Una de las ventajas de que la universidad estuviese ubicada en medio de la nada, entre montañas, niebla y el mas frondoso bosque, era el despertar por la mañana y que solo hubiese silencio. Lo único que podía hacer que me despertase a parte del despertador, era el canto de los pájaros. Quizá alguna voz lejana, pero no existían los atascos que desencadenaban en una guerra de bocinas. No había sirenas de policía o de ambulancia. Mi cuerpo había normalizado todo lo que conllevaba vivir en una jungla de cristal y ahora los sonidos de la naturaleza estaban devolviéndome horas de sueño perdidas. Cuando me incorporé en la cama, abrí la ventana y dejé que entrase la brisa inundando la habitación con su característico aroma a pino, a tierra húmeda y a hojas secas. Sentada sobre la almohada, apoyé los brazos sobre la repisa admirando el manto verde que se extendía hasta cubrir todo lo que alcanzaba mis vista y que pronto, con la llegada del otoño, se transformaría lentamente hasta reflejar el color de un hermoso atardecer.
Al final había malgastado el día de ayer hablando con Josh por FaceTime. No es que hubiese perdido el tiempo como tal. Hablar con él había conseguido que durante unas horas me olvidase de la distancia que existía ahora entre nosotros. Fue como volver a aquel sofá rojo y viejo en el que nos sentábamos a Anatomía de Gray, solo que ahora había una pantalla que nos separaba. No le podía tocar; ya no habían palomitas ni uno de sus desastrosos sándwiches de jamón y queso para acompañar, pero al menos me olvidé por completo del asco de día que había tenido. Eso y que me llamasen del Granny's Cafe para decirme que me pasase hoy a hacer la entrevista fue lo único que consiguió enmendar un día desastroso.
Igual que había hecho el día anterior, intenté hacer como si el ayer nunca hubiese existido. Me levanté de la cama y empecé a sacar los libros de Patología, Bioquímica y el Atlas de Anatomía para ponerme a estudiar. Tenía que recuperar el tiempo que no había invertido ayer y crear una estructura para prepararme para las pruebas aunque fuese solo por mi cuenta. Con un coletero que tenía a mano, me até la melena en un moño deshecho que me despejase el rostro y me senté en la silla con las piernas cruzadas no sabiendo muy bien por dónde empezar, pero no estuve perdida por mucho tiempo. Tres horas después mi escritorio había adquirido el desorden que en un principio había en mi cabeza, pero bajo la punta del bolígrafo que sujetaban mis dedos había varias hojas llenas de resúmenes limpios entre las que destacaban el color de los tres subrayadores que usaba para remarcar lo importante. No obstante, no pude quedarme mucho más. Tras escribir una última frase, abandoné la silla para desprenderme del pijama que todavía llevaba puesto y vestirme con algo sencillo; unos vaqueros y una blusa azul marino con topos blancos. Sin nadie que me llevase hasta Kenberg, solo tenía una forma de llegar al pueblo; en autobús. Si cogía el de las doce, estaría allí en poco menos de una hora. La entrevista no era hasta después de la hora de comer, pero quería ir con tiempo de sobra para poder conocer un poco el pueblo y lo que ofrecía. Estaba acostumbrada a vivir en una gran ciudad que ofrecía entretenimiento, restaurantes y tiendas para todo tipo de gustos y dudaba que Kenberg fuese a ofrecer lo mismo.
Con el pelo suelto y el coletero adornando mi muñeca, volví al escritorio para intentar ordenarlo un poco. Puse los libros en el estante que había sobre la mesa y la poner el último me fijé en la novela contra el que se apoyaba. Era una de las de Sarah J. Maas. Solo me quedaban dos capítulos por leer y recientemente había visto en Instagram que acaba de publicar el siguiente. Quizá podía intentar buscar una librería donde comprarlo o echar un vistazo al resto de libros que ofrecían. Pese a que mi lado más científico y racional me mantenía con los pies sobre la tierra, las novelas de amor y fantasía me permitían volar en un universo que no existía más allá de mi cabeza. Aunque fuese consciente de que todo era mera ficción, que romanizaba e idealizaba una clase de amor que no era real, mi lógica no me impedía disfrutar de ello.
Me dirigí de nuevo al armario para colocarme las Converse blancas y tras atarme los cordones me levanté para mirarme en el espejo que había en una de las puertas del armario. Solo me faltaba coger el bolso en el que poder llevar la cartera y el móvil. Elegí uno de los tres que tenía. El que era pequeño y marrón. Combinaba prácticamente con todo y le había dado ya tanto uso que la cremallera a veces se atascaba. Me puse de puntillas para cogerlo de la balda superior y justo cuando tiré de una de las asas, llamaron a la puerta.
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Blinded ©
Teen FictionDicen que el amor es ciego... Que bastan sesenta segundos para ser consumida por sus llamas y acabar siendo esclava de la incertidumbre. Pero nadie me avisó de que esa venda caería lentamente sobre mis ojos y me convertiría en su marioneta. Una que...