Capítulo 40.

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Capítulo 40

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Capítulo 40.

Presioné los párpados con cierta pesadez cuando sentí náuseas. Me removí sobre la cama y automáticamente busqué a Adrián. Cuando no lo sentí a mi lado, abrí los ojos y miré a mi alrededor. Busqué mi teléfono para comprobar si tenía alguna llamada perdida o mensaje de su parte, pero no había nada. Era casi medianoche y mi preocupación incrementó.

Me levanté de la cama y me dirigí hacia el baño para volver a vomitar. Luego me miré a través del espejo al cepillar mis dientes, pensando donde podría estar. Sin embargo, recordé que la última vez que llegó tarde me había dicho que estaba en el salón de música emborrachándose. Cuando decidí llamarlo, no respondió a ninguno de sus dos teléfonos.

Me coloqué un cubre batas sobre mi suave pijama de seda y me puse unas pantuflas. Realmente, no quería salir de la habitación vestida como lo estaba, pero la preocupación que albergaba en mi sistema me ganó por completo. Cuando salí de la suite, me percaté de que no había nadie en los alrededores. Mientras caminé hacia donde se dirigía el salón de música, miré de reojo con la intención de mantener mis sigilosos pasos.

Cuando logré localizar el salón de música, fruncí el ceño con extrañeza cuando escuché sollozos desde donde me encontraba. Sentí como mi corazón dolía cuando abrí una de las puertas de manera discreta, observando desde uno de mis ojos lo que sucedía. Me resultaba irónico mi forma de actuar, ya que no era la primera vez que hacía tal acción. La última vez que había espiado a alguien a través del marco de una puerta fue cuando creí que me habían roto el corazón, cuando vi a Jesse intimar con dos mujeres, lo cual me resultaba totalmente irrelevante en la actualidad.

Sin embargo, el verdadero dolor en mi corazón se reflejaba a través de uno de mis ojos, cuando me fijé en como el hombre que verdaderamente amaba lloraba de manera afligida junto al piano del salón de música. Si no fuese porque estaba siendo un momento triste y lleno de dolor, diría que la imagen que apreciaba era digna de una obra de arte. Sus sollozos sonaban desconsolados al escuchar sus bajos lamentos. Sigilosamente, cerré una de las puertas detrás de mí y lentamente caminé hacia él, ya que me daba la espalda y no quería asustarlo.

—Andy —lo llamé al terminar de acercarme por completo.

Aunque me escuchó, continuó llorando sobre el piano, como si nadie lo hubiese interrumpido. Fue cuando supe que se sentía perdido y sin dirección. Habían sido muy pocas veces las que lo había visto triste o llorando discretamente, pero jamás lo había visto tan abatido y desconsolado. No estaba siendo el hombre manipulador y controlador que siempre había sido.

—Andy, aquí estoy —coloqué mi mano sobre uno de sus hombros.

Aunque él era consciente de mi presencia, solo quería que supiera que no estaba solo y que lo acompañaría en su dolor. No me respondió por un buen rato, pero cuando lo hizo entre sollozos, me dijo:

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