Capítulo 6.

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Capítulo 6

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Capítulo 6.

El vehículo donde estábamos se había desplazado violentamente hacia un lado y el humo de la explosión nublaba mi vista. Suponía que mi madre y Arnold estaban igual que yo y no veían bien. A pesar de que teníamos puesto los trajes protectores, tosíamos sin parar. El shock que yo experimentaba era tan grande, que ni siquiera había escuchado que mi madre no dejaba de llamarme una y otra vez.

—Aly, ¿me oyes? —la voz de mi mamá se escuchaba como un eco a lo lejos, a pesar de que estaba a mi lado agitando mi cuerpo con suavidad—. Aly, respóndeme —ella comenzó a sacudir los cristales que se encontraban sobre mí.

Algunos pedazos habían quedado incrustados sobre el traje protector, pero, por suerte, ninguno me había perforado. Cuando caí en la cuenta de que debía salir del shock y moverme para salir de donde estábamos, miré a mi madre para comprobar si estaba bien.

—Mamá, ¿te encuentras bien? —la examiné con desespero.

—Sí, sí —me dijo rápidamente y ambas miramos a Arnold, quien recomponía su compostura y sacudía su cuerpo de los pedazos de cristales que también habían caído sobre su cuerpo gracias a la presión de la explosión—. Vámonos, tenemos que salir de aquí —nos exhortó bastante asustada.

Cuando intenté salir por mi lado, sujeté la manija de la puerta posterior y me di cuenta de que se había quedado atascada.

—Se quedó atorada —agité la manija un par de veces más.

—No se preocupen  —respondió Arnold al patear la puerta del conductor para salir del vehículo—. Las sacaré de ahí cuando rodeó el carro, nos sacó por la ventanilla poco a poco, ya que la puerta del lado de mi madre también se había quedado atascada.

Al lograr ponernos en pie para mirar a nuestro alrededor, nos dimos cuenta de que el ambiente parecía una escena de terror. Era como si estuviésemos viviendo el apocalipsis en persona.

—Tenemos que irnos —mi madre sujetó mi mano y comenzamos a correr en sentido contrario, siguiendo a Arnold.

—Espera, espera —me detuve y volví hasta el carro—. Tenemos que intentar sacar nuestras pertenencias —no podía dejar nuestras cosas aunque quisiera.

Era lo único que teníamos en un país extranjero y en el interior había cosas de mucho valor. Además, también estaban mis notas importantes sobre el virus. Por alguna razón, presentía que me ayudarían en cualquier momento. Desde que había comenzado el internado, había escrito en la libreta por mucho tiempo, estudiando el virus por si una situación como la que vivía se presentaba.

—Ahora sí, ya vámonos de una vez —nos exhortó mi madre cuando Arnold nos ayudó a sacar nuestras pertenencias.

«Honestamente, mi padre, Adrián o su padre tendrían que pagarle muy bien después de lo que sucedía». Fue lo que pensé con cierto sarcasmo en medio del caos.

Cuando corrimos y corrimos sin parar y sin mirar atrás, entre la estampida de personas que también corrían, nos detuvimos por un momento cuando me percaté de que mi madre había parado en seco. Estaba agitada y por alguna razón sujetaba la tela de su traje protector bajo uno de sus senos.

—Mamá, ¿te sientes bien? —me preocupé al instante y la miré a los ojos a través del plástico de la mascarilla que cubría nuestros rostros.

—Sí, estoy bien —me dijo con seguridad—. Continuemos, debemos resguardarnos en un lugar seguro.

—Conozco otra ruta —nos dijo Arnold cuando también se detuvo para esperar que mi madre recuperara el aliento—. Nos tomará un poco de tiempo, pero es seguro.

Cuando Arnold nos dijo que conocía otra ruta y que era seguro aunque nos tardaríamos un poco más, asentimos y lo seguimos. La verdad era que me sentía un poco agotada, pero la situación había activado todas las alarmas en mi sistema y sentía que no tenía tiempo para estar cansada. Sea como sea, teníamos que llegar al hotel.

🔹

Después de correr lo más lejos que pudimos, Arnold nos guió por una calle que se encontraba más vacía y menos transitable. Mi madre estaba muy agitada y cansada, pero no parecía querer detenerse.

—En veinte minutos ya estaremos en el hotel —mientras continuábamos avanzando, Arnold nos informó que pronto llegaríamos al hotel donde se encontraba mi padre y el doctor Andrés Wayne.

—Ya pronto llegaremos, mamá —sonreí con cierto desespero al querer tirar de su mano para darle más ánimo de continuar, pero ella se quedó en pie, como si algo la estuviese afectando—. Mamá, ¿qué pasa?

—Na-Nada, hija. Sigamos, por favor —de repente, ella se desplomó sobre el suelo, cayendo de rodillas.

—Mamá, ¿qué te sucede? —me arrodillé junto a ella y cuando me di cuenta que una de sus manos continuaba ocupada presionando el traje protector bajo uno de sus senos, engrandecí los ojos al ver lo que le ocurría—. Oh, por Dios —tragué saliva—. Tranquila, ¿sí? No te preocupes, mamita. Estarás bien, te lo prometo —le dije desesperada y con la voz temblorosa al ver que un pedazo grande de cristal se había incrustado profundamente bajo la piel de su pecho.

—¡Mierda! —Arnold sacó su teléfono—. Llamaré a una ambulancia. Hay un hospital muy cerca de aquí.

—¡Mamá, no! —mis manos temblaron cuando ella terminó de quebrarse por completo en mis brazos—. ¡No me dejes! ¡No cierres los ojos, mamá! ¡Quédate conmigo, por favor!

Aunque ella hacía el esfuerzo por mantener los ojos abiertos, se quedó mirándome fijamente, elevó su mano hasta tocar mi mejilla, acariciando mi piel, mientras que yo mantenía su cabeza apoyada sobre mi muslo y su cuerpo descansaba sobre el cemento.

—Quédate conmigo, hermosa —una lágrima rodó sobre mi mejilla cuando acaricié su rostro y su mano cayó a un lado al cerrar los ojos por completo.

Allí estábamos, vulnerables, heridas, cansadas y asustadas, tiradas en una acera de un país extranjero que no conocíamos de nada.

MCP | La Cura ©️ (¡Completa!) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora