Capítulo 44.

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Capítulo 44

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Capítulo 44.

Cuando amaneció, arrugué mi rostro al sentir que la claridad de la mañana azotó mis párpados. Me removí sobre la cama y sonreí con los ojos cerrados al sentir cómo Adrián me mantenía acogida entre sus brazos. Solté un largo y suave suspiro al sentir la calidez de su piel junto a la mía. De repente, varios recuerdos llegaron a mi mente luego de que regresamos del salón de música después de comer: sexo, sexo y más sexo.

Cuando volví a removerme entre sus brazos, logré zafarme poco a poco y me senté sobre el colchón, observando el desastre que habíamos dejado alrededor de la cama. Nuestras piezas de ropa, el plug anal y algunas sábanas se encontraban sobre el suelo en señal de una noche desenfrenada de sexo. El agotamiento corporal que sentía era la prueba de que la habíamos pasado de maravilla, como siempre.

Al levantarme de la cama y caminar sigilosamente hacia el baño, no dudé en hacer pis para luego cepillarme los dientes. Al contrario de otros días, no había amanecido con náuseas, aunque sí volvía a sentirme sumamente hambrienta. Cuando la bañera de estilo jacuzzi se llenó, no dudé en sumergir mi cuerpo en el agua calientita para relajarme un poco.

—Aly —después de un rato, el ojiverde llamó mi atención al detenerse en el marco de la puerta con uno de sus teléfonos. Se encontraba totalmente desnudo, pero su expresión denotaba emoción.

—Buenos días, mi amor. ¿Cómo amaneció mi niño? —cuando lo saludé desde mi posición al acariciar mi cuerpo con las burbujas, se ruborizó y luego carraspeó.

—Siempre más que bien a tu lado —colocó el teléfono sobre el lavabo y se acercó más hacia donde yo me encontraba—. Tengo excelentes noticias.

—¿En serio? —engrandecí los ojos y asintió cuando también accedió al interior de la bañera y se sentó al otro lado, ubicándose delante de mí.

—Sí, hoy le dan de alta a tu madre y es probable que también a nuestros padres. Todo depende del panorama en el hospital. Eso significa que podremos irnos muy pronto.

Le sonreí y él me devolvió la sonrisa. Sus ojos claros brillaban y se veía de muy buen humor.

—En cuanto salga del baño, haré un par de llamadas para preparar el avión privado e irnos todos lo antes posible —me informó—. Sé que todavía nuestros padres deben descansar y recuperarse por completo, pero podrán permitírselo en el jet. Además, aquí todavía corremos peligro por los atentados terroristas y tenemos deberes en el «Hospital General» —me miró fijamente—. También tenemos que atender y ayudar a nuestra gente.

—Lo sé, tienes razón —asentí con seguridad y lista para volver a ser la doctora Doménech.

Adrián estudió cada una de mis expresiones y después de unos segundos en silencio me preguntó:

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