Capítulo 4. Sentimientos revueltos

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Ellen Beckett

Mi cabeza ha estado flotando en las nubes, bailando con unicornios, soñando con el paraíso, o sea, con Adam. No sé qué me pasa. No debería sentirme así ahorita, pero no puedo evitarlo. Es algo que está fuera de mis manos. Es algo que solo sucede y ya. Sin explicación.

Apenas y he puesto atención en clases porque, como dije, mi mente está de viaje en un mundo en donde él y yo somos felices. Esa pequeñísima conversación de pocos segundos que tuve con Adam desequilibró mi mundo entero.

He pensado en darle seguimiento en Instagram, también pensé en la posibilidad de escribirle, sin embargo, mi puto orgullo no me lo permite. Muchas veces he querido hacerlo, pero jamás mis sentimientos han podido más que mi orgullo y mi dignidad.

Es extraño, lo sé.

Adam logra desestabilizarme sin ser ese su objetivo. Yo nada más deseo ser su meta. Su punto fijo. No tengo una explicación lógica, pero me vuelvo de cristal frente a él, de uno muy frágil y delgado.

Soy como una cría sin la protección de su madre. Bueno, al menos así me siento.

Puedo quebrarme, pero jamás dejaría que él me viese así.

Nunca le permitiría ver mis pedazos rotos.

Dejar que la persona que más amas vea cómo estás de rota, es algo que nunca debes permitir. Ser débil no es pecado; pecado es querer que todos lo sepan y que necesites de su lástima.

A veces hay que dejar a un lado todo y permitirnos de vez en cuando ser débil, pero en momentos como esos, la desesperación por pensar que somos un cristal a punto de romperse es asfixiante.

Revisé mi celular, de preferencia mis redes sociales y no tenía nada que me indicase que él... Agh, fui una tonta al pensar que me escribiría, o que me buscaría. Adam jamás haría eso. Porque, lastimosamente, ninguno de los dos sigue siendo un crío para hacer cosas sin pensar.

— Ellen, ¿estás bien? — me preguntó Tatiana —. Es obvio que la vaca ya no sigue con vida después de esos pinchazos. Oye, que no hace falta que apuñales su carne con ese tenedor como si fuera alguien que odias.

Miré el bistec sobre mi plato y efectivamente lo había estado apuñalando con un tenedor.

— Lo siento, estaba...

— En la luna.

— Algo así. No sé.

— Deja de rayarte la cabeza con cosas tontas, de esas a las que no deberías de prestarle atención siquiera.

— No es tan fácil — murmuré.

— ¿Cuándo he dicho yo que sea algo fácil de hacer?

— En ningún momento.

— ¿Por qué estás así como alma en pena?

— Ni yo misma lo sé — respondí.

— ¿Tiene que ver con Max o con... él? — preguntó haciendo énfasis en la última palabra, pues... obviamente, se refería a Adam.

Inocente Obsesión © #2 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora