Acto 20, parte 1: Celos

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Hoy era otro hermoso día de trabajo para el venado

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Hoy era otro hermoso día de trabajo para el venado. Nótese el sarcasmo.

¿Acaso no podía ser su vida como en los viejos tiempos? Tenía unas ganas locas de pastar y no hacer nada.

Pero noooo, algún loco se le ocurrió protestar para tener los mismos derechos que los humanos, y no pensó que, al hacerlo, también tendrían las obligaciones.

¡Lo que daría por ser la mascota de alguna familia ricachona!

Otro viernes más en el laburo y el argentino tenía muchas ganas de embestir los maniquíes.

Tal vez su mañana no hubiese iniciado tan mal si al estúpido de México no se lo hubiese ocurrido meter su ropa en la lavadora al mismo tiempo que la suya. En pocas palabras, ahora tenía que usar calzones arcoíris por el mal cagado hidrocefálico de su hermano.

Por supuesto que nadie los iba a ver, pero el venado solo buscaba culpables de su mal humor.

-Good morning- saludó una voz que provocaron que sus ganas asesinas se disiparan y fueran remplazadas por algo peor: huir.

Inglaterra entró en la tienda con ya los frecuentes cafés, entregando un vaso a cada empleado.

Argentina se hizo el desatendido y se fue a acomodar los sacos en un perchero, para luego ir a las corbatas y después al mostrador. Inglaterra caminaba por los pantalones y los zapatos, a aparentando revisar que todo estuviese en orden.

Irlanda del Norte, Gales y Escocia miraron la extraña danza de los dos, el como se evitaban mutuamente, mientras sorbían el café y tenían las cejas bien levantadas, atentos.

Inglaterra apretó un puño y respiro hondo, él era el jefe, por tanto, su deber era mantener un ambiente de sana cordialidad... tan sana como podía ser el saludar al empleado con el que te besuqueaste en los probadores.

Argentina gruñó por lo bajo, por Dios, ¿cómo es que un humano podía hacerle sentir incomodo? Él era un alfa y los alfas no huyen con la cola entre las patas. Quisiera admitirlo o no, toda esta situación de cagada se había dado por sus instintos y debía afrontar las cosas de frente.

Por primera vez en su vida, el argentino sentía que debía ofrecer una disculpa.

El odioso inglés tal vez estaba asustado de él...Espera, si lo asustaba lo suficiente, ¿quizás al fin lo despediría? Podría librarse de la esclavitud. Sonaba a un buen plan.

Pero su boca le sabía amarga y dos incógnitas aparecieron en su cabeza: ¿Sería posible asustar a Inglaterra? y ¿en serio quería que le tuviera miedo? 

Es decir, el tipo parecía tener mucho control sobre sus emociones, era inteligente y tan correcto con sus modales que parecía un robot. Cuando hablaba tenía ese tonito tan propio de la gente concheta, de ese tipo de clase social que jamás ha viajado en una combi con olor a emparedado de huevo, atún y sudor.

Nuestro veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora