Prólogo

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No soy una creyente de la reencarnación en cuerpos ajenos al nuestro. No pienso que un ser humano sea capaz de convertirse en un animal en su otra vida, pero sí pienso que todos volveremos a unirnos en algún punto después de morir. Pero en este caso, hasta aquí llega mi opinión.
Voy a hablarles de cómo es que un alma nace en otro cuerpo, en otro rostro y en otro lugar. No será exactamente igual a como era antes, pero lo que nos hace humanos y dignos es nuestra esencia. Por lo que ella se quedará. Nadie tiene la misma. Somos compuestos por carne y hueso de la misma forma, pero no hay nadie que tenga lo que cada especie tiene en su alma y corazón.

Me gustaría que sepas también que no me apresuro a desarrollar o a desplegar el desenlace principal de manera rápida. Hay muchos desenlaces aquí, pero el que más esperas hay que darle tiempo e ir alimentándole conforme la historia vaya tomando rumbo y dirección.
Quizá en algún punto te sientas perdido, como si estuvieses dando vueltas en círculos una y otra vez, pero quiero ser realista. Adoro sentir que estoy cerca, pero aún faltan un par de pasos más. Es estresante, lo sé, y como narradora me divierto muchísimo, pero también soy lectora, por lo que trataré de ser lo más empática posible.
Sé que dije que pararía de dar mi opinión, pero a veces soy muy indecisa.

Bien, le pondré fin a mi presentación.

Adéntrense al nuevo viaje. Volamos del siglo XIX hasta el que habitamos hoy en día.

Una cigüeña tocó a la puerta de alguna casa en California. Fue en aquel año, en 1996. No es como si hubiese nacido en una mansión. Esta vez, aquel corazoncito, latía en una familia de clase media, que se esforzaba por día a día darles lo mejor al par de niños que ellos tenían. A veces se permitían lujos o materiales de tercer grado de "necesidad", pero también ponían límites a sus bolsillos. Qué más daba si les llenaban las mejillas de besos y las noches de cuentos. No faltaba amor y eso era lo más importante.

Un año y medio más tarde, otra cigüeña voló, pero en dirección a Londres. Un tanto lejos, pero en el mismo mundo.
No vivía en el palacio de Buckingham, algo más como Westminster. Tampoco tomaba el té con la reina, pero le gustaba el que su madre le preparaba cada que llegaba de montar bicicleta con un par de amigos. Sus rodillas se lastimaban y ni siquiera se daba cuenta hasta que la regañaban.
Bajo el oscuro y gris Reino Unido, ella y sus ojos como un tanto verdes olivo. En realidad eran unos medio avellana, muy parecido el color al de la otra alma.

¿Tendrían que fusionarse acaso los continentes para que surja un encuentro? Tal vez era más simple. Solo empacar un poco y perseguir sus sueños.

AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora