Capítulo 28: En el infierno

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Atrás, a la derecha, y a su izquierda habían paredes rocosas, solo había un pasadizo estrecho por donde pudo andar, no se pudo caminar bien por las piedras salidas y tuvo que andar con la cabeza agachada cerciorándose de no tropezar, hasta tuvo que apoyarse de un montículo para bajar un peldaño bajo y de sólo tocarlo un instante hizo que le ardiera la mano. En el camino reflexionó: ¿estaría dispuesta? "... No, lo he prometido", hubiera llorado si tan sólo el ambiente no derritiese sus lágrimas. "Ella tampoco lo querría. Si ambas caemos nos llevaremos a la humanidad con nosotras... Debo ser fuerte por la humanidad" pensó, acercando la palma de su mano a su pecho queriendo tomar el collar, pero recordó que no se lo puso, entonces sólo secó su frente. "Pero si puedo salvarla, lo haré... seguro la ocultarán en un calabo...", entonces vio abajó una guarida. Se sintió débil y sedienta, posiblemente mientras más se acerque más seca estaría porque la lava flanqueaba el refugio, pero ignoró aquello y se adentró a los pasadizos.

          —¡Bienvenida de vuelta, Doloris!

          Escuchó, seguido de un puñetazo. Preocupada, Tizne aceleró el paso y se colocó detrás de un antepecho para asomarse: todos empujaban a Doloris teniendo su ropa desgarrada y sucia; tiraban de su cola y arañaban su piel. La chica esperó a que la dejasen en paz con impaciencia. Una enorme roca golpeó el rostro de Doloris y ella escupió sangre.

         —¡¿Qué se siente, Ama del dolor?! —gritó uno desde un balcón.

        —¡Véhuia para ustedes..., y no me molesten! —se puso firme elevando la mirada—. ¡Pagarán cuando salga de aquí!

        Y otra roca la golpeó por la espalda haciéndola balancear. Las risas aumentaban, demonios, duendes, sombras y otras quimeras no tuvieron piedad. Tizne sintió conmoción, al estar ahí en el infierno mismo sintió que el hecho de ver a su amiga sufrir ya le aseguraba una eternidad terrible (a lo mejor era a lo que se refirió Doloris), y deseo que no pasase así. De pronto, un enorme hombre de piel roja y cabello rizado como largo camino en frente viendo directamente a los ojos la señora.

         —...Astarot, Cancelo el trato, no quiero ser un demonio.

         —Yo te salve de tus amos —dijo con calma el recién llegado—. No lo viste, pero yo mismo los traje a su propia cámara... ¿Quieres verlos?

         —No —negó con la cabeza—, no quiero, no quiero ver ni escuchar nada.

         —Muerte ya se ambientó —cambió de tema viendo hacia arriba—. ¡Azrael, ven aquí!

         Y una terrible bestia llegó a su lado de un salto, era una réplica de Doloris pero sin pechos, solo un torso fornido, alas desplegadas, un metro más alto y ojos totalmente fundidos en oro. Hasta Tizne lo vio con admiración.

         —Azrael —susurró limpiándose la sangre de la nariz—, no te creí capas... Me pregunté en dónde estabas.

         Pero no respondió, siguió mirando tiesamente a su compañera. Doloris lo tomó de las manos trémulas: su compañero de toda la vida ya no era dueño de sí mismo.

         —¿Sigues ahí?

          Azrael hizo presión en sus manos atrapándola, los demonios rieron y ella se preguntó la razón; el único que no rio fue Samael, que veía desde una esquina.

           —¿Ves a Samael? No tiene un ojo —Astarot lo volteó a ver con repugnancia, él otro bajó la mirada—. Le arrancamos su ojo por su incompetencia y ahora tendrá un ojo de oro, al parecer necesita un extra de poder ¿... No quieres un aumento de poder, Doloris?

            —... —ella siguió negando con la cabeza mordiéndose los labios, volviendo a ver a su ex compañero—. Azrael, sé que estás ahí, vámonos de aquí ¡tú y yo somos ángeles...!

           Azrael estrujó sus muñecas empujando todo su cuerpo hacia atrás, ella abrió el hocico sin dejar salir un quejido. Tizne sollozó rogando a Dios y a los ángeles (que son los compañeros de su ama) que bajasen a salvarla, pero para su desgracia nadie llegó.

         —Ven aquí, Samael.

        El sir se acercó penoso.

       —Tu sufrirás con ella —lo tomó detrás del cuello—. Vamos, veras como arde su piel cuando está ansiosa. Tal vez así te animes a hacer bien tu trabajo.

         Todos rieron. Sombras ataron a Samael a espaldas de Doloris.

          —¡Muerte, no, te lo suplico!

          —¡Una vez más, Doloris! —refunfuño Astarot—, ¡O bien puedes recibir un poder mayor o decirnos donde está la chica!

          —¡¿Cómo voy a saber?! —varios demonios tiraban de sus extremidades—, ¡La protegen los ángeles, Metatron se lo prometió!, ¡déjenme ir y la traeré, la buscaré!

           La chica soltó un gritó mudo, vio que todo alrededor le dio vueltas y cayó al suelo exhausta; juntó sus manos para rogar con mayor fuerza, no supo que pedir, solo pidió una solución.

           —... —negó en total desacuerdo y Astarot vio a Azrael—. Llega hasta el cuello.

           —¡No, por favor!

           Azrael la tomó del cuello y del tobillo. El cuerpo de Doloris se ladeó demasiado, pero Samael se esforzó por seguir de pie a pesar del ardor. Tizne sudó tanto que su mentón goteó, se sintió tan mareada y débil que ni tuvo fuerzas para razonar: se puso de pie y entre cerrando los ojos dio un paso, luego otro, y otro... se abrió paso entre los demonios. Todos se escandalizaron ante su presencia, nadie la tocó por continuar con el extraño espectáculo. Samael, Azrael y Astarot pausaron su movimiento, pero Doloris cerró los ojos imaginando que no estuviese ahí, pero los abrió para asegurarse de una vez el horror.

          —Déjenla ir —suplicó.

          —Temes que te remplacen, ¿no? —Astarot se acercó a la chica acariciando su cabello.

          —No lo aceptaré —Tizne susurró por falta de fuerzas—, yo no. Si la humidad va padecer va ser porque Doloris aceptará el poder, pero por mí no será.

           —... —la expresión del rostro de Astarot cambio de sereno a iracundo, y tiró del cabello de la chica—. Sé que no lo harás ¡Por mi puedes ser prisionera aquí con vida!

          Las sombras remolinearon a la chica rasgando su ropa como arañando su piel, la sacudieron un poco atándola a una soga a lado de su ama y por tanto a Samael también, que la vio indiferente.

           —¡¿Por qué, Dios?! —trató de invocar Doloris.

           Samael desvió la mirada a todo a su alrededor: humillado frente a todos, atado sobre el ardor de su oponente contra quien falló, esperando a recibir el aumento de poder necesario para cumplir su trabajo... Suspiró profundamente, tomó de las manos a Doloris como a Tizne. Ambas lo voltearon a ver y el resto de demonios soltaron un resuello.

           —¡Samael!

          Y una flama loscubrió a los tres.

La fama del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora