Capítulo 21.

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Capítulo 21

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Capítulo 21.

(Adrián).

La mayoría de las personas se encontraban en sus respectivas habitaciones, aunque el personal del hotel aún trabajaba en las instalaciones con las medidas preventivas en plena cuarentena. Los televisores encendidos en diferentes espacios reflejaban las noticias de la actualidad y lo que continuaba sucediendo con el virus MERS Recov-2.

Por suerte, de regreso hacia la habitación llevaba comida, artículos y medicamentos de primera necesidad. Salir sí había sido una buena decisión, ya que realmente habíamos venido a Francia con unas cuantas pertenencias y con las manos vacías cuando se trataba de estar preparados médicamente.

Cuando estuve a punto de abrir la puerta de la suite, uno de mis teléfonos sonó sin parar. Como tenía las manos ocupadas por las bolsas que cargaba, respondí una vez que logré entrar a la habitación y coloqué las cosas sobre una mesa desocupada.

—Doctor Wayne —respondí brevemente cuando me fijé en que Alysha continuaba durmiendo.

—Doctor Wayne, estoy consciente de que necesita la vacuna —me respondió el agente de la OMS que el señor Thompson había enviado en su lugar—. ¿Podría esperar un poco más?

Estaba a punto de perder los estribos.

—¿¡Qué!? —negué con la cabeza para mí mismo y volví a mirar cómo Alysha dormía—. ¡Mi novia podría morir si no se da prisa! —presioné el teléfono con impotencia—. ¿¡Qué carajo está pasando!?

En cuanto me explicó que el tráfico estaba atascado por la cuarentena, la destrucción de los ataques terroristas, entre otras situaciones de esa índole, decidí ir yo mismo por la vacuna restante. Cuando le pregunté a cuantas calles se ubicaba, salí de la habitación y caminé a toda prisa sin detenerme ni un segundo.

🔹

No sabía cuánto tiempo me había tomado caminando, pero suponía que había transcurrido largos minutos desde que salí del hotel sigilosamente y sin que nadie del personal me viera. Apenas mi sistema se recuperaba poco a poco con la inmunización, así que mi respiración era más agitada de lo normal y mis piernas se entumecían por el dolor en las articulaciones. No sabía si eran los nervios y la ansiedad de querer tener la vacuna en mis manos, pero sentía que en cualquier momento vomitaría si no lograba salvar a mi Aly.

—¡Doctor Wayne!el agente de la OMS me gritó desde el interior de un vehículo en cuanto el cristal de la ventanilla descendió—. ¡Disculpe por la tardanza! ¡En realidad hice lo que pude! —se disculpó con sinceridad, ya que el carro estaba atascado en el tráfico tal y como había dicho.

—Está bien —agarré el equipo de vacunación que me entregó y me dispuse a marcharme de inmediato—. Luego me estaré comunicando salí disparado hacia el hotel.

Corrí tanto de regreso, que por un momento creí que mis pulmones estallarían. Sabía que no podía perder más tiempo. Cuando evadí el personal del hotel y volví sigilosamente hasta la puerta de la habitación, una sonrisa desesperada se dibujó sobre mis labios. Sin embargo, cuando accedí a la suite, mi expresión se desencajó cuando no vi a Alysha en la cama.

—¿Aly? —corrí hasta su lado de la cama y en cuanto escuché que vomitaba en el baño, me dirigí hacia ella—. Mi amor, tranquila —me arrodillé junto a ella y sujeté su cabello casi seco para que continuara devolviendo todo sin ningún estorbo en su rostro.

En cuanto volvió a tomar varias bocanadas de aire, toqué su frente y me percaté de que la fiebre había vuelto a subir.

—Ven, tengo que examinarte y ponerte la vacuna —sujeté sus manos y logré ponerla en pie para luego cargarla hasta la cama.

Cuando la acosté sobre el colchón, examiné la infección de su garganta y me di cuenta de que se había agravado demasiado, situación que había causado que la fiebre haya aumentando de golpe, lo cual era peligroso en su estado.

—M-Me duele mucho —se quejó por lo bajo, casi sin poder mediar palabras.

«Mierda, no me gustaba nada como se veía su infección».

—M-Me s-siento muy m-mal —más quejidos por su parte hicieron que mi desesperación aumentara.

Podía jurar que si no salíamos de esto, me daría un episodio vasovagal o lo que era peor, un ataque cardíaco después de tantos sustos, contratiempos y malos ratos.

—Estarás bien —le dije cuando me senté a su lado y preparé el equipo de vacunación con rapidez y eficacia—. ¿Ves? —reí frenéticamente y cuando estuve a punto de administrarle la vacuna, sonidos guturales por su parte llamaron mi atención—. Aly, ¿qué sucede? —sujeté sus mejillas al ver que parecía ahogarse—. ¡Ay, no! —examiné su boca y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de que comenzaba a convulsionar—. ¡No! ¡No! ¡No! ¡Ahora no! —agarré mi cabello con fuerza y observé como todo su cuerpo comenzaba a reaccionar de forma descontrolada.

Iba a perder la cabeza. Sentía que sería el fin si no lograba salvarla. Mi mal temperamento, la angustia y el dolor en mi alma no me dejaba actuar con frialdad ante la situación cuando se suponía que así fuese para poder hacer lo que mejor sabía: salvar vidas. No obstante, podía resultar fácil decirlo cuando la realidad era que mi posición era muy difícil.

«¿Cómo podía calmarme?».

«¿Cómo controlar mi temperamento cuando era mi lado más traicionero?».

«¿Cómo podía dejar el miedo y el temor hacia mis trastornos y fobias para actuar consecuentemente?».

—¡Por favor! —moví mi cabeza de un lado a otro con brusquedad y por un momento temí de que volviesen a dejarme como así había sido en ocasiones—. ¡Por favor, concéntrate! —me dije a mí mismo entre lágrimas, sintiendo como el tormento sucumbía ante todo mi ser.

Desde que nací, había perdido a mi madre biológica.

Desde que crecí en aquel orfanato, perdí a Georgina, mi cuidadora.

Durante mucho tiempo perdí muchas cosas de las cuales se me había hecho muy difícil sanar internamente. Entonces, no podía perder a la mujer que amaba con todas mis fuerzas cuando me había esforzado por ser todo para ella.

«¿¡Qué haces, Adrián!?». Mi alter ego resonó desde lo más profundo de mi ser. «¡No seas cobarde y actúa ya!».

—Aly —sujeté sus manos cuando volví a caer en tiempo.

Miré asustado como su cuerpo se descompensaba cada vez más debido al ataque de convulsión. Sin embargo, si le inyectaba la vacuna, había el riesgo de que las convulsiones aumentaran en su sistema debido a la fiebre. Tenía que tomar una decisión de inmediato.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —grité con impotencia—. ¿¡Qué debo hacer ahora!? —con la respiración agitada, pensé que debía actuar en base a lo más cercano para salvar una vida—. ¡No quiero tentar a la suerte! —busqué una vía intramuscular, ya que, prácticamente, no tenía más opción.

«Era ahora o nunca», me alenté mentalmente mientras administraba la cura ANDY-23 en la mujer que amaba, sin saber como su sistema reaccionaría.

MCP | La Cura ©️ (¡Completa!) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora