Capítulo 32: ἄγγελος

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Regresaron al atardecer. De haber podido, Tizne hubiera llevado a la anciana en su espalda, pero como fue muy flacucha se limitó a tomarla de la mano y a descansar a ratos en el camino por el bosque. La chica pareció contenta de haber salido con Veju, en cada momento que pasaron juntos hasta llegó a imaginar como hubiera sido hacer todo eso con la versión demoniaca de ella; en ese momento no pudo reconocerla, pareciese que parte de la personalidad de un humano si depende un poco de tu imagen (tal vez más de la edad) "¿Quién sería ella como ángel?" se preguntó, ¿su personalidad sería otra?

          —Detengámonos aquí —se recargó sobre una roca respirando profundo—. Me has hecho caminar demasiado. ¿No me abre enfermado?

          —Sólo está cansada, de hecho, creo que le haría bien caminar todos los días por salud, es bueno para los ancianos.

          —Lo tomaré en cuenta, niña —agarró más aire—. Esto de ser un anciano no es genial, no te lo recomiendo.

         —Respire —sonrió ventilando su rostro—. Ya casi llegamos al campo abierto.

         Minutos después, ambas bajaron los últimos peldaños de arena. Tizne volteó a ver el rostro de Veju cuando las ramas dejaron de dar sombra, sus propias arrugas creaban sus propias sombras para un poco de su piel anaranjada, hasta los hoyuelos creados por su sonrisa los creaban. La tomó fuerte de la mano para el último peldaño, elevaron la vista: ... Azrael las estaba esperando.

          Él se encorvó para ver las bolsas debajo de los ojos de Veju mientras ella veía las cuencas vacías de su excompañero; luego, de la mano de Azrael, se extendió una bara que se alargó hasta extraer de la punta una hoja afilada que se encorvó en el aire.

          —¡No! —gritó agudamente Tizne.

          Ella lo prometió, debía protegerla, debía cambiar su opinión sobre la vida, sobre el sufrimiento, sobre su labor, sobre su propia existencia; debía cumplir con su misión, la única razón por la que vivió y por la que podría morir: se puso frente de Veju... y la hoz se detuvo entre los dedos de un par de manos blancas y borrosas. Veju abrazó a la chica con los ojos trémulos e hizo que la chica se recorriera hacia atrás. Tizne dejo traspasar de su cuerpo a una niña de alas blancas, que con las fuerzas de sus brazos lanzó la hoz de Azrael hacía atrás.

         —¡Hasta que te dejas ver! —reclamó Veju.

         La niña volteó sonriendo nerviosamente elevando las palmas de sus manos.

         —¡¿Quién es ella?!

         —¿Ella? —la tomó de la mano para alejarse del lugar—, es el ángel de tu guardia. Al parecer hoy no es el día de tu muerte.

         Tizne la volvió a ver y su ángel le regaló una sonrisa, pero aquel ser celestial pronto volvió a reñir contra Azrael... Tizne se sintió en un sueño, no sintió sus piernas pero se movieron, y supo eso porque ante sus ojos los árboles quedaban atrás; no sintió el viento pero supo que aún había porque el pelo de Veju volaba; no escuchó nada y no pudo demostrar si se volvió sorda porque su mente no respondía, solamente llegaban imágenes del exterior a su interior, no estaba ciega..., pero ¿tenía los ojos abiertos? "No es un sueño" pensó, aun cuando los troncos se inclinaban diagonalmente, cuando una niebla cubría el suelo y las nubes surcaron empujadas por un viento que, una vez más, ella no sintió. Sabía que si ella lo deseaba podría dejar de correr pero no lo hizo, siguió porque Veju lo hacía, pero se aterró cuando un ejército de ángeles emergieron de portales azules, todos diferentes: uno de cabello blanco con un halcón en el brazo, uno de seis alas con armadura medieval y una espada, uno cubierto de un listón cargando una lampara, uno de pelo desmarañado de alas azules y un báculo, una de alas moradas sosteniendo algas; sosteniendo un remo, un pergamino, un libro, un cofre, palmas, un arpa... muchos, muchos ángeles. Una mano tapó su vista, fue Veju, y la volteo a ver.

La fama del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora