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Emilio estacionó dentro de la casa, se quitó el cinturón y miró por el espejo retrovisor.

Joaquín estaba apoyado junto a la sillita de Alatz y ambos estaban dormidos con la boca ligeramente abierta, el Omega estaba tapado con una manta y con el cinturón por debajo de ella.

Tuvieron un día completo de parque, aprovechando que era sábado, los 3 estaban libres de trabajo y preescolar ese día.

Estaban exhaustos.

Emilio se bajó y desabrochó el cinturón a su bebé, lo levantó en sus brazos. Alatz recostó su cabecita en el hombro del Alfa y continuó dejando salir pequeños ronquiditos. Emilio lo dejó en su camita, asegurándose de que esté todo en orden y volvió sobre sus pasos.

Abrió la puerta de Joaquín, le desabrochó el cinturón; para poder sacarlo del auto, Emilio colocó una mano en su espalda y la otra por debajo de sus piernas y sin mucho esfuerzo, lo levantó al mejor estilo princesa, dirigiéndose dentro de la casa.

Un adormilado Joaquín abrió un poquito sus ojos y le sonrió.

— ¿Qué haces? — preguntó bajito. El oji-café no dejó de caminar, sólo lo miró de reojo — No puedo quedarme, Emilio. — susurró mientras bostezaba

— Duerme, Omega. Yo te cuido. — Emilio dió un leve apretón en su pierna. Se detuvo cuándo Joaquín se estiró para abrazarlo por el cuello, casi haciéndolos caer, Emilio lo tomó de los muslos para acomodarlo y suspiró.

El Alfa sonrió cuándo Joaquín se acomodó en su cuello, aspirando su aroma. Siguió caminando hasta llegar a su habitación, recostando al Omega en su cama, ó eso intentó, porque el castaño nunca le soltó el cuello.

— No. — se quejó — Estás calentito. — murmuró con voz mimada, Emilio rió apenitas y tomó con delicadeza las manos de Joaquín detrás de su cuello.

— Me gustas más adormecido, Omega. — le susurró y separó sus manos, dejándolo caer en la cama, al fin.

— ¿«Más»? — cuestionó Joaquín, con los ojitos entrecerrados y bostezó.

— Me gustas, Omega. Mucho. — finalizó y le dió un besito en la frente cuándo lo vió dormido otra vez.

Le quitó las zapatillas y lo cubrió con su manta. Emilio se quitó sus propios zapatos y abrigo, apagó la luz y suspiró deslizándose dentro de su nido.

Estaba quedándose dormido cuándo sintió las mantas y almohadas moverse a sus pies. Cuándo abrió sus ojos se encontró con Joaquín arrodillado fuera del nido, su cabello estaba revuelto, sus ojos brillaban cómo 2 estrellas ó eso creía el Alfa.

— ¿Omega?, ¿qué pasa?

— Quiero... Déjame entrar. Por favor. — rogó en susurros — Por favor, permíteme entrar.

— Ven, Omega. Puedes pasar. — concedió el Alfa.

Joaquín gateó hasta Emilio, se recostó a su lado y se abrazó a su costado, con el brazo de Emilio envolviéndolo. Respiró hondo, llenándose de los aromas a su alrededor. Acarició el pecho cubierto del Alfa con su mejilla y nariz, suspiró.

Aunque fuera inexplicable, puedes sentir que estás en paz con sólo recostarte con la persona correcta, porque el lugar siempre será el indicado.

Emilio apoyó su cabeza en la de Joaquín, acarició su brazo. Joaquín tomó aire y murmuró bajito unas palabras que el Alfa no entendió.

— No te oigo, Joaquín. — susurró el Alfa con los ojos cerrados, sin dejar de acariciarlo.

El Omega exhaló, apoyó su codo en las mantas; quedando frente al rostro del Alfa, puso una mano en su mejilla, logrando que abra los ojos y susurró:

Alatz // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora