Capítulo 30: MILEY

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Tengo el corazón en la garganta, la respiración acelerada y siento que he corrido un maratón por culpa de un solo toque de Adriel, por culpa de su intensa mirada azul y lo que me provoca.

—Son tus límites, Miley, muéstramelos —me susurra.

Pienso en que hacer, en huir de nuevo o en ser valiente y la segunda opción es la que elijo, así que asiento con la cabeza y doy un paso hacia atrás notando como aparta su mano. Luego tomo el borde de mi camiseta y me la quito sintiéndome de lo más expuesta, pero cómoda cuando me mira como si fuera la persona más hermosa que ha visto.

—Joder —suelta y veo como sus manos se vuelven puños.

—¿Qué pasa?

—Pasa... —murmura—. Pasa que estoy intentando no hacer la cosa que más deseo.

—¿El qué?

—Es la mayor locura de mi vida.

—Pero ¿qué es?

—No enamorarme de ti.

Mi corazón se detiene.

Mi respiración se corta.

Y el mundo se paraliza.

Adriel Cass acaba de decirme que quiere enamorarse de mí, pero yo llevo enamorada de él desde que nuestro primer beso...

—Ich kann mich nicht in jemanden verlieben, wenn ich es schon getan habe —dice y odio no entenderlo—. Ich liebe dich.

Entonces se acerca a mí y me toca las muñecas, va ascendiendo hasta mis brazos y hombros, luego al cuello hasta mis mejillas y me da un corto beso en los labios.

—Eres preciosa —me dice—. Y jodidamente valiente.

Le sonrió, pero no puedo evitar sentir un nudo en el estómago.

—Adriel, yo...

Pero las palabras no me salen y cierro los ojos, notando como tengo ese «estoy enamorada de ti» en la punta de mi lengua y cuando los abro... Cuando abro los ojos y le miro a los ojos siento un millar de emociones floreciendo en mi corazón, siento como brotan y se esparcen por mi cuerpo, como hacen estragos en mí...

Me entran ganas de llorar de repente como si necesitara expulsar todas estas emociones, como si mi cuerpo intentara hacerle ver cuanto me hace sentir...

Y noto sus manos bajando hasta mi cintura y trago saliva al notar su piel áspera contra la mía, su tacto frío contra el mio ardiente...

—Y solo haré las cosas con las que tu estes cómoda y lista —me sonríe—. Jamás haría algo que no quisieras.

Asiento con la cabeza y me abraza dándome un beso en la frente, me rodea con sus brazos y nos quedamos completamente callados mientras que el mundo sigue ajeno a lo que acaba de suceder entre nosotros. Todo sigue su curso salvo nosotros... Nosotros nos quedamos en este instante, en este segundo tan especial...

★★★

Se me hace raro tener que volver a casa, volver a entrenar para el torneo y dejar atrás esa casa de campo con Adriel.

Hemos salido temprano para llegar justo a la hora de comer, pero cuanto más nos acercamos a la ciudad, más nerviosa me encuentro y no quiero asumir el porqué de ello. Así que cuando Adriel aparca en frente de mi portal, cuando detiene el coche y noto su mirada sé que era hora de despedirnos.

—Nos vemos, peque —me dice dándome un beso en la mejilla.

Quiero decir algo, pero solo puedo regalarle una sonrisa y abrir la puerta del coche, aunque en verdad no quiera irme ni salir del coche, sino quedarme con él unos minutos más.

—¿No vas a bajar?

No consigo responderle, las palabras se atascan en ese nudo de mi garganta que se ha creado por la incertidumbre, por el temor de no volver a verle en días.

—¿Va todo bien, peque? —pregunta acariciándome la mejilla mientras me mira con preocupación, buscando algo que le diga lo que me ocurre.

—Yo...

Es lo único que puedo formular antes de abrazarlo con fuerza.

—Miley, me estás preocupando —me dice rodeándome con sus brazos con angustia—. ¿Qué pasa?

Niego con la cabeza y me aferro más a él, queriendo decirle que no quiero irme porque eso significa que los pensamientos fatalistas volverán y todos ellos están relacionados con él y esos tres días.

—Mierda, peque —susurra—. ¿Qué te pasa?

Y una vez más, no puedo contestarle.

Siento como me aparta un poco y también como coloca su mano sobre mi mejilla derecha para que le mire a regañadientes. Al final, lo hago y lo veo... Veo la confusión, la preocupación, la desesperación e incluso el miedo por mí y mis ojos se llenan de lágrimas.

—Tranquila —repite una y otra vez para que me calme—. Estoy aquí.

Me abraza con más ganas y me acaricia el cabello lentamente como quince veces hasta que el nudo de mi garganta empieza a desaparecer.

—Prométeme que no vas a desaparecer otros tres días cuando salga del coche —logro pronunciar.

—¿Qué? Claro que no, Miley —parece tan confuso y dolido cuando lo pregunto—. No me voy a ir a ninguna parte.

—Prométemelo —insistí.

—Te lo prometo —me da un beso en los labios que sabe a salado por mis lágrimas—. No voy a irme a ninguna parte, no sin ti.

Mi corazón da un vuelco cuando oigo esas palabras, pero no me da tiempo a decir nada más porque se separa de mí y me vuelve a dar un beso, esta vez en la frente. Después me dedica una de sus sonrisas y da la conversación por terminada, como si su momento de cursilería y sentimentalismo jamás hubiera ocurrido.

No digo nada al respecto y le devuelvo su beso, pero en la mejilla.

—Te enviaré un mensaje luego.

Me desabrocho el cinturón de seguridad.

—Y yo pensaré si debería responderte —le contesto con burla.

Entrecierra los ojos y niega con la cabeza, divertido. Después de eso, salgo del coche y me dirijo hacia el portal mientras me aferro a su promesa. 

Nuestras heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora