Epílogo.

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Tres siglos habían pasado como un suspiro. ¿Qué eran trescientos años en la vida de un inmortal? Bueno, casi inmortal, mientras nadie le arrancara la cabeza del cuerpo...

Sakura camino por el pasillo hacia la habitación de sus hijas.

El silencio no era bueno. El dúo problemas 2.0 era realmente un peligro. No solo para ellas mismas, sino para la seguridad de cualquier lugar donde se encontraban.

Inundaciones, explosiones, derrumbes. Cualquier cosa podía pasar cuando alguna de ellas tenía una idea. Sobre todo Mélite, la pequeña era la encarnación de un demonio. Y con esa seductora y compradora sonrisa, herencia de la sangre Ninfa que corría por las venas de su madre, se libraba de todos los castigos. Sarada era calladita, calladita pero sin dudas la precursora en cada locura en la que se embarcaban.

Las gemelas se parecían demasiado a sus padres, esos genes Uchiha eran tan fuertes, solo habían heredado de su madre, la tez blanca y los grandes ojos verdes, tenían personalidades diferentes, al igual que Izuna y Sasuke, una más tranquila que la otra, pero ambas imparables cuando estaban juntas. De hecho era casi imposible separarlas sin que gritaran y lloran como locas.
Les gustaba escaparse de la guardería, les gustaban las guerras de comida...
Itachi estaba seguro de que el karma se había ensañado con él. Primero fueron sus hermanos, y ahora eran sus hijas quienes no paraban de volverlo loco.

Madara, quién se suponía era el mayor y debía infundir respeto. Sin dudas venía mal en ese asunto. Las niñas hacían con el lo que les venía en gana. Si hasta moños le ponían en el cabello. ¡Quién lo hubiera visto, al ciudadano ilustre, dueño de la planta de energía eléctrica más grande del continente... Con moñitos en el flequillo!

Shisui estaba más entretenido que nunca, puesto que las pequeñas, engendros de satán, tenían unos dones muy divertidos y curiosos.

Ella luego de tres siglos seguía sin manifestar ninguna rareza.
A veces creía que podía leer las mentes de sus hombres, pero era solo la costumbre, y lo bien que los conocía, que parecía saber lo que necesitaban o estaban pensando.

Se asomó al enorme dormitorio decorado en tonos rosa pastel, blanco, violeta, lila... Era como una explosión de tonos rosados y violáceos. Que le afectaba la vista y los sentidos. Pero las nenas lo adoraban. Cada sector del dormitorio pertenecía a una de ellas,  los violetas para Meli y los rosados para Sara.

Ojalá fueran tan angelicales en el interior, como en el exterior.

No las veía por ningún lado.

"¡Mierda, mierda, mierda!" Pensó, mientras se internaba en el dormitorio buscándolas frenéticamente.

Unas risas le llegaron desde arriba... No desde el armario, no desde debajo de las cunas, no desde el cuarto de baño...

Desde arriba, desde el condenado cielo razo. ¡Que los dioses se apiaden de ella!

Alzó la vista para verlas a ambas levitando, junto a algunos osos de peluche.

La capilla Sixtina se quedaba chica en comparación con la obra de arte que habían pintado con crayones de colores, por todo el techo.

—Sus padres van a estar muy felices de tener que pintar el dormitorio este fin de semana.—mascullo.— ¡Niñas, bajen de ahí ahora mismo! — trato de sonar firme, pero las sonrisas que le devolvían, con esos pequeños colmillos que apenas habían asomado, eran demasiado adorables, no tenían más de  tres años humanos, que al tiempo que tardaba un vampiro en alcanzar la edad adulta, era un suspiro. Se veían tan pequeñas y frágiles, cosa que no eran.
Pequeñas si. ¿Frágiles? Jamás.

Una lluvia de babas cayó sobre su cabeza. Sakura suspiró.
Bajarlas sería un desafío.

Obito andaba por el bosque, era la época de cría de los osos y necesitaba asegurarse de que estaban bien.

Novia Regalo - Saku-harén 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora