DÉCIMO TERCERA PARTE

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Eve abrió los ojos, sobresaltada y con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho. El sudor perlaba su frente y las lágrimas escocían al borde de sus ojos.

Se tomó un momento para hacerse un ovillo sobre la hierba seca y ponerse a llorar con las rodillas contra el pecho, auténticamente aterrada por la fuerza de sus alucinaciones. Por mucho que estuviera acostumbrada a sufrirlas después de aquello, el sentimiento de culpa cuando revivía la masacre de su escuadrón era insoportable, no podía perdonarse por lo que les sucedió a todos los buenos hombres que habían muerto ese día.

Ares acudió rápidamente hacia ella y con la nariz se abrió un hueco entre los brazos de Eve hasta sentarse frente a ella, quien lo abrazó y se quedó llorando sobre su lomo hasta que le faltó el aliento y las costillas le dolieron por el hipo.

Cuando la tarde comenzó a caer, finalmente pudo calmarse y recobrar la compostura, sus ojos ardían por la irritación y la congestión nasal apenas le permitía respirar. Con todo y eso se puso de pie y volvió andando sobre sus pasos hasta regresar a su departamento.

Le sirvió agua a Ares en su plato y aún con la sensación del sol ardiendo en su piel se apoyó en la pared, todo su cuerpo se sentía adormecido y apenas podía mantenerse de pie. Trató de dirigirse al baño, pero al instante en el que intentó dar otro paso, las piernas le fallaron e impactó contra una pequeña mesa de madera que tenía en el pasillo, tirando un retrato suyo de su tiempo en las fuerzas Delta y un jarrón de cristal al suelo. Se quedó un momento ahí, tratando de respirar mientras exhalaba quejidos de dolor.

Se puso de pie al poco tiempo, sujetándose del respaldo del sofá y apoyándose en la pared, volvió a avanzar otro tramo de la casa, la cabeza le daba tumbos y cada vez le costaba más trabajo respirar, chocó contra otro mueble y el impacto hizo que, de nuevo, un jarrón más pequeño se estrellase en pedazos contra el suelo.

Con dificultad, se dirigió al baño donde apenas entrar, se despojó de toda su ropa como si estuviera impregnada de ácido y se metió bajo el chorro de agua helada, hecha nuevamente un ovillo. Sus manos temblaban y le faltaba el aire, las imágenes de la llamarada de fuego quemando los cuerpos estaba grabada a presión en su memoria, comenzó a respirar con fuerza, sintiendo que por mucho que jalaba el aire, nada entraba a sus pulmones.

Deshizo la postura que tenía y apoyó ambas manos sobre el suelo, jadeando incontrolablemente, sus ojos muy abiertos vagaban sin rumbo de aquí hacia allá, observándolo todo y a la vez sin notar nada, pese al agua que corría por todo su cuerpo, las gotas de sudor eran claramente perceptibles, en la frente y el cuello.

Un dolor agobiante comenzó a nacer en su pecho, primero como una pequeña incomodidad y luego como algo que la estaba quemando por dentro. El terror que sentía cada vez que las alucinaciones se presentaban la estaba consumiendo.

Los quejidos finalmente salieron de su boca mientras ella se retorcía de dolor en el suelo de la regadera con la espalda encorvada, con los ojos llenos de lágrimas, el cabello húmedo que se le pegaba al rostro y el agua que entraba a sus oídos hasta taparlos.

«Haz que pare, detenlo por favor, ¡HAZ QUE PARE!»

Todo se repetía dentro de su cabeza, el fuego, los disparos, la expresión de tristeza en la mirada de Burkov cuando finalmente entendió cuál sería su destino al final de ese día, cuando supo que jamás volvería a ver a su hija. Todo ello vivía dentro de ella y la torturaba cuando finalmente parecía comenzar a estar en paz con lo ocurrido.

El dolor en el pecho se volvió tan insoportable que incluso le faltó el aliento para continuar llorando. Sus pulmones ya no jalaban oxígeno y ella había dejado de retorcerse. Se sentía mareada y la vista le fallaba, todo se nublaba a su alrededor y los sollozos eran lo único que mantenían activa su respiración.

Master Mind || ©ReidstarkgiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora