Capítulo 9: ADRIEL

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Todo era tan extraño.

Nunca había estado tanto tiempo con la misma persona porque siempre me acababa agobiando de ella, pero con Miley... Me sentía demasiado cómodo con ella y me empezaba a atraer de una manera que no quería, de la misma manera cuando me gustaba una chica cualquiera una noche, pero no deseaba verla de esa forma. Aunque no creía del todo que fuera atracción física, sino que empezaba a ser algo más y eso era lo que me asustaba, temía sentir algo.

—¿Puedo? —oí su voz entre tanto jaleo del supermercado.

Me volteé hacia ella y la vi señalando una de las cajas de cerezas con una sonrisa, que me provocó un calor en el pecho y esta vez no eran de las heridas que ya estaban cicatrizando.

—Claro —contesté mirando como sostenía la caja en sus manos y la dejaba en el carrito de la compra—. ¿Por qué estás tan obsesionada con ellas?

Me miró, pensando en una respuesta y se encogió de hombros mientras yo revisaba la lista que había hecho para no dejarme nada.

—No estoy segura —respondió—. Siempre me han gustado desde que era niña por el color, su forma... y porque están riquísimas.

La miré de reojo y fuimos a la sección de lácteos, donde cogí unas cajas de leche y Miley aprovechó para coger unos yogures al tiempo que yo iba a la caja a pagar.

—Y esto también —comentó poniendo los yogures en la cinta de la caja con las mejillas sonrojadas por haber corrido y me la quedé mirando en silencio, pensando que parecía una cereza por el color carmesí de sus mejillas.

—Creo que el apodo de tomate no te pega, mejor cereza.

Suspiró haciéndose la molesta y se cruzó de brazos.

—Da igual lo que haga, ¿no? Me vas a seguir poniendo motes relacionados con mi sonrojo y la comida.

—Para el poco tiempo que llevamos conviviendo juntos y te enteras ahora —me burlé provocando que pusiera los ojos en blanco.

Después, colocamos toda la comida en la cinta bajo la atenta mirada de la cajera, quien no paraba de mirar a Miley sin disimulo y se me hizo eterno hasta que pagué y guardamos la comida en tres bolsas para salir del supermercado. Miley no dudó en coger la menos pesada y dedicarme una sonrisa inocente cuando cargué con las más pesadas.

—¿Siempre es así? —la pregunté por cómo se había comportado la cajera una vez nos acercábamos al aparcamiento.

—¿La gente? —hizo un mohín de disgusto—. Tristemente siempre se ponen como locos cuando están delante de un famoso, aunque la chica ha sido muy maja... Solo me ha mirado.

—¿No te sientes...incómoda?

Se encogió de hombros y no dijo nada más, ya que se paró de repente y miró hacía una esquina con el ceño fruncido haciendo que mirará hacia esa dirección y después a ella.

—¡Señorita Wright! ¡Un momento! —oí desde la lejanía.

Miré de nuevo hacia esa esquina, viendo a una docena de paparazi aproximándose a nosotros con rapidez y agarré de la mano a Miley para que corriera hacia el coche. Me observó un milisegundo, asustada y salió corriendo hacia mi coche conmigo detrás.

—¡Unas preguntas, señorita! —decían.

Llegamos al coche y guardé las bolsas en el maletero, noté como seguía la bolsa de deporte con el dinero de Miley dentro pero ahora eso no importaba.

Los paparazzi nos alcanzaron al tiempo que Miley se sentaba en el asiento del copiloto y yo tuve que hacerme paso entre los buitres para llegar a mi asiento mientras no paraban de decir preguntas a lo loco.

Nuestras heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora