8. Calem y la borracha cornuda.

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Nanén no había cambiado mucho.

—¡Siete cofres de oro a quien lleve a la flor de Addana con los soldados del rey Velzar!—escuchó en el mercado mientras compraban comida, telas y ropa. Era un vocero contando a gritos que ella había participado en la muerte de la Reina consorte Zarón. Alaris se quedó viéndolo con el corazón frenético, enferma como nunca.

—Al menos le está sacando provecho a su prometida; siete cofres, por los dioses, Erenn, ¿No que estábamos arruinados?—masculló herida. Calem le puso una mano en el hombro.

—Pero la recompensa solo la dará si te llevan viva, en cambio, él ha puesto más precio a mis extremidades por separado.

—¿Cómo?—caminaban entre la gente.

—Tres cofres si me llevan vivo ante Erenn ¿sí? pero si llevan mis brazos, seis cofres, si llevan mi cabeza, ocho, y si llevan todo mi cuerpo descuartizado—silbó—, sumando el valor de cada parte de mi a la que le ha puesto precio por separado, valgo más descuartizado que vivo.

Alaris tragó saliva por tanta crueldad. Estaba claro que Erenn en su dolor podía ser bestial, pero eso no calmaría la ausencia de Beata en su corazón.

Lo acababa de comprender, tanto por Erenn como por sí misma. 

—A mí ni me nombran—sonrió Navill orgulloso, haciéndose entre ellos con una canasta en las manos—.¡Qué placer el de ser un don nadie!

Se quedaron en una choza prestada por una amiga de Navill.

Al entrar, barrieron, sacaron a las ratas entre Alaris y el soldado mientras Calem se mantenía parado sobre una silla porque les tenía mucho asco. Acomodaron todo para terminar preparando guisado de ternera. Nav parecía menos reacio hacia la presencia del bastardo, tal vez por haberle salvado la vida de unos ladrones antes de llegar a Nanén.

Fue la primera vez que conversaron los tres sin terminar discutiendo.

Tras siete días, ella intentó hacerles levantar sus cosas para irse a la ciudad capital, pero ninguno parecía muy dispuesto, más porque Calem había escuchado que la entrada estaba infestada de soldados enviados por Erenn. Debían esperar a que las cosas se calmaran, para su desgracia.

❃❃❃❃❃

Al día siguiente, Alaris se levantó con el sol para preparar algo de comer. Le dio un puntapié a Nav, que estaba tirado al lado de la estufa de leña, sobre un charco de su vomito. 

—¡No voy a limpiar esto!—pasó sobre él para sentarse en la destartalada silla de la única mesa del lugar, cogiendo una manzana y un cuchillo para rebanarla.

Navill se retorció gimiendo.

—Qué mala eres conmigo.

Al ratito llegó Calem. Tras servirse un vaso de agua, se sentó frente a ella, no parecía sorprendido por ver a Navill en ese estado.

—Espero no tener que pasar por otra ciudad que prepare buen licor—dijo mirando el charco de desperdicio.

—No habrá, la capital de Cal es diferente—suspiró ella con amargura—lo sabes, estuviste allí cuando Beata...

—Oh, sí, u-ustedes dos se conocen de antes, ¿Cómo?—gimió Nav sentándose en el suelo y poniendo la espalda contra la pared, hecho polvo, mirando el vómito en su ropa como si no recordara en qué momento lo expulsó.

Realmente Alaris conocía a Calem de mucho tiempo atrás; cuando era una niña fregando pisos y él pasaba por su lado ensimismado y cabizbajo, en los pasillos del palacio. Nunca imaginó que llegaría a estar tan íntimamente con ese principito de melena afeminada al que no podía mirar siendo sirvienta, mucho menos, que la llamarían hermana de una mujer de la realeza.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora