Capítulo 8: Castigada por inservible.

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Los escombros cayeron, las telas se incendiaron, el piso tembló. El cuerpo de bomberos entró para rescatar a la gente, apagar el fuego y guiar a sus compañeros oficiales hacía el monstruo. Había temor, ninguno quería enfrentar al dolor personificado como se podrá entender, se les ha infundido miedo con videos donde sus compañeros fueron calcinados, y la situación los acorralaba al mismo destino. Un bombero se detuvo a la entrada de unas escaleras.

        —Abajo se arrastró la bestia —señaló él—. Debemos ir por ella.

         Siendo habitantes de aquel pueblo, se detuvieron a pensar un momento: se les tenía prohibido entrar a quien sea ahí abajo por razones que nunca se les fueron aclaradas. El sacerdote no estaba presente para conceder el permiso. Siendo que su misión como oficiales consistía en ver por el bien de los pobladores, bajaron con lentitud. Ahí encontraron un mausoleo subterráneo que fue lo suficientemente alto como para caber estatuas de tres metros cuadrados de bestias extrañas. Muchos de ellos parecían extender la mano en una dirección fija, y sus expresiones eran como si hubiesen tenido una urgencia en detener una acción.

          Los policías y bomberos avanzaron fijando su vista en las bestias (debían estar atentos, si alguno se movía se trataría de Doloris). De pronto, uno soltó un gritó creyendo ver un fantasma: una muchacha de pelo desmarañado, bolsas en los ojos, y nariz roja estaba por ocultarse dentro de una edificación en versión pequeña pero el tiempo no le alcanzó para entrar. Ella elevó los hombros y salió.

         —¡Una niña! —avisó uno tomándola del brazo— ¡Tranquila, saldremos de aquí!

         —¡No señor, no entiende! —clamó tratando se zafarse— ¡Debe huir de aquí!

         De pronto estalló a lo lejos una pared, de la grieta salió Doloris. Tizne tomó del brazo al hombre que trató salvarla que estaba paralizado.

           —¡Salga!

          Pero un escombro cayó en el rostro del hombre y cayó al suelo. Doloris se acercó a ellos y Tizne se interpuso en su camino.

         —¡No le hagas daño! —extendió los brazos como un escudo que lo protegiese.

         —No le haré nada —la tomó del brazo apretando ligeramente—. Sé cómo va terminar aquel hombre.

          La levantó para colgarla en su espalda. Ella se aferró con fuerza de su cuello para que Doloris empezase a correr por la grieta donde salió; derribó todo a su paso: tumbas, árboles muertos, rejas, monumentos y oficiales, mientras que Tizne se limitó a esconder el rostro, limpiando sus ojos con sus lágrimas para eliminar la tierra que le cayó, también las penas.

        Pasaron por un túnel, y en la salida encontraron un bosque donde había otros templos abandonados dominados por la naturaleza. Doloris vio a su alrededor, luego volteó atrás: algunos sobrevivientes no se rindieron.

         —No podemos estar en ningún lugar tranquilas —elevó sus palmas—. Vámonos de aquí.

        Y cerrando los puños se envolvieron de fuego verde consumiéndose a partir de los pies; desaparecieron para llegar al jardín de la mansión, solo entonces Tizne se soltó, se tocó la nariz y estornudó una, dos, tres...

          —¿Y tú qué? ¿Eres alérgica?

          Tizne levantó el dedo índice: cuatro, cinco y un potente seis, levantó la nariz moqueada afirmando.

           —Al polvo y —sorbió los mocos— al frio creo.

           —Claro —respondió elevando la mirada y extendió la mano—. Vamos, venga ese amuleto.

          —Sí, señora —hurgó entre sus bolsillos... No abrió más los ojos, sacudió un poco más y trató de simular calma.

          —...Tizne —la nombró entre dientes.

         —Debe estar en el otro bolsillo —revisó su bolsillo trasero a pesar de que sabía la condenada verdad, entonces sólo aceptó su destino—... No lo tengo.

         —... Que inútil ¡eres! —le dio un zape en la cabeza.

         —Puedo volver por ella —se sobó lacrimosa—, creó saber dónde está.

            ¡Ya olvídalo! —levantó los brazos y luego colocó los puños en sus caderas dándole la espalda desaprobatoria— ¡Ya deben tenerlo en su poder! ¡Tienes suerte de que no sirva con los mortales!

                Con total confianza, Tizne empezó a sollozar, y aunque en ese momento lo hubiera esperado (de una u otra forma), Doloris no la consoló, siguió viendo el cielo. Una vez más, había probado ser muy torpe, y aunque estaba aliviada de no haber contribuido en los planes de la señora (sin saber exactamente la función del amuleto) eso no le quitaba el peso de la vergüenza y el castigo de su ama; en verdad tenía intenciones de serle útil a ella llegando ser a futuro una buena mano derecha (que la convenciese de bajar su intensidad caótica), pero al parecer sus habilidades no dieron para más. Sacó la navaja de un sacapuntas y colocó la punta en su brazo, entonces bajó: un hilo invisible salió llegando a los sentidos de Doloris que la hizo voltear a ver con cierto tic.

              —¡¿Y ahora qué haces?! —se apresuró a arrebatarle el objeto y brindarle otro zape.

             Esta vez la chica se sobó dejando de culparse, fue demasiado castigo (de hecho, llegó a ser injusto). Se sorbió los mocos y tocó sus hinchados parpados.

             —Desde ahora en adelante no te autocastigaras —lanzó el objeto en el pozo—. Hacerte sufrir es mi trabajo, y no me lo debes de arrebatar ¡¿Entendido?!

              —...Sí, señora —le dolió más la incertidumbre de sus futuras ansiedades que el propio zape ¿ahora como las iba aliviar?

La fama del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora