Acto 6, parte 2: Jefes, niños y ¿fantasmas?

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La serpiente miraba a la nada, completamente perdido en sus pensamientos, esperando que pasarán las largas horas silenciosas y regresar a su casa

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La serpiente miraba a la nada, completamente perdido en sus pensamientos, esperando que pasarán las largas horas silenciosas y regresar a su casa. De vez en cuando revisaba la computadora, para atender los pedidos constantes y actualizar la información de las existencias.

Ya no le sorprendía que los artículos se vendieran mejor en linea que dentro de la tienda, pero si le era extraño pasar horas completas y que ninguna persona entrará al local.

Bueno, no perdería energía mental pensando en eso, así que salió del mostrador, llegó hasta la sección de libros y tomo uno al azar. Pese a su apariencia de adolescente metalero de bajo presupuesto, Chile era un lector ávido, le encantaban las novelas de fantasía y misterio, pero, siempre que la narración fuera interesante, no despreciaría libro alguno que cayera en sus manos.

Mientras leía las primeras páginas de lo que parecía una novela de terror, sonidos de pelea llamaron su atención. Por el cristal de su ventana logró ver a un pequeño niño de lentes y orejas de perro ser empujado por otros niños humanos más grandes.

El niño intento defenderse, pero el grupito le impedía levantarse y se burlaban de él.

-¡Ay pobre perrito! ¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar!

-¿Por qué no ladras? ¡A ver ladra!-

Alemania trataba de defenderse, pero el que jalaran su cola no ayudaba mucho para levantarse del suelo.

-¡Hey!- Chile salió al recate del menor- ¡Déjenlo en paz!

Solo basto su gruesa voz y apariencia de malandro para asustar a los malhechores. Los niños salieran corriendo más rápido que un gato asustado.

-Hijos del mal- el chileno lo miró alejarse, más rápido puso su atención en el menor- Alemania, ¿estas bien?

-No necesitaba tu ayuda- el niño se levanto tratando de aguantar el llanto y un ceño fruncido- Lo tenía todo controlado.

Chile levantó una ceja, pues la apariencia golpeada y sucia del niño gritaba todo lo contrario.

-Ajá- decidió no decir más y seguirle el juego al pequeño alemán. Lo ayudo a recoger sus cosas y guardarlas en su mochilita antes de entrar a la tienda.

-¿Y tu mamá?- se animó a preguntar el chileno.

-Llegará más tarde- musito el cachorro mientras se dejaba caer en una mesa. Le dolía el cuerpo, pero aún más su orgullo porque alguien lo viera así. Su abuelo no pagaba clases de karate como para que no pudiera defenderse, pero siempre que se trataba de una pelea, olvidaba todo lo aprendido y se paralizaba.

El chileno pareció ignorarlo y lo agradeció, no quería hablar con nadie mientras se hundía en su propia miseria.

Pasaron unos momentos en completo silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos, pero cierto latino serpentín no podía soportar más ver al chico tan decaído. Le recordaba a sus hermanitos cuando eran más pequeños y unos chillones... y eso lo hacía querer gastarle una mala broma, pero recordó que era el hijo de su terrorífica jefe y se le pasaron las ganas.

-Oye, niño, ¿quieres una paleta?- genial, ahora sonaba como un pedófilo. Aún así, saco de su bolsillo una paleta de fresa, de esas que compras en una maquina de dulces.

-Ja, como si quisiera una paleta barata- musito el cachorro, cruzándose de brazos y lanzando una mirada desdeñosa al dulce. Chile tuvo el impulso de golpearlo, pero noto que la colita del alemán se movía de lado a lado, con emoción.

-¡Oh! Entiendo, bueno, supongo que me la quedaré- las orejitas del cachorro bajaron con pena- a no ser que realmente la quieras- las orejitas y cola volvieron a animarse.

-Obvio que no- respondió el alemán. Chile soltó una risita.

- La dejaré aquí, por si cambias de opinión ¿de acuerdo? Y si todavía no la quieres, me la comeré.

-Haz lo que quieras, que no me importa- Alemania se volvió justo a tiempo para ver una sonrisa ladina en el rostro del lagarto, gesto que lo hizo sonrojar y desviar nuevamente la mirada cruzando sus brazos.

Un sonrojo molesto se apodero de sus mejillas, pues odiaba que se burlarán de él.

Una vez Chile se ocupó viendo la pantalla de la computadora, Alemania corrió al mostrador y tomó el dulce, pues eran de sus favoritos.

Avergonzado, salió corriendo del lugar, sin dejar de agitar feliz su colita.

-A quién le importa lo que yo haga- México cantaba bajito con sus audífonos puestos, mientras barría con las mismas ganas de una vaca gorda por saltar un cerco, cuando noto algo en la periferia que lo hizo estremecer

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-A quién le importa lo que yo haga- México cantaba bajito con sus audífonos puestos, mientras barría con las mismas ganas de una vaca gorda por saltar un cerco, cuando noto algo en la periferia que lo hizo estremecer. Desde hacía tiempo tenía la sensación de que alguien lo observaba muy detenidamente.

En su delirio, creyó que por fin había captado la atención de un ricachón, pero no quería voltear porque que oso que se viera tan desesperado. Sin embargo, esa sensación cambio al percatarse de que su supuesto galán no se acercaba y solo lo miraba. Empezaba a impacientarse, así que movió sus ojitos con el disimulo suficiente para ver sobre su hombro.

El mexicanito tenía buena vista, gracias a sus rasgos de águila, pero no era nada bonito notar con el rabillo del ojo una figura pequeña, oculta y negra mirándolo desde una esquina.

"Ay virgencita, ya se me apareció el chamuco" pensó aferrándose a su escoba y cerrando los ojos. Lo último que quería era lidiar con un espíritu mal intencionado y chocarrero. "Padre nuestro, que estas en el cielo, chinga la madre del pinche espíritu pendejo, Amén" rezó, esperando que lo que fuera que lo observara se desvaneciera. Después de un rato se armó de valor, abrió sus ojos y giro su cabeza despacio.

La figura ya no estaba. Suspiro aliviado, incluso soltó una risita nerviosa. Era todo un gallina ante las situaciones de miedo. Un poco más tranquilo, regreso su mirada al frente solo para toparse con algo peor que un fantasma: un niño.

-¡AAAAHHHH!- México retrocedió- ¡Pinche chamaco! Me espantas, estúpida.

El mexicano se llevo su mano al pecho, con un gesto amanerado y haciendo un puchero con los labios. El niño no reaccionó, simplemente se le quedo viendo con unos ojos grises carentes de brillo y una cara neutra que le daba muy mala espina al mexicano.

-Espera, si tu estas aquí, ¿Quién estaba allá?- giro la cabeza a la esquina oscura sin ver nada, temblando, regreso su cabeza muy lentamente para mirar al niño que... tampoco estaba.

-Ay su chingada madre, Nicaraguaaaaa- chilló México, aferrándose a su escoba y volando como si el mismo diablo estuviera tras de él, ignorando las risitas infantiles a su espalda.

-¡Rusia!- Un hombre oso, alto y de corte militar, llamo a gritos a su hijo quien estaba escondido tras una maceta. El chico se giró, mostrando una sonrisa burlona- Deja de jugar y ayúdame en el gimnasio.

El niño se asomó de su escondite, comprobando que no había testigos de su broma, y corrió hacía su padre.

La sonrisa maquiavélica del niño le advertía que habría gastado una broma a algún desafortunado. Últimamente se las daba por esconderse en las esquinas y asustar a las personas.

URSS esperaba que tenerlo trabajando con él en el gimnasio se le quitarán esos malos hábitos.

Nuestro veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora