Prefacio

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Desde las fosas opacas de un abismo, un grupo de demonios se agruparon en una de las plazas de la fortaleza de Satanás. Formando un círculo un tanto disperso, se reportaron las labores asignadas a cada uno de ellos. El plan de manchar el nombre de las virtudes estuvo en marcha, todos habían hecho su parte: eliminar la confianza fomentando la decepción, sembrar el terror desde el fondo de la psique, provocar la ira en la paciencia, pero todo eso no fue suficiente. Sir Samael se levantó de su asiento pasando su mirada en cada uno de sus servidores, nadie prestó atención por estar inmersos en el dialogo hasta que poco a poco guardaron silencio.

        —Si creen que la voluntad de los seres humanos no se fortalece con facilidad, se equivocan —apuntó hacia arriba cuál latigazo—: el espíritu en persona desciende su vuelo en ellos. Los pequeños infortunios no bastan para dejarlos varados en la desesperación.

        —Todos ustedes me dan asco —prosiguió una bestia—. Los demonios de la agresión trabajan muy lento.

        —Y los demonios de los traumas prefieren ir por los marginados —prosiguió un demonio—, prefieren el camino fácil yendo por los más vulnerables.

       —Nosotros necesitamos a los más firmes— complementó un duende con quien muchos estuvieron de acuerdo.

      —Cómo si fuese tan fácil.

      —Más de la mitad de la población son hipersensibles, yo creo que los demonios de la ofensa por omisión...

      —¡A callar! —golpeó la mesa—. ¡Pronto vendrá Amón y cuándo vea nuestro progreso...!

      —No esperamos de ustedes cumplir con las labores más complejas —interrumpió una voz.

      Se escuchó el galope y el arrastrado de una bestia inmensa, todos voltearon a ver tremulosos su reflejo en la mirada de Amón, quien dejaba salpicar la saliva escurridiza de sus colmillos. Sir Samael apartó la mirada, pero su cuerpo se ponía firme, estaba listo para recibir los reclamos de su amo.

      —Las labores más grandes son los encargos que nos corresponden a los demonios de alto rango, Samael —prosiguió posando sus garras en el hombro del Sir—. No quieras desperdiciar el potencial de mi ejército de manera tan impulsiva..., pero ustedes no saben de estrategias.

      Amón se alejó rápidamente de su subordinado empujándolo ligeramente, Samael fijo su mirada en su amo.

      —Señor, requiero de más tiempo.

      —Tranquilo, Samael, no es tiempo de tu remplazo, no hasta que me enseñen como trabajaran con la ama del dolor encarnada.

      Los demonios alzaron la mirada, hasta Samael echó pasos hacia atrás. Amón sonrió elevándose al candelabro del techo, pero antes de proseguir su camino paso su mirada en los miembros de dicha cámara.

     —¿No se referirá a...?

     —¡La mismísima! —interrumpió Amón—. Aunque de momento ella prefiere que la llamen Doloris... Les ordeno trabajar a la par con ella con ¡estrategia! Astaroth no suele tener paciencia con aquellos que echan a perder sus planes más laboriosos, como recordarán hace quinientos años con el amo de la muerte... Hasta luego, tengo que vigilarla a ella muy de cerca, y deseo verlos ahí lo más pronto posible.

      Y escaló las cadenas del candelabro subiendo después por los peldaños. Una vez desaparecido de entre las grutas, todos los demonios vieron a Sir Samael: estaban acostumbrados al calor, pero el Sir estaba sudando e hiperventilando.

      —¿La ama de dolor? —susurró colocando sus dedos en su barbilla— ¿Cómo llegó Astaroth a ella...? No debemos de desaprovechar esta oportunidad...

    —¿Señor? —quiso llamar su atención una bestia.

     —... —el Sir los vio a todos y firme señaló a la entrada— ¡Ya escucharon! ¡A trabajar!

     Todos salieron de la cámara dirigiéndose a lados diferentes y sus formas físicas se desvanecieron dejando a Sir Samael solo. Él bajó el brazo y elevó su mirada para contemplar el infinito, donde cruzaban las cadenas del candelabro.

      —Doloris... Tu verdadero nombre es mejor.

La fama del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora