Un día somos infantes, sin ningún temor más que a los monstruos que viven dentro de nuestros armarios. Preocupándonos únicamente por resultar victoriosos ante los juegos y competencias que, junto a nuestros grupos de amigos, llevamos a cabo para gozar de una tarde ociosa y libre de otras cuestiones que apenas comprendemos.
Un mundo de colores brillantes y cosas mágicas.
Pero al otro día, y cuando menos nos damos cuenta, aquellos divertidos colores terminan siendo igual de opacos que considerar la recuperación de nuestras almas de niños después de la adolescencia.
Y peor, una vida que puede no ser del todo radiante se transforma cuando los estereotipos y los estándares sobrepasan nuestros niveles de humanidad y empatía.
Como todos los lunes de cada semana, nuestro grupo escolar se encontraba trotando alrededor del perímetro del campo de soccer. Porque, ni aun siendo estudiantes de arte, nos librábamos de la actividad física.
Entender, o al menos preguntar la razón por la que nos obligaban a dar al menos cinco vueltas al lugar, era en vano. Al parecer, incluso desde antes de ingresar a la academia, el actual profesor de actividad física era demasiado exigente durante sus clases.
Tanto que decidió ignorar a todos los estudiantes que ya nos quejábamos del cansancio después de la tercera vuelta.
Cuando estábamos al otro extremo la cancha, el desgaste de energía se hizo presente en una de mis compañeras, quien de inmediato detuvo el trote, colocó la palma de su mano sobre su pecho y se dejó caer sobre sus rodillas en el césped.
No poseía una complexión esbelta como mis otras compañeras, y tal vez eso podía explicar el porqué de su repentina caída.
Ella estaba algunos metros frente a mí, y cuando colapsó por el cansancio, nadie se acercó a ella para auxiliarla. Rápidamente reaccioné ante la ignorancia que mis compañeros estaban dando a la situación, especialmente Minji, su amiga, y su grupito de seguidoras hipócritas, que solo se quedaron de pie observando y murmurando entre risas. Entonces corrí hacia la chica.
— ¿Janhye — era su nombre —, qué te ocurre?
— Siento que no respiro — dijo a duras penas, intentando regular su ritmo cardíaco.
— Vayamos a la enfermería. Tú — hablé a uno de los chicos que estaban mirando —, por favor ayúdame a llevarla.
El chico a quien me dirigí reaccionó rápidamente y rodeó los hombros de la chica. Hice lo mismo y ambos la ayudamos a ponerse de pie para caminar en dirección al edificio.
No nos importó siquiera tener que cruzar el campo de fútbol soccer a pesar de que algunos chicos estaban disfrutando de golpear el balón y pasarlo unos a otros. Sin embargo y sorprendentemente, los jugadores se detuvieron para dejarnos pasar, incluso sin reprochar nada.
Tampoco le informamos antes al profesor, porque él estaba demasiado lejos como para llegar a él. Además de que su móvil parecía mucho más importante que todo lo que le rodeaba.
Entonces llegamos a la enfermería, luego de una caminata larga en la que, tanto mi compañero como yo dirigíamos nuestros ojos hacia Janhye, observándole en repetidas ocasiones con la ilusión de llegar antes de que sucediera algo peor, y a la espera y el deseo de que se sintiera mucho mejor pronto.
Rápidamente la enfermera de la academia nos pidió ayudarla a recostarse en una de las camas de la habitación, y luego nos pidió salir por unos momentos. Ambos obedecimos.
— Muchas gracias, por ayudarme a traerla aquí — dije a mi compañero.
— Sí, no es nada. Espero que se sienta mejor pronto. Volveré a la clase, creo que el profesor debería saber que la trajimos aquí.
— Está bien, te lo agradezco.
El chico hizo una ligera inclinación en respuesta, misma que imité, y luego se fue por dónde llegamos.
Yo, en cambio, me quedé ahí, esperando saber aunque sea un poco sobre el estado de salud de Janhye.
Algunos minutos después, la enfermera salió del lugar.
— ¿Sigues aquí? — me llamó.
— Sí, señorita. ¿Qué ocurrió con mi compañera? ¿Estará bien? — cuestioné.
— Tiene un leve estado de deshidratación y falta de energía, así que tuve que ponerle una intravenosa de electrolitos para que se recupere pronto. Ahora está dormida. Tengo que avisar a la dirección para que sus padres vengan por ella.
Parecía no ser solo un simple estado de cansancio, mucho menos de que su cuerpo llegara al límite solo por correr. Había algo más.
— ¿Puedo entrar a hacerle compañía? — casi supliqué.
— Sí, creo que no hay problema con ello.
— Gracias — le dije finalmente a la mujer antes de verla irse.
Entré.
Tal y como la enfermera lo había mencionado, Janhye estaba completamente dormida, con el brazo izquierdo pinchado y siendo hidratada por una bolsa de suero para hacerla recuperar toda el agua perdida.
Acerqué la silla del escritorio y la coloqué a un costado de la cama. Me quedé con ella, no precisamente porque fuéramos amigas, pero sí por el simple hecho de que ella no merecía pasar por algo así, sola.
En varias ocasiones escuché a Minji y otras chicas hablar sobre la complexión de Janhye, incluso mientras ella estaba presente. ¿Qué tan miserables podían ser sus vidas como para dañar a otras personas con ese tipo de comentarios?
Ver a Janhye postrada en esa cama me hizo pensar que, aunque no estaba peleando por su vida, seguro estaba lidiando con muchas guerras mentales consigo misma. Batallas entre el odio y su amor propio; entre escuchar a los demonios de otras personas o a sus propios angeles de la salvación y la aceptación a su persona.
Y aunque alguna vez experimenté lo mismo, sé que jamás entenderé todo por lo que ella tuvo que pasar.
Así que sí, me quedé ahí por empatía, para hacerle saber que las batallas no siempre se pelean solas.
Para hacerle saber que ella no estaba sola.
Entonces, el rápido pero estruendoso click que hizo la manija de la puerta, abriéndose, liberó de mí cualquier pensamiento sobre la joven que yacía en la cama a mi costado, y me hizo centrar mis pensamientos en él.
— ¡Lia! — Con su voz suave, pero en una tonalidad angustiante y un ligero intento de recuperar el aliento, pronunció mi nombre.
Seokjin.
Kim Seokjin estaba de pie en la entrada, aún sujetando la puerta. Sus cabellos castaños estaban desordenados, y algunos mechones de su flequillo estaban pegados a su frente gracias al sudor que la asegurada corrida le había generado.
Su pecho se elevaba con cada nueva inhalación, y caía rápidamente cuando liberaba todo el aire de sus pulmones.
Y aún así, ignoró el hecho de que su ritmo cardíaco estuviera tan alertado, como si hubiera corrido un maratón mientras un perro salvaje casi le mordisqueaba los tobillos.
— Tú... Estás bien.
Yo estaba completamente bien. ¿Por qué no lo estaría?
¿Por qué Kim Seokjin creería que no estaba bien?
¿Y por qué había corrido hasta la enfermería para descubrirlo?
— Sí, estoy bien. ¿Qué ocurre?
— Yo... Uhm, bueno...
Su declaración fue interrumpida por el movimiento de Janhye, que murmuró algo que apenas entendí, y luego volvió a dormir.
Seguro que el sonido de nuestras voces la habían casi despertado.
— ¿Podrías esperar afuera? Me quedaré hasta que la enfermera vuelva, luego podremos hablar un poco, ¿Está bien?
Seokjin asintió en silencio. — Tú... Estás bien.
Yo estoy bien.
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RULES BREAKER [KSJ]
FanfictionEn una academia de arte de Seúl, en la que no hay regla más importante que «no involucrarte con un universitario», Min Lia estaba completamente decidida a seguir aquella regla. ¿Qué podía ser más difícil que eso para una estudiante modelo como lo er...