Capítulo 22: El ángel tuerto

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Tizne corrió atravesando el patio, ajustó bien su boina, sujetó el tirante de su mochila, y justo al llegar al borde de la montaña saltó lanzándose al vacío; atravesó las nubes, maniobró extendiendo sus brazos, todo sin abrir los ojos, confiando siempre en su ama, entonces dirigió sus pies a donde supuso era el suelo; las flamas la cubrieron para teletransportarse a medio metro de tierra firme y una vez ahí se reacomodó la boina emprendiendo su camino al bosque.

          En el pueblo, ella llegó al mercado escogiendo las manzanas más rojas, el pollo más grande, la pimienta más económica.

           —¿Algo más?

           —No, es... —contó el dinero que tenía disponible—. ¡Ah, y un jugo por favor!

           Se sentó a beber en la banca del jardín, el mismo donde grabaron los meteoritos, bebió de un popote mientras apreciaba el meteoro-altar con detenimiento: pintado de negro con dorado (justo como las escamas de la ama) alrededor había flores y veladoras; el diseño en general le había gustado... De pronto, se percató que un hombre estaba de pie junto con el monumento apreciándolo de arriba abajo mientras sostenía un paño en su ojo derecho. Hubiera desviado la mirada de no ser porque rápidamente él la vio también, entonces Tizne dejó de beber mirando a otro lado, "tal vez vio a alguien detrás de mí" pensó. Sin embargo, aquel hombre se acercó. Por un momento le pareció arder la herida pero lo ignoró parándose aún lado: era un hombre alto, piel blanca y pelo negro, de momento ninguna característica fue más notable que su pañuelo en el ojo.

           —Tizne, ¿cierto?

           La chica peló los ojos, volteó a ver a todos lados pero nadie les prestó atención.

            —Tranquila —se sentó a una distancia considerable paseando la vista por el jardín—, el poder celestial nos respalda.

            —¿Quién es usted? —se apresuró a preguntar—, ¿por qué no es un adulto mayor?

            —Ey —rio un momento—, podemos transformarnos en cualquier etapa humana, creí que si llegaba contigo así habría más confianza, pero si te es más cómodo: me llamo Es... —Se paralizó un segundo, pero pronto se tocó el ojo un poco irritado. Continuó—. Mi nombre es Heriberto.

             —¿... Su ojo esta bien? —preguntó examinando más su rostro.

             —... Hija, estamos en peligro.

             —¿Cómo dice? —volteó a ver a todos lados como si sintiera que ya la estuvieran rodeando (la mente a veces puede ser terrible).

             —Me han atacado para evitar que llegue a ti, pero por fortuna todo un equipo de ángeles me ayudó para advertirte de Doloris: ella ahora está a punto de cerrar un trato maligno.

             —¡¿Ahora?! —se puso de pie—, ¿Con quién?

            —Con Astarot —peló los ojos—. Nadie debe hacer tratos con ese demonio, sólo tú puedes detenerlo... Tengo entendido que uno de mis compañeros te ofreció un trato.

             —... No puede ser —susurró bajando los hombros.

             —Tizne —no se inmutó—, el maligno la va corromper ofreciéndole el poder más grande en el infierno, y si Doloris lo toma...

             —¡No, es todo, nadie la conoce mejor que yo, además ella me dijo...! —guardó silencio un momento entrecerrando los ojos—. "Me llamo es..." ¿Por qué se interrumpió en "Es-" y luego continuó con "Heri-berto"?

           —¿Cómo? Pues, cometí un error gramatical y me ardió el ojo a la vez.

           —... ¿Por qué alguien cometería un error con su propio nombre? —dio pasos lentos hacia atrás.

           —No trato de tramar nada —se levantó nervioso—. Tizne, no hay que desviarnos del tema, la humanidad corre peligro. En verdad requerimos que tú seas la señora del dolor para que la humanidad no esté condenada.

           La chica retomó el recuerdo de cuando ella perfumó la mansión entera, del humo viajando por las habitaciones, llenando sus pulmones, los de Doloris... Ese aroma a incienso que la señora expulsaba a tosidos ¡contra demonios! Entonces ella sacó de su bolsillo la capsula y lo lanzó al suelo. Nunca habría creído que el consejo misterioso de su ama iba ayudarla a captar un demonio. "Heriberto" cayo de rodillas tosiendo a todo pulmón.

            —¡¿Quién es usted?! ¡¿Cuántos demonios me han visitado?!

           El hombre, aun sudoroso, dio un salto aterrizando sobre ella. Tizne hizo un esfuerzo por salir, pero él la tomó de las muñecas y ella no pudo hacer más que ver el hueco derecho de su agresor; gritó a los cielos, nadie la escuchó y nadie la vio, seguían en esa dimensión extraña donde aquel demonio los ocultó.

             —¡Acepta el trato! ¡Si vas a ir al infierno mejor deberías ser un demonio!

              Pero ella en vez de analizarlo gritó con mayor ímpetu e imaginando que una masa roja iba a salir de su hueco, entonces, con más asco que miedo, le dio un cabezazo en la nariz quitándoselo de encima. Se sentó aterrada, pero al parpadear el demonio había desaparecido.

              —¡Dios mío! ¡¿Estas bien, muchacha?!

             Sólo entonces las personas se acercaron para auxiliarla. Una señora la tomó del brazo para ver una mancha morada en su muñeca. Hiperventilando, la chica se levantó y salió del jardín. Nadie la siguió, se quedaron atrás atónitos.

La fama del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora