Capítulo 29. Por favor

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Mop


Cuando el dolor remite es como si por primera vez pudiera respirar, lleno mis pulmones de aire y este esta lleno de calidez, me hace sentir tan bien, que intento olerlo más.

Y noto como me excito, es cuando me doy cuenta de que no estoy solo, de que ese olor corresponde a alguien.

A alguien que me tiene abrazado y cuando abro los ojos me está mirando.

Slate.

Slate me está mirando con esos ojos azules tan oscuros que ahora no presentan ningún tipo de calma, ya no.

Intento hablar, pero me duele la garganta, este celo ha sido brutal, de los más dolorosos que he tenido y sin embargo, él no me ha dejado en ningún momento.

Él ha estado consolándome todo el tiempo, y siento un cosquilleo en mi estómago, y un nuevo tirón, esta vez lleno de placer, en mi entrepierna.

No puedo evitarlo y gimo, girando mi cara para no verle, para que no vea lo muy excitado que estoy ahora.

Pero siento sus dedos en mi mejilla, tratando de que vuelva a mirarle. Y lo hago, claro que lo hago, porque en realidad quiero seguir mirándole siempre.

—¿Estás mejor? —me pregunta. Y yo tardo en entenderle.

Solo asiento, asiento e intento apretar mi pene erecto entre mis piernas, pero eso solo me hace excitarme más aún.

—¿Ya no te duele? —me vuelve a preguntar, y no, ya no me duele, no de ese modo.

—Ha sido intenso —sonríe—, creo que es hora de que me vaya.

Y entonces sí siento dolor, pero es de otro tipo, no es físico.

Pero Slate ha sido muy bueno conmigo, demasiado bueno, él no tenía porque hacerse cargo de mí, él ha pasado toda la noche cuidándome, consolándome, tengo que dejarle ir.

Y comienzo a retirar mis brazos de su cuerpo, aunque en el fondo no quiero hacerlo.

—¿Puedo dejarte ahora? —vuelve a preguntarme, ahora separados me siento solo de nuevo.

—Sí —le contesto, pero mi cuerpo dice que no, que ahora le quiere de otra forma.

Está sentado, y yo trato de hacerme pequeño dentro de mí.

—Mop. ¿de verdad puedo dejarte? —me dice acariciando mi hombro, y no puedo evitarlo, me giro hacia él, como si fuera el sol y yo tuviera frío.

Su mano acaricia mi hombro, y vuelvo a gemir, pero esta vez le miro a los ojos.

Él me mira, me mira de un modo en el que no lo ha hecho nunca.

—Eso no es buena idea, pequeño —me dice, pero sin apartar la mano de mi hombro.

Yo solo asiento, claro que no es buena idea. Él nunca ha querido estar conmigo.

Me siento tonto, pero como siempre, aprieto un poco más las piernas, creo que estoy mojando mi pantalón. No quiero que lo vea, pero cuando intento esconderme él me busca de nuevo.

—No quiero dejarte así —se inclina sobre mí, y sin poder evitarlo me arqueo en un espasmo de placer, agarrándole una mano.

Antes de poder volver a ser yo mismo siento su mano, está en mi entrepierna, está acariciándome. Y yo no puedo dejar de gemir, me giro hacia él, buscando más contacto.

Sé que él solo está cuidándome, ni siquiera sé porque lo hace, probablemente por lástima, y entonces tengo un vago recuerdo de Oven pidiéndole que me cuide, que por favor se haga cargo de mí.

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