Capítulo 49.

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Capítulo 49

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Capítulo 49.

Arnold había esperado unos largos minutos antes de comenzar el trayecto hacia el aeropuerto. Sin embargo, cuando creyó que era el momento idóneo, desplazó el vehículo y manejó con extrema preocupación. Durante el camino, mis lágrimas continuaban desplazándose sobre mis mejillas mientras miraba en silencio a través de la ventanilla. No quería que le sucediera nada a Adrián, mucho menos cuando comenzábamos a avanzar con lo de asimilar que tendríamos un bebé.

Cuando llegamos al aeropuerto, Arnold manejó directamente hacia la pista de vuelo donde se localizaba el avión privado del «Hospital General de Puerto Rico». O más bien, de Adrián y su padre, ya que era una inversión de ambos.

Luego que Arnold detuvo el vehículo cerca del avión, se dirigió hacia la parte posterior y me abrió la puerta, extendiéndome su mano de manera caballerosa y profesional. En cuanto le agradecí todo lo que había hecho por nosotros, me guio hacia las escaleras del avión y me ayudó a subir.

Por un momento había creído que mi estado de ánimo se había recuperado después de tantos malos ratos y situaciones, pero en cuanto vi a mi familia esperándonos, corrí hacia ellos y estallé en llanto por la desesperación y la emoción de verlos.

—¡Mamá! —me agaché cerca del asiento donde reposaba y besé su frente para luego comprobar que se veía mejor que la última vez cuando se recuperaba en el hospital—. ¡No sabes lo preocupada que había estado por tu estado! —presioné su mano.

—Lo sé, lo sé —se elevó como pudo y, sin pensarlo, me abrazó con fuerza, a pesar de que todavía no debía hacerlo—. ¡Hija, por Dios! ¡Me alegra que estés bien! ¡Qué bueno que estás sana y salva! —me besó ambas mejillas con emoción y las lágrimas rodaron sobre sus mejillas—. ¡Lamento tanto que todo esto haya tenido que pasar! ¡Ha sido mi culpa!

—¡No! ¡No, mamita! —sujeté sus mejillas y besé su frente—. ¡No digas eso! ¡No ha sido tu culpa querer proteger a papá! ¡Yo lo comprendo perfectamente! —por un leve segundo, pensé en los ojos claros del amor de mi vida—. ¡Probablemente, yo hubiese hecho lo mismo, así que no te culpes por todo esto! —volví a abrazarla.

—¡Sí, pero tampoco quería ponerte en esta difícil situación! —su llanto estaba lleno de desesperación y su respiración estaba agitada, lo cual me preocupaba al ella estar todavía adolorida.

—¡Mamá, por favor! —sujeté su mano con calidez y la presioné, haciendo que me mirara a los ojos y secando sus ojos con mi mano desocupada. Ambas estábamos temblando por los nervios y la emoción—. Además, si no hubieses venido detrás de papá y, por ende, yo a buscarte, habría más problemas con la expansión de la vacuna y quizá mi suegro y papá no hubiesen podido salvarse del ataque terrorista que hubo en el hotel donde se alojaban.

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