Capítulo 54. Te quiero, gilipollas

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Oven

—Estoy bien, no seas pesado —le digo a Hammer que vuelve a revisarme las heridas, la verdad es que esos deltas me han dejado hecho una mierda, pero mala hierba nunca muere.

Y yo soy un hierbajo venenoso y con pinchos, y me gusta, a la mierda.

—Voy a revisarte todas las veces que quiera —me dice él malhumorado, menudo cabezón, pero me recuesto sobre la cama y le dejo hacer.

Tampoco está mal que te mimen, la verdad, pero pongo mala cara.

Le noto revisar mis morados, llevar sus dedos a mi cadera, ahí me llevé una buena patada, pero casi no me duele. Sus dedos están calientes, y solo cosquillean mi piel.

Se me está poniendo dura y Hammer se da cuenta, bueno, estoy moviendo mi bulto contra su otra mano, no es que yo sea alguien muy discreto.

—Aún estás lastimado —me dice él, pero apesta a alfa cachondo.

—Más te vale que hagas algo —le amenazo.

—Pero...

—Soy un puto héroe de guerra, estoy seguro de que si no me tocas tú habrá unos pocos encantados de hacerlo —le hago enfadar.

—No deberías decir nunca ese tipo de cosas, gamma suicida —me gruñe haciéndome vibrar y ponerme mucho más cachondo, sé que luego me va a doler todo, pero será de esos dolores ricos postorgásmicos, así que le provoco más soltando un gemido indecente.

Me baja los pantalones lo suficiente para chupármela, y yo agarro su melena rubia. Me gusta su lengua, me gustan sus dedos, y me gusta lo gorda que la tiene ya.

Ver a este maldito alfa abrirme y lubricar mi culo con su saliva, va a seguir siendo la imagen más caliente siempre. Pero que haga oído sordos a mis demandas e insultos porque vaya más rápido, me va a poner de mal humor, pasen las veces que pasen.

—Cállate —me muerde, así no me voy a curar antes, pero la verdad es que tampoco me quejo, me gusta demasiado.

Se mueve suavemente dentro de mí, tan suave que me paro a mirarle, tiene sus ojos cerrados, concentrado complemente en el movimiento.

—Hammer —le llamo, y sus ojos me miran no solo llenos de deseo.

Lo tengo en la garganta, quiere salir, quiero vomitarlo, pero me cuesta, me cuesta tantísimo que solo le beso.

Con cuidado se retira lo suficiente para que su nudo no me llene, y yo me quejo, pero en el fondo sé que eso hubiera sido demasiado para este momento.

Desde la noche de la celebración, este alfa no me ha soltado, vive pegado a mi cuerpo, apesta a mi alrededor. Tengo el culo mojado, pero sé que no me va a soltar.

—Ibas a irte, ¿verdad? —me dice sin mirarme, con su cara enterrada en mi cuello por detrás, lamiendo la mordida que me ha hecho.

—Sí —total, para que inventarme algo que no era cierto.

—¿Por qué? —Y por primera vez lo escucho vulnerable, pequeño, y este alfa es la cosa menos pequeña del mundo, hasta a mí me duele— Me hubieras matado, ¿lo sabes?

Suspiro y agarro sus manos, las agarro y me las llevo a los labios, sus nudillos están destrozados. Molió a golpes a todo delta que encontró en su camino hasta mí, y yo le iba a abandonar.

—Quería que tuvieras una oportunidad, y yo solo te provocaba problemas. —Putas verdades atragantadas en mi garganta, ¿por qué me costaba respirar? ¿Por qué mierda se me humedecen los ojos?

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