Capítulo 32: MILEY

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El camino de vuelta está lleno de silencio y de tensión, mucha tensión. Después de lo del río, cuando ha dicho eso... El ambiente ha cambiado drásticamente y no es que me incomode, me pone muy nerviosa y alerta. Siento todos mis sentidos más agudizados como si estuvieran esperando a que algo ocurriera, pero la cosa es ¿qué están esperando?

Me remuevo en mi asiento y miro de reojo a Adriel, se le muy tranquilo como si no le hubiera afectado nada de lo que ha dicho y yo, en cambio... Dios, es que es tan injusto. Yo estoy tan nerviosa y él está tan relajado, ojalá pudiera sentirme igual que él.

—¿Puedes dejar de moverte tanto? —dice sacándome de mis pensamientos y asustándome un poco—. Me estás poniendo de los nervios.

Yo sí que estoy de los nervios.

—No me estoy moviendo.

—Ahora no.

Pongo los ojos en blanco para apartar la mirada de él y ver los edificios de nuestra ciudad, frunzo el ceño al darme cuenta de que no estamos yendo a mi casa o a la suya.

¿Y para qué quieres ir a su casa?

Ignoro esa vocecita y miro a Adriel con los ojos entrecerrados.

—¿Qué? —cuestiona cuando ya no puede soportar más mirada acusadora.

—¿A dónde me llevas?

—Ni idea.

—No me mientas.

Abre los ojos, sorprendido y niega con la cabeza.

—Ya te dije una vez que yo no miento y que nunca te mentiría a ti.

Trago saliva contenido el impulso de besarle y guardándome mis emociones en una cajita, pero no puedo evitar ruborizarme como todas las veces que dice algo así.

—Entonces... ¿no vas a decirme a dónde vamos? —insisto cuando consigo calmarme, es decir, después de diez minutos de silencio.

—Te lo diría si lo supiera.

—¿Cómo no vas a saberlo?

En vez de contestar a mi pregunta, dice:

—A veces ir sin ninguno destino, te hace descubrir lugares únicos.

Asiento y vuelvo a mirar por la ventanilla del coche, las calles están abarrotadas de gente y la carretera está horrible.

¿Desde cuándo hay tanto tráfico?

—Ha sido girar a la derecha y....bueno, esto —dice señalando a nuestro alrededor—. Creo que mi manager me contó que hoy había una fiesta en el centro o algo por el estilo.

—¿Qué?

—Has pensado en voz alta.

Me dedica una sonrisa que me hace sonrojarme e intento tranquilizar las emociones que me causa un simple gesto suyo, aunque ¿desde cuándo me pasa esto? No recuerdo ponerme así cada vez que él me sonríe o cualquier otra cosa, pero desde lo de la cabaña... Todo ha cambiado, ese «nosotros» ha cambiado.

—...E ir a casa— le oigo decir—. Miley, ¿me estás escuchando?

—¿Qué?

Suspira.

—Decía que es mejor llevarte a casa —repite mientras mira a la carretera—. Con este tráfico no vamos a poder hacer nada.

No quiero ir a casa.

—Vale —me oigo decir a mí misma.

—¿Estás... bien? —me pregunta, dudoso.

—¿Por qué no iba a estarlo?

Nuestras heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora