Amanecí con el cantar de los pájaros. Todavía no me acostumbraba a esa tranquilidad que la soledad del bosque proporcionaba. Seguramente porque pocos habían sido los días tranquilos que había podido tener desde que Kenberg se había convertido en mi nuevo hogar.
Sin clases no había alarma alguna que fuese a interrumpir mi descanso, pero la sustituyeron mis nervios. ¿Podía llamarlo así? Ya ni siquiera sabía que nombre ponerle a lo que sentía.
No habría podido dormirme si no hubiese sido por el programa de Drag Queens que echaban en Netflix, aunque me habría servido cualquier otra cosa que me permitiese dejar la mente en blanco. Sin pensar en Lucy, ni Ethan, ni Edgar, ni mi madre, ni Candice, ni Thomas... Nadie. Que solo quedase el cansancio y que mi cuerpo se rindiese ante el.
Me levanté y me acerqué a la ventana apoyando una mano sobre el frío cristal. No debían faltar muchas semanas para que el paraje verde y seco que divisaban mis ojos se volviese blanco como el terciopelo. Y con tanta blancura de por medio, me quité el pijama y decidí sacar del armario un jersey que fuese de ese mismo color.
Al mal tiempo buena cara. Eso solía decirse, pero si no podía ponerla, al menos la pintaría.
Tomé asiento en el escritorio y guiándome por el reflejo que me devolvía el espejo de pie empecé a maquillarme. Un poco de anti-ojeras, una pizca de colorete, unas pinceladas de rimel y unos toques de cacao de labios. Suficiente. Saqué un broche y me recogí un par de mechones de pelo que despejasen mi rostro. ¿Me estaba preparando para afrontar el día o para la guerra?
Si iba a ir a verle, no estaba dispuesta a que me viese flaquear. No me iba a ver dudar ni mucho menos débil.
Tras ponerme un poco de perfume fui a por unos vaqueros y terminé de vestirme eligiendo unas botas marrones. ¿Qué hora era?
Las once de la mañana... Mas bien me parecían las ocho.
Me senté sobre la cama y revisé en correo en busca de cualquier aviso sobre la entrevista en el hospital de Denver para hacer las prácticas, envié un par de trabajos que debía tener presentados para el viernes y organicé mis apuntes del día anterior. Estaba haciendo tiempo. Inconscientemente estaba intentando evitar lo inevitable, así que después de desperdiciar una hora me levanté y cogí de la cómoda la sudadera. La única excusa con la que ir a buscarle y que no tuviese que ver con lo sucedido. Estaba ya lavada, seca, doblada y había perdido por completo su olor.
¿Lista?
Pensé para mí misma aunque la respuesta fuese obvia. No. Pero sin embargo, cogí la bufanda decidida, me envolví el cuello con ella y salí de la habitación guardándome en el bolsillo trasero del pantalón el móvil. Cerré la puerta, avancé dos pasos y antes de que llamase inspiré profundamente preparándome para lo que hubiese detrás. Podía escuchar la música que venía de dentro, así que estaba segura de que no el cuarto no estaba vacío.
Di un par de golpes sobre la superficie de madera pero no hubo respuesta. Volví a llamar y de nuevo tan solo obtuve silencio, si es que podía considerarse como tal, porque lo único que escuchaba era una canción de Linkin Park.
Bajé los dedos hasta envolver el pomo y lo giré lentamente. Después de que Ethan invadiese mi habitación tres veces o más sin preguntar, tenía derecho a hacerlo yo una.
Abrí la puerta y le busqué en cada rincón hasta que le vi al otro lado subido a una barra que estaba atornillada al techo. De espaldas a mí, sin camiseta y con el torso sudoroso. Sus músculos se marcaban al tensarse con cada esfuerzo que hacía para levantar su propio peso con los brazos y en su piel se apreciaban unas marcas que mis uñas habían dejado como una firma.
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Blinded ©
JugendliteraturDicen que el amor es ciego... Que bastan sesenta segundos para ser consumida por sus llamas y acabar siendo esclava de la incertidumbre. Pero nadie me avisó de que esa venda caería lentamente sobre mis ojos y me convertiría en su marioneta. Una que...