Capítulo 7. Un gamma en problemas

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Oven

Le había suplicado a Pot que me readmitiera en las cocinas, le había suplicado, incluso poniéndome de rodillas, ¿tú sabes la puta vergüenza que yo he pasado? Menos mal que no había nadie más allí, porque me hubiera muerto.

Hasta le prometí que haría todos los turnos, sin quejarme, sin joder a nadie. Y la muy zorra me dijo que no, que nunca volvería a las cocinas.

Al parecer no soy el único gamma con dos cojones, pequeños, sí, pero bien puestos.

—No sigas, no puedes volver a las cocinas —me dice, y en su mirada veo algo más, algo que no me gusta, envidia—. Tampoco vas a volver a las letrinas públicas, desde mañana estás en la de los alfas.

A la parte de los alfas no iba todo el mundo, aquello debía ser una broma. Allí solo iban los putos gamma vip, a limpiar mierda de categoría.

Y por su mirada de envidia lo supe, supe quién había sido.

Mis trabajitos de limpieza siempre eran interrumpidos por dos personas, por Slate que me visitaba tres días a la semana para una follada rápida y sucia; y el primer alfa de los Primeros, solo para verme limpiar mientras se le ponía la polla gordísima. Y ese grandísimo hijo de puta me dejaba siempre con la ganas.

Al menos, Slate cumplía como un campeón, no se quedaba allí solo mirándome como un puto pervertido demasiado bueno para follarse a un gamma.

Que le dieran a su pollón y a su cara de follador de maratón, que le dieran todo lo que a mí no me daba.

Pero ese cambio solo se podía deber a él, ¿quién más sino? Porque por mi buena conducta no sería, y allí era lo poco que teníamos para ser felices.

Ganarnos nuestros ascensos, y él me estaba jodiendo y no como me gustaría.

Cuando Mop se enteró no se lo podía creer, el muy desgraciado se alegraba por mí profundamente.

Solo mi abuela fue la única que se preocupó por mí.

—¿Qué has hecho, niño?

Quizás yo fuera así porque mi abuela no era como todos esos gammas sonrientes. Mi abuela tenía un rostro incómodo de mirar y escaso pelo en su cabecita. Quizás eso la hubiera posicionado mal incluso entre los de su clase. O quizás solo su puto mal genio, y por es yo la amo con todo mi corazón.

—Yo no he hecho nada —le digo, pero no cuela, me conoce lo suficiente.

—¿Cuántas veces te he dicho que dejes a los betas esos? Da igual lo que te ofrezcan, da igual, ahora es este puesto, y mañana solo te abandonarán.

Yo nunca tuve madre o padre, tuve solo abuela, y nunca pude mentirle.

—No es un beta —le digo en voz baja, no pude evitarlo y por primera vez me atrevía a mostrarle mis dudas a alguien—, es un alfa.

Ella dejó caer su costura al suelo, sus manos eran como garras y no veía bien, pero siempre fue la mejor costurera entre los nuestros.

Y entonces su enfado se diluyó, y apareció la más pura y dura preocupación, tanto que se contuvo de decir nada, y me hizo acercarme a ella para que me pudiera abrazar.

Yo a mi abuela no le niego nunca nada, y sentirme arropado por sus brazos es algo que jamás evitaría, me considerara lo duro que me considerara y fuera lo mayor que fuera.

—Ten mucho cuidado —me repetía una y otra vez—, por favor, ten mucho cuidado.

Después de aquello imagínate del humor que fui al día siguiente a las letrinas de los alfas.

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