Capítulo 34

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Narra Hailee

Se habían dado muchas circunstancias a la vez como para sentarse a pensar un poco. De hecho, ya me encontraba empacando un poco de mi ropa y unos cuantos objetos personales para el viaje a Los Ángeles. Con Ella no era muy diferente, y me preocupaba bastante el hecho de saber que sus emociones se encontraban bastante afectadas, tomando en cuenta los sucesos anteriores. A pesar de, su rostro era perfecto, o tal vez ella era mi percepción de perfección. No me refiero únicamente a la belleza que portaba consigo misma, sino que le encontraba tan embelesadora la forma tan tranquila en que respiraba y cómo con paciencia doblaba cada una de sus camisetas.

—Tal vez deberías hacer lo que tanto deseas—habló con una risita al finalizar.
Parecía haber estado leyendo mi mente, o es que yo era muy poco disimulada.

—¿Qué sabes?—le pregunté jugueteando con mis manos.

—Solo que no me dejaste de mirar en los últimos minutos, y tu sonrisa cada vez se ensanchaba más—se acomodó el travieso mechón tras su oreja izquierda.

—No sé qué esperas—me puse de pie—Ella—la tomé por los hombros—La belleza que tienes excede mi entendimiento y realmente no tengo tiempo para reaccionar, si te das o no cuenta. Me he vuelto completamente desvergonzada a mis acciones, a cuando no puedo quitar mis ojos de ti y que de pronto me descubras—acariciaba su rostro, como intentaba hacerlo con mis palabras—Sé que soy extremista, que apenas tengo el "derecho" de besarte—hice comillas con mis dedos—o de darte algunas caricias, y me atrevo a doblegarme ante ti, pero es que si no lo hago hoy, tal vez mañana no llegue a despertar y estoy segura que, tanto en el cielo como en el infierno sufriría. Por ello te hago saber siempre que me importas, que mis sentimientos no dejan de crecer y que me derrito con el simple hecho de verte en pleno actuar—Ella tomó la iniciativa para no dar más vueltas y por fin juntar sus labios con los míos, tanto como lo estaba deseando, a pesar de no ser algo nuevo.

No, no era cosa nueva, pero me enloquecía la forma en que podía tocar Urano, podía tocar el sol y no me permitiría quemarme, porque en cambio me proporcionaría brillo y calidez.

¡Que suaves! es que era para correr y gritar por todos lados.
Me enfurecía no poder parar, porque cuando me envolvía en su boca, no podía salir más. Ahí, en ese espacio tan suave y reducido, me sentía una mujer querida, consolada. Esperaba estar dándole exactamente lo mismo a ella, que lo merecía más que nadie en el mundo.

Se alejó y pude oír —aún con los ojos cerrados— cómo su respiración estaba acelerada, y cómo es que —ya con los ojos abiertos— tenía una manía por acomodarse el cabello tras las orejas, porque estaba en un intento de recuperarse.
Yo solo estaba perdida en lo que acababa de ocurrir.

—Haiz—no me estaba llamando, no me haría preguntas. Dijo mi nombre, pues era una forma de queja pequeña y dulce hacia la forma en la que yo me mantenía estática, junto con la risita que la acompañaba.

—De verdad adoro tus labios—sí, era una desvergonzada total.

—Y yo adoro cómo me haces caer—sacudió la cabeza—Eres muy romántica. Casi podría afirmar que tu personaje te está consumiendo—me dejó un beso en el mentón—Aunque, ahora que estoy conociéndote...—

—¿Qué?—me senté en el mismo lugar en el que estaba en un inicio.

—A veces pienso que eres una versión actualizada de Dickinson—continuó doblando lo último que le quedaba de ropa por guardar—Es decir, tienes una forma tan especial de cautivar, que en vez de parecer exagerada, según tú, solo me seduces más y más—pensaba que estar las dos, por mucho tiempo, bajo un mismo lugar era extremadamente peligroso—Y bueno, lo de actualizada lo digo por la época en la que estamos. Tenemos mayor libertad—era cierto, pero a la vez no, duramente.

AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora