Capítulo 34: ADRIEL

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Tiene los ojos rojos y aguados, pero no derrama ninguna lágrima mientras me mira. Está ahí, parada delante de mí, a menos de un metro, pero siento que nos separan millones de kilómetros cada segundo que pasa.

—Si no vas, perderás tu sueño —susurra con la voz rota—. Si te quedas, me perderás a mí.

Mi corazón, ese que le entregué desde que confesé que la amaba el día de la cabaña, se hace añicos cuando esas palabras salen de sus labios. Un fuerte dolor me atraviesa junto con un ardor en mi pecho y las lágrimas no tardan en amontonarse en mis ojos, pero las contengo.

—¿Por qué me haces esto? —musito dando un paso hacia atrás porque por primera vez estar cerca de ella no es bueno, sino horrible.

—No puedo dejar que rechaces la mejor oportunidad de tu vida por estar conmigo.

Y no puedo creer lo que oigo.

No puedo asumir que ella piense que para mí es más importante unas cuantas canciones que ella...

No quiero que se subestime de esa forma.

No quiero que tenga metido en la cabeza que me da igual nuestra relación...

Y no voy a aceptar que Miley Wright se quiera tan poco.

—¿Y qué si es lo que quiero? —la pregunto porque necesito que lo entienda, lo necesito más que nada—. ¿Y si yo quiero estar contigo, pequeña? Dime, ¿qué pasa?

Una lágrima rueda por su mejilla y niega con la cabeza como si no me creyera, y eso duele más que esta conversación.

Miley aprieta los labios formando una línea gruesa y deja de contener las lágrimas, enseguida sus mejillas se empapan y se pasa las manos con dolor para secarlas, luego se ríe levemente sin gracia...

Y yo solamente la observo ahí, quieta, sufriendo por lo que estamos diciendo, dañándonos a ambos... pero no hago nada. Antes la quitaba las lágrimas, la sostenía en su tormento y ella en el mío, pero ya no... Ahora estoy parado, con un hormigueo en la punta de los dedos que me dice que la envuelva en mis brazos y la limpie las lágrimas, que la consuele...

—¿Y qué si te quedas? —soltó temblando, llorando...—. Lo nuestro no es para siempre, Adriel, nada lo es. Incluso algo tan fuerte como el enamoramiento es efímero, puede terminar.

No podía entender porque decía esas cosas, porque estaba tan empeñada en romperme, en rompernos... porque parecía que no me quería en su vida.

—No voy a dejar que mandes a la mierda tu sueño por mí —añadió.

—No me hagas esto, peque —la suplico porque ya me da igual, me da igual arrastrarme, me da igual que me vea así...

Miley niega con la cabeza y traga saliva con fuerza, parando de llorar y con el pecho subiéndole y bajándole con gran velocidad, con todo el cuerpo temblando...

—No puedo permitirlo, Adriel —repite y aparta la mirada de mí.

Me acerco a ella, aunque eso signifique que me haga daño y la toco, tomo su barbilla y la obligo a mirarme.

—¿Por qué, Miley?

No sé qué es exactamente que la pregunto.

No sé qué clase de respuesta quiero que me dé, pero me quedo esperando una, la que sea...

Me sonríe con tristeza y lleva su mano a la mía, me da un beso en el dorso y cierra los ojos unos segundos.

—Ve allí y cumple tu sueño —insiste—. No debes desperdiciar esto.

Niego con la cabeza con un nudo en la garganta y el corazón sangrándome.

—No voy a alejarme de ti, no ahora... —declaro y esta vez, soy yo quien derrama una lágrima.

Veo como algo dentro de ella se desquebraja al verme llorar, pero no cede, sigue quieta y firme.

—Ve a por tu sueño o quédate y olvídame.

Miles de agujas se clavan en piel, en mi corazón y abrasa, quema como el jodido infierno haber puesto mi corazón en sus manos y ver como lo aprieta hasta herirlo, hasta convertirlo en polvo...

—Estas siendo injusta —susurro.

—La vida es injusta.

Nos mantenemos la mirada unos segundos y memorizo su rostro, memorizo a la mujer a la que quiero... Al tiempo que ella se pone de puntillas y me da un beso en los labios que sabe a despedida, a dolor, a dos corazones quebrándose... Pero no nos detenemos, nuestros labios se mueven contra los de otro con tanta suavidad que arde y disfruto de su beso tanto como lo odio. Noto sus labios por última vez, su boca contra la mía, su aliento y la electricidad que me provocó desde aquel roce en mi coche. Y cuando todo termina... cuando el oxígeno se acaba y nos separamos, la observo un segundo que deseo que sea toda una vida.

—Adriel —me llama, pero no respondo.

Me separo de ella.

Me obigo a alejarme...

Y voy hacia la salida con su voz a mi espalda, luego agarro el pomo y abro la puerta con una presión en mi pecho.

—¿Qué vas a hacer?

No me volteo para mirarla, sé que si lo hago nunca me iré.

—Ambas cosas —la contesto con un nudo en la garganta—. Cumplir mi sueño y olvidarme de ti...

Mi mente me recordó su mirada llena de lágrimas de hace unos instantes y deseé desaparecer para borrar su dolor, para eliminar el mío y para que ese «nosotros» nunca hubiera existido...

Y pensé que dejarla ir era lo mejor que podía hacer.

Y me convencí de que lo nuestro jamás hubiera terminado bien.

Y me engañé diciéndome que mis sentamientos por ella acabarían desvaneciéndose como cuando paraba de tocar el piano y el eco de las notas terminaba.

Y entre tanta mentira supe que este era el mayor error de mi vida, pero tan solo me centré en mi dolor, en el repentino odio que se formaba dentro de mí, en la angustia que me recorría, en la decepción...

Hasta que noté un corazón herido, sangrando sin control.

Hasta que escuché un alma gritar en el vacío, cayendo sin parar para que cuando llegara al suelo se hiciera añicos... Se rompiera en mil pedazos una y otra vez sin descanso.

Hasta que sentí un dolor abrasador en el pecho, un dolor que me consumía por dentro, un dolor que nunca había conocido...

Yo, el tío que jamás sintió nada por nadie y que terminó enamorándose, estaba experimentando el dolor de un corazón roto.

Nuestras heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora