Capítulo 18.

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Capítulo 18

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Capítulo 18.

Un calor reconfortante cubría los escalofríos que sufría en todo mi sistema cuando abrí los ojos con pesadez. Quería continuar durmiendo para no tener que darme cuenta por un rato más que cada vez me sentía peor que antes. Mis dientes tiritaban al igual que mis labios resecos. A pesar de que me estremecía de frío, mi cuerpo emitía un calentón anormal y no precisamente sexual.

Podía sentir como los huesos de cada parte de mi ser dolían y como mis articulaciones se comprimían. Las náuseas en mí, aunque estaban un poco más calmadas, continuaban haciendo estragos en mi ya adolorido estómago. Sin embargo, no podía hacer mucho por mí, pero sí por el amor de mi vida.

Cuando me di cuenta de que se había quedado dormido a mi lado, toqué su frente para comprobar su temperatura. No pude evitar presionar los labios cuando supe que tenía fiebre y que presionaba los párpados una y otra vez al mantenerse dormido. Balbuceaba y lo único que supuse era que experimentaba una de las tantas pesadillas por sus traumas del pasado.

—A-Andy —tosí bruscamente y podía jurar que mi garganta estallaría de dolor y picor—. No te preocupes, mi niño —acaricié su cabello con impotencia, sintiendo como mi cuerpo temblaba por los escalofríos.

Adrián buscaba con desesperación un consuelo que no llegaba a comprender muy bien, ya que, automáticamente, buscaba mis pechos y no sabía si era para que continuara abrazándolo por su pesadilla o por la fiebre que experimentaba y que cada vez empeoraba en su sistema. A pesar de que yo me sentía mucho peor, no dudé en abrazarlo como si fuese un niño pequeño, meciéndolo contra mí.

—No me gusta verte así —vociferé, pero él continuaba en su trance—. ¿Por qué eres tan testarudo y gruñón? —solté un cansado suspiro, agotada y sin energías para continuar mimándolo.

—Aly, mi niña —balbuceó con los ojos cerrados, frunciendo el ceño como si estuviese frustrado—. Quédate, no me dejes nunca.

—Estoy aquí —acaricié su cabello con ímpetu y por un momento miré detrás de él, comprobando que la tarde había caído.

Cuando las náuseas volvieron a atacarme de forma repentina, decidí salir de la cama para ir al baño. En cuanto vomité una y otra vez, tomé varias bocanadas de aire al intentar sostener el inodoro al mantenerme arrodillada. Desde mi posición podía ver hacia donde se encontraba Adrián, quien temblaba por los escalofríos y continuaba balbuceando frases mientras la fiebre seguía haciendo estragos en su sistema corporal.

Al volver a cepillarme los dientes y mojar mi rostro con un poco de agua fresca, me miré en el espejo del lavabo y pensé una vez más en lo que haría, pues, no tenía más opción y era la oportunidad perfecta para hacerlo. Luego de soltar un largo y cansado suspiro, caminé hacia la mesita de noche del lado de Adrián y preparé el equipo de vacunación a mi disposición. Sabía que era muy probable que se enojaría conmigo, pero ya no soportaba verlo sufrir. Además, al fin y al cabo, era la mejor opción y la más lógica.

«No dejaré que mueras, ojitos bonitos». Fue lo que pensé cuando preparé la dosis, lista para inyectársela antes de que despertara y se diera cuenta.

Tosiendo bruscamente y con dolor en todo mi cuerpo, me dispuse a realizar mi último esfuerzo antes de volver a la cama y enfrentarme a mi destino si era que había llegado mi momento de partir del mundo.

—Andy —agité su cuerpo levemente para comprobar que continuaba profundamente dormido. Presioné los labios y un par de lágrimas rodaron sobre mis mejillas cuando busqué una vía intramuscular en su cuerpo para administrarle la dosis ANDY-23 de una vez y por todas—. Estarás bien, te lo prometo —dije por lo bajo cuando logré inyectarlo sin que se diera cuenta. Al menos de momento.

Sin ganas de hacer más, dejé caer la jeringuilla al suelo y poco a poco me dirigí hacia mi lado de la cama para acostarme al lado de Adrián, porque si iba a morir, al menos quería hacerlo en sus brazos, cuidando sus pesadillas y mimándolo mientras lograba recuperarse. Me resultaba irónico el hecho de que había tenido mucho miedo de la muerte, pero saber que el hombre de mi vida estaría bien, había quitado cualquier temor que albergaba en mí. Fue cuando me di cuenta que solo temía por él.

—Te amo, Adrián Wayne —susurré para mí misma mientras acurruqué su cabeza sobre mis pechos—. No quería demostrar de esta manera lo que realmente siento y lo que soy capaz de hacer por ti, pero sé que mi corazón y mi alma estarán en paz al saber que, una vez más, salvé tu vida.

A veces tomar decisiones resultaba muy difícil. Especialmente, cuando no sabías cuáles eran las correctas. Sin embargo, como un ser valiente, debíamos tomarlas y arriesgarnos para así hacer un bien, aunque elegir lo correcto resultara doloroso.

«Está fue mi decisión y la cumpliría con amor y devoción», pensé al cerrar los ojos lentamente, sumergiéndome en un profundo sueño que mi agotada mente y mi cansado cuerpo volvían a necesitar.

MCP | La Cura ©️ (¡Completa!) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora