Capítulo 20: MILEY

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Atravesé las puertas a paso firme, crucé el pasillo y subí en el ascensor con la cabeza en alto y pasé por las puertas del despacho hasta quedarme en frente de aquel hombre, el jefe de la discográfica, el señor Davies.

—He oído que quieres hacerme una propuesta —comentó con una sonrisa en los labios casi imperceptible.

—Se la quiero a hacer a Unpleasant, pero como quiere mantener su cara en el anonimato, tengo que decírselo a usted para que se la transmite al cantante.

—Muy bien, adelante. Cuénteme su propuesta.

—Quiero interpretar su canción en mi próxima actuación —digo sin flaquear en ningún momento, para que vea que voy en serio—. Quiero que el mundo vea el significado de la canción y sé que con ella puedo llegar a lo más alto.

El señor Davies se queda callado, pensado en mi propuesta durante unos minutos hasta que asintió con la cabeza.

—Tengo que hacer una llamada.

Se levanta de su sillón y sale de su despacho dejándome sola. No me muevo en los veinte minutos que tarda en entrar, me quedo en mi sitio pensando en cómo Adriel se lo tomará y espero que sea a bien.

Suspiro y miro los discos de oro colgados en la pared, los trofeos y fotos de cantantes con los que ha trabajado la discográfica, pero no hay ni uno de Adriel sino una hoja con la letra de la canción, la cual me sé de memoria. La hoja está escrita a mano y desde la distancia puedo ver la delicadeza de las letras, los pliegues de la hoja mostrando que en un momento estuvo doblada...

Y no puedo evitar preguntarme si esa será la letra de Adriel, si él ha accedido a que su canción este aquí colgada como un trofeo, pero no un trofeo suyo sino de la discográfica.

La puerta se abre mostrando al señor Davies y me dedica una mirada rápida antes de sentarse en su sillón de cuero marrón.

—Ha accedido a que las intérpretes —me informa.

Sonrío sin poder ocultar mi sonrisa de felicidad.

—Pero quiere ver el resultado de tu interpretación antes de que la expongas al público —añade y su condición es como una patada en el estómago.

—¿No hay otra opción?

—No, no la hay —niega con la cabeza y deja su teléfono encima de la mesa—. Ha dicho que la dejara que la use bajo esa condición y que, si no se cumple ya se puede ir olvidando.

Asiento con resignación y salgo del despacho, más tarde camino por el pasillo hasta el ascensor. Pulso el botón y las puertas se abren ante mí, paso dentro y doy al botón que conduce hasta la recepción. Allí cruzo toda la estancia hasta salir del edificio y coger un taxi hasta la casa de Ada, bueno, de las dos.

En el camino pienso en la condición de Adriel, en que tengo que mostrarle la coreografía y patinar delante de él. Una sensación agradable se hace paso por todo mi cuerpo al solo de pensarlo, pensar en que Adriel me verá interpretando su canción. Lo contradictorio es que también repudio la idea de que me vea, nunca he mostrado mis interpretaciones antes del día del torneo ni mucho menos lo he hecho delante de una sola persona. Es raro, no me importa que me vean millones, pero cuando se trata de él me vuelvo ¿tímida? Ni si quiera sé cómo me siento al respecto, pero tampoco sé si quiero averiguarlo.

Suspiro, apoyando mi cabeza sobre mi mano mientras observo las calles llenas de gente, cada persona va a un sitio diferente, tiene una vida única, unos pensamientos parecidos o contrarios, pero al final, todos tienen algo en común: sueños.

¿Y cuál es el mío?

Antes quería ser la patinadora más famosa del mundo y ya lo he conseguido, ya he cumplido ese sueño y ambición. Pero, ¿ahora? ¿Cuál es mi nueva ambición o sueño?

Nuestras heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora