal, como si siguiera allí, viviéndolo. Todos tenían los ojos clavados en ella, juzgándola, o con repudio, que era respuesta al miedo, a la incomprensión, pero sí que había más interés.

—Lo que sea que pasó—susurró Erenn solo para ella—, yo seguiré aquí.

Ella sonrió, inhalando aire y preparándose para hacerle frente otra vez al recuerdo.

—Fui ejecutada el día diez, de la segunda fase lunar del año....

Y el recuerdo la absorbió.

A Beata dos soldados la arrastraban de los brazos, deslizándose así la parte inferior de su cuerpo por la baldosa helada. Estaba malherida por todos los castigos excesivos que le habían dado en las mazmorras. Era la primera vez en mucho tiempo que sentía el calor del sol. Su madre caminaba adelante en pasos apurados, vistiendo tan lujosa.

La moribunda princesa era lo contrario, no podía diferenciar bien el sueño de la realidad, tantos golpes y la sangre perdida la habían desorientado hasta ser incapaz de ponerse en pie, estaba tan sucia que una costra de mugre se había formado en algunas partes de su piel y cabello, el camisón ajustado y roto como única protección dejaba a la vista las cicatrices y el abdomen.

Había aguantado un año entero de encierro y castigo en el palacio de sus padres, como prisionera, así que, su mente se había acostumbrado a ausentarse casi por completo cuando sentía el ataque, el peligro llegando.

—Estúpida—escuchó el eco de su madre, que seguía caminando adelante—, un hijo no me hubiera hecho esto, un varón habría seguido su deber, no sé por qué me arriesgo contigo, debe ser ese repugnante instinto de madre. ¡Te hubiera matado antes para ahorrarnos tanto!

Los portones al frente se abrieron.

—¡Majestad! ¡¿Qué está haciendo?!—escuchó Beata la voz de un anciano mientras entraban a otro recinto.

—¡A un lado, sacerdote! —percibió a su madre empujando al viejo, así los soldados continuaron siguiéndola—¡Pónganla de rodillas!

Los dos hombres armados acomodaron a una Beata temblorosa por la desnutrición de rodillas frente a su madre, que le puso las manos en la cara, abriéndole con los dedos sus parpados hinchados gracias a los golpes, para que la mirase.

Beata medio levantó la comisura de la boca, asqueada de ver casi su rostro en esa víbora infeliz. Ambas eran tan iguales físicamente. Por lo poco que alcanzaba a ver, se hallaban dentro de un gigantesco recinto de techo circular y pintado con varias criaturas y cielos, estaba semi-cubierto, por lo que la luz del día entraba, veía también símbolos y estatuas que solo se usaban en templos sagrados.

—Mírame, maldita sea—Beata volvió la vista a su progenitora, cuyas facciones estaban contraídas de rabia—, esto te lo hiciste tú, y solo estoy salvándote. ¿Sabes lo que Agrimor planea si no lo hago? Ahora quiere un heredero sangre pura que yo ya no puedo darle, uno de sangre enteramente suya. Ciertamente, no me agradas, pero no soy tu enemiga, hija mía, solo eres tonta.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora