6. La tradición familiar.

8 3 1
                                    



Hoy era el segundo día y la primera clase es una convocatoria con los asesores de medicina, algunos de los profesores que nos estarán dando lecciones, doctores que trabajan aquí y algunos estudiantes. La sala de auditoria se encontraba llena y seria mi turno para presentar mi discurso, todos nos encontrábamos en nuestros asientos, en la tercera fila de abajo para arriba.

El señor Langford, terminó de dar la bienvenida y leyó mi nombre a través del micrófono que portaba en su oreja, me levanté y erguí la espalda, algunas personas le dan nervios al hablar enfrente de tantas personas, pero yo ya había perdido el pánico escénico, desde el instituto hago obras de teatro y eso me dio bastante seguridad al subir a un escenario. Al llegar al centro del escenario, coloque el micrófono en mi oreja, repase un poco mi discurso y cuando ya estuve lista lo coloque en la mesa que se encontraba en el lado izquierdo, nuestro profesor asintió con la cabeza indicándome que ya podía comenzar. 

—Buenos días a todos los presentes, mi nombre es Maia Holister y soy estudiante de último año en la universidad Manhattan. Tal vez han escuchado mi apellido en alguna noticia sobre la tradición de los Holister. —Algunos de la primera fila asintieron, escuchando con suma atención. —Pertenezco a una familia repleta de doctores, la tradición viene desde hace muchos años atrás, cuando mis tatarabuelos formaron una pequeña capilla para curar enfermos y darles atención médica a quien necesitaba, ellos dos atendieron a muchísimas personas enfermas y quisieron que sus hijos también lo hicieran, mis bisabuelos siguieron con la tradición pero ahí todo cambio. Ellos decidieron que todo Holister debía estudiar medicina, no importa cuál especialidad, solo debían hacerlo. Mi familia decidió que la mejor manera de continuar por siempre con la tradición,  es que la persona quien te va acompañar por el resto de la vida también sea médico, haciendo así que tus hijos también lo hagan. Así sucedió con mis tíos y mi padre. Nuestro objetivo siempre ha sido salvar vidas, ayudar a los enfermos y a quien lo necesite. —Hice una pausa para mirarlos, la mayoría de estudiantes lucían asombrados y algunos me miraban extraño seguramente pensando que se trataba de una broma y proseguí. —Mi padre es médico y director general de un hospital en Manhattan, él se casó con mi madre que es doctora y nutricionista; ambos trabajan en el mismo hospital. Mi hermana mayor es pediatra. Tengo un tío que es médico quirúrgico y mi tía es ginecóloga, algunos de mis primos también se dedican a esto. Desde pequeños hemos escuchado anécdotas de como nuestros familiares salvan vidas y por ende también nos enseñaban pequeñas cosas, cada día nos motivaban hacerlo, recuerdo que de niña solía decir ¡quiero ser doctora! En Halloween mi disfraz siempre fue una bata y un estetoscopio, para mí era el mejor disfraz del mundo. —Reí recordando cuantas veces lo hice, la sala también se escuchaban pequeñas risas. —Nadie me obligaba hacerlo, pero yo era feliz. En mi adolescencia hacia turnos de voluntario en una sala de emergencia, donde aprendí muchísimo pero todo formaba parte de lo mismo, yo quería aprender, porque desde niña me lo han inculcado, para mí es más que una tradición... Es mi sueño. —Termine de hablar y todos aplaudían, mostré una gran sonrisa, me disponía a despedirme cuando un chico de mi misma edad, se levantó obteniendo la palabra. 

—¿Y si alguno no quiere seguir la tradición? —Pregunto este, mostrándose curioso. Le sonreí sin separar los labios. No iba a mentir pero tampoco iba hablar mucho del tema. 

—Lo olvidaba. —Respondí observándolo por unos segundos, luego mire a todos. —No todos la siguen a la perfección, no puedes obligar a nadie hacer lo que no quiere, yo les acaba de contar sobre mi familia, mi padre es el del medio de tres hermanos, el hijo menor de mi tío no siguió con la tradición y mi tía que es la menor de la cuarta generación, ella contrajo matrimonio con un periodista. Cada uno toma sus propias decisiones y eso nadie lo puede cuestionar. —Mire al chico que ya había tomado asiento y proseguí a despedirme. —Gracias. 

Una Mentira Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora