Acto 18, parte 3: Estrés

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Todo iba de mal en peor

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Todo iba de mal en peor. Creyendo en la vieja usanza, se había vestido con su mejor traje y visitado varias fabricas y almacenes, con CV en mano, esperando que presentarse así resaltara su intención de formalidad, disponibilidad e iniciativa, pero más pareciera una imposición incómoda para cada departamento de RH al que llegaba sin avisar.

"Lo siento, no tenemos posiciones disponibles" o "Si quiere déjeme su CV y si tenemos algo, lo llamamos" eran las frases más comunes.

Se estaba preocupando. Nunca pensó que pasaría más de tres días sin empleo y ahora que iba hacía las dos semanas, se desesperaba.

¡Ojalá fuera como antes! Y no, no se refería a la época de su abuelo, donde bastaba para una semibestia ser la "mascota" de algún humano ricachón. Sino al lejano tiempo en el que era posible estar con una manada y salir a cazar para proveer a su familia. Pero la modernidad exigía necesidades diferentes: agua, luz, impuestos, gasolina, internet y un largo etcétera.

¡Estúpida modernidad! Bien podría andar en taparrabos y corriendo detrás de una vaca si con eso alimentaba a sus hijos... o la mitad de ellos. Perú, Argentina, Uruguay y Bolivia tendrían que conformarse con comer pasto.

¿Quién le mandaba tener una familia tan variada? Desventajas de ser una quimera.

Llegó a casa a medio día, derrotado, y se dirigió veloz al refrigerador, apartando unos botes de yogurt para descubrir que ya no tenía más cervezas y que toda la leche había desaparecido.

Tuvo que contentarse con un jugo frio de arándanos y, antes de darse cuenta, ya estaba sentado en el escritorio de sus hijos mayores, encendiendo la computadora.

Mientras cargaba la cosa morada y el jueguito de los cubos, no pudo evitar mirar con nostalgia la habitación.

Cuando Nuevo Mundo y él compraron la casa, estaban emocionados por iniciar su vida como jóvenes enamorados en espera de su primera camada. El romance que tuvieron fue rápido y accidentado, pues España conoció a la omega por un mes antes de preñarla y desposarla.

Ella era una omega hermosa, despampanante, una quimera de amplias alas de cóndor y  serpiente. Sus ojos eran marrones claros y su cabello negro como la noche. 

Fue un encuentro donde se sumaron una fiesta con alcohol, las feromonas del celo y un condón roto, pero eso no impidió que ambos se hicieran responsables de sus cachorros.

Soltó un bufido, recordando como le entregaron un canasto con Chile y Argentina, más pequeños que su antebrazo, envueltos en mantas. Eran tan chiquitos, pequeñas bolitas de carne, pelo y escamas, usaban sus puñitos y piernas regordetas para mantener al otro a raya. Incluso desde recién nacidos no toleraban compartir.

Luego llegó México, fue el más complicado, pues nació con la cola enrollada al cuello y siempre lloraba, todas las noches. Cuando descubrieron que la música lo ponía a dormir, dejaban la radio encendida toda la noche y, por fin, ellos podían descansar. Su pequeño Perú fue rápido, como si Nuevo Mundo ya tuviese práctica en eso de dar a luz. Aunque fuera difícil de creer, ese niño nació más pesado que los demás, y mírenlo ahora, el más delgadito de la familia.

Nuestro veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora