Acto 21, parte 1: Nada sale bien

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El hombre bestia quimera toro león papito, papacito y papucho manjar para la vista y caricia para el corazón, es decir, España, estaba sentado frente a la computadora de sus hijos, que, más de ser de ellos, prácticamente se había vuelto suya

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El hombre bestia quimera toro león papito, papacito y papucho manjar para la vista y caricia para el corazón, es decir, España, estaba sentado frente a la computadora de sus hijos, que, más de ser de ellos, prácticamente se había vuelto suya. ¿Cómo la había llamado? Ah si, era la "herramienta creadora de descerebrados y flojos babosos".

Sin nada mejor que hacer, había tomado la máquina para bajar a la sala y jugar un ratito... Un ratito que se alargó por tres horas y que cuando terminó, se sintió morir de vergüenza. ¿Quién era él sino el padre que se quejaba de ver a sus cachorros pegados a esa cosa? Se había convertido en lo que juro destruir.

Su momento de diversión termino porque de pronto la pantalla se puso completamente negra.

Suspiró derrotado. Encima, aún no les había dicho nada a sus hijos del supuesto "virus de los mensajitos", hasta cierto punto le divertían y hacían sentir acompañado, pero tampoco se iba a negar que muy en el fondo tenía miedo a la reacción que tendrían Chile y Argentina al enterarse de que había infectado su portátil y, encima, que ya no funcionaba.

Si se enteraban, se desquitarían de la peor manera... cuando querían, podían ser muy creativos.

¿Y si fingía que les habían robado? Podría enterrar esa cosa en el árbol de la acera, nadie se daría cuenta.

Entonces se fijó en el reflejo de la pantalla negra y su depresión aumento. Tenía una insipiente barba porque había dejado de afeitarse, usaba una camisa verde aguada del cuello y con manchas sospechosas, oh Dios, ¿acaso era un moco lo que llevaba en el cabello?

¿Si quiera tendría dinero para comprarles una nueva portátil?

Se cubrió la cara con las manos y soltó un largo suspiro. Jamás pensó que volvería a vivir un día tan angustioso como cuando su exmujer se largó de sus vidas.

No, no podía seguir así, vivir a expensas de sus hijos era su plan de jubilado, no de ahora.

En lugar de tomar la pala para enterrar su nuevo vicio, se levantó y subió para darse un baño, acicalar su cabello, cambiar sus ropas y domar su pelirroja melena en una coleta.

Entre quedarse en casa para lamentarse de lo patético que era o tragarse su orgullo y hacer algo por su familia, prefería lo segundo.

Había un lugar, uno entre varios, que aún no había intentado y ese era el centro comercial donde sus hijos ya laboraban. Arrugó la cara, pues sentía que estaba entrando en su territorio, violando su privacidad, pero la realidad es que se estaba quedando sin opciones.

Con varias copias de solicitudes bajo un brazo y las llaves del auto, salió de la casa con la vaga esperanza de tener suerte.

Mientras manejaba, esperaba que el universo le lanzara cualquier excusa para no llegar, en serio que sí, como que un edificio se derrumbara, un niño se le atravesara o mínimo, una luz roja, pero no sucedió nada de eso y continúo manejando sin incidentes.

Nuestro veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora