Capítulo 8

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Deslicé los dedos lentamente a lo largo del borde lacado del billar a medida que mis pasos avalentonados se iban acercando a ellos. Mis iris se negaban a separarse de esos sedientos ojos con los que Theresa me devoraba. Sus comisuras se alzaban más y más a cada paso que daba. Le estaba dando lo que tanto buscaba. Estaba atando los hilos a cada una de mis extremidades para convertirme en la pequeña marioneta que ella quería crear. Un triste juguete que se convirtiese en la diversión de esa noche para luego tirarlo a la basura. 

Una vez frente a ella levanté la mirada hacia Ethan solo para mostrarle la misma indiferencia que él mismo me había ofrecido hacía escasos segundo.

━ Cuando quieras. ━ dije rompiendo el silencio que había mantenido en vilo al resto.

Nadie habló. Ni Thomas, ni Candice, ni Edgar... Nadie esperaban que aceptase. Nadie más allá de las dos personas que tenía delante. Si querían jugar, jugaría; pero esta marioneta que ella creía haber creado, tenía vida propia.

━ Me alegra ver que la educación está por encima de todo y no es una costumbre perdida. ¿Quieres un chicle de menta? ━ preguntó sacando uno del bolsillo trasero de su pantalón. ━ Ya sabes... Por si acaso.

La falsa preocupación con la que Theresa escupía esas palabras consiguió que acabase poniendo los ojos en blanco y empezase a caminar hacia la estrecha habitación. Cuanto antes diese fin a todo ese teatro, antes podía olvidarme de tener que seguir escuchándola.

━ Alexa...

Candice me cogió de la muñeca y no necesitó decir nada más para que pudiese ver en ella un atisbo de culpa pese a que ninguna disculpa saliese de sus labios.

━ Tranquila. Es solo un juego, ¿no?

Mi respuesta fue la llave que abrió el candado de aquel agarre que ejercía sobre mi muñeca, pero su oscura mirada se desvió al instante hacia la culpable de ese circo.

Por mucho que lo intentase, ella no podía controlar cada cosas que su mejor amiga dijese o hiciese. Lo gilipollas nunca cambian, así que no iba a culparla por ello. 

Mis pies siguieron avanzando hasta llegar al umbral de la puerta y ante la penumbra que había en su interior, me detuve. Lo que tenía que hacer era muy simple, pero aun así había una parte de mí que temía que Ethan no fuese a respetar absolutamente nada. Podía sentir su presencia justo detrás de mí aunque no hubiese escuchado sus pasos. Era más bien como si su cuerpo emanase una especie de aura que podía percibir solo con tenerle cerca. Estaba esperando a que entrase, así que no le hice esperar y me adentré en ese diminuta habitación seguida por él. 

━ Vais a tener sesenta segundos para hacer lo que os de la gana. Pasado ese tiempo, esta puerta se abrirá. ━ informó Theresa ━ No los desperdiciéis.

La puerta se cerró y de repente, esa penumbra se convirtió en una completa oscuridad. Dejamos de ser diez para quedar solo dos; Ethan y yo.

Solo sesenta segundos. Solo un minuto y podría recuperar el ritmo normal de mi corazón; uno que parecía haber perdido en el instante en el que me privaron de mi visión y lo único que podía sentir era el contacto que su cuerpo ejercía sobre el mío. Inspiré profundamente y solté el aire pausadamente para calmar mis nervios. No tenía nada que temer. Nunca engañaría a Josh y menos en un absurdo juego. Las normas eran simples; meterme aquí con él y agradecerle el haberme dejado la sudadera. Por más indirectas que Theresa hubiese querido darme para que enrollarme con él, eso no lo convertía en una norma. Sin embargo, por más que me lo repitiese a mí misma no podía olvidarme del hecho de que no estaba jugando en solitario. Y esa maldita oscuridad convertía cada uno de sus movimientos en algo totalmente impredecible.

Blinded ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora