Acto 1: Entra en escena la familia Hispana

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-Pero papá- replicaron sus cuatro hijos mayores al mismo tiempo

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-Pero papá- replicaron sus cuatro hijos mayores al mismo tiempo.

-Ni pero papá ni pero pepe- los calló el español.

-Ya tenía planeado mi verano- chilló México, haciendo mover su cola de cascabel en un tono amenazante.

-¿Si? Estoy más que seguro que ustedes iban a pasársela encerrados en sus cuartos jugando videojuegos, montón de gilipollas- rebatió España, sin importarle la molestia de su hijo.

-Me duele que pienses así de tus hijos- Chile se hizo el ofendido.

-¿Por quién nos tomas? No somos tan flojos- argumento Argentina.

-¡Si! No íbamos a estar todo el día, también la noche- afirmó animado Perú. Sus tres hermanos le dieron un zape.

-¡Callaté boludo!

-Miren, no me importa, ya están mayorcitos para esos juegos. Les cogí - los cuatro adolescentes se aguantaron la risa- trabajos de medio tiempo en el centro comercial. Será bueno para ustedes, aprenderán de responsabilidad, disciplina, organización...

-Es decir, de todo lo que tu fallaste en enseñarnos- lo interrumpió México con burla.

El silencio se apoderó de la sala. Perú, Chile y Argentina dieron un paso atrás, abandonando a su hermano a las consecuencias.

"Chale, ya la cague ¿verdad?" pensó con miedo el mexicanito.

-Hijo de...- España no terminó su insulto, sino que dejo que su cinturón hablará por él.

Después de la paliza, sentó en la sala a los cuatro hijos mayores, bueno, México se quedó parado, pues sus nachas estaban hinchadas y fuera de servicio, y los obligó a escoger el trabajo al que se dedicarían en el verano. Para hacerlo justo, escribieron las opciones en cuatro piezas de papel, cerraron los ojos y escogieron al azar. Sin importar que les toco, los hermanos lanzaron un suspiro resignado.

Al leer sus papeles, los cuatro se sintieron con la soga al cuello, que Dios estaba muerto y, sobre todo, que este sería el peor verano de sus vidas.

A la mañana siguiente, España llamó a desayunar sus cuatro razones de vivir y de querer morir, al mismo tiempo, es decir, sus hijos. Al menos sus niñas, Uruguay, Paraguay y Bolivia eran mejor portadas que los pelmazos mayores.

El primero en bajar fue México, que tenía su negro cabello revuelto y unas increíbles ojeras en su rostro. Estaba tan cansado que parecía caminar dormido.

Luego le siguió el siempre alegre Perú, con su sonrisa pura y sus mejillas sonrojadas. Como siempre, el menor ocultaba sus orejitas de alpaca bajo su gorrito.

Por último, bajaron sus gemelos, que, como siempre, se peleaban apenas iniciando la mañana. Argentina sujetaba la cola reptiliana de su hermano mientras este enterraba sus manos en su cabeza. 

El padre soltero de cuatro bestias que disque se llamaban hijos suyos y de tres princesas encantadoras decidió no intervenir en la pelea, pues era eso o dejar que se le quemarán los huevos.

-Hijos míos- habló España con voz fastidiada. Los chicos se callaron y le prestaron su atención, las hermanitas los miraban con burla y curiosidad- En serio espero que no me avergüencen frente a sus jefes, no saben lo que me costo asegurarles un empleo. Si escucho una queja, un reclamo o algún comentario de que no se están portando como personas decentes juro que me van a conocer.

-En pocas palabras...- inicio Argentina, tragando con dificultad ante la mirada intimidante de su padre.

-Si la cagan, los cago- soltó amenazante el español. Las niñas rieron y los chicos asintieron con miedo.

El viaje al centro comercial fue rápido, demasiado para los chicos, que se sentían como condenados rumbo a la ejecución. La única ventaja que veían era que, por lo menos, trabajarían en el mismo lugar.

España expulso a sus hijos del vehículo, los bendijo a la par que los amenazaba y se alejó rápidamente, rezándole a Dios porque cuidara a sus críos. Los cuatro intercambiaron miradas nerviosas, pero ya estaban ahí, así que no les quedaba otra opción que entrar al edificio y enfrentar sus destinos.  

Nuestro veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora