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Emilio tocó el timbre sin parar hasta que la puerta se abrió.

— ¡Papi! — gritó el cachorro.

Alatz salió corriendo de la casa, estrellándose con las piernas de su padre. Emilio lo levantó en sus brazos, dando besitos en su cara. Rastros de lágrimas quedaban en la piel de su bebé.

Lo abrazó contra su pecho y metió su nariz en las hebras rubias del niño. Nunca. Nunca quería volver a pasar por ello, tanto tiempo lejos de su cachorro lo había enloquecido.

Aristóteles lamió la cabecita de Samuel, el lobezno intentaba acurrucarse con él; buscando un lugar seguro.

— Lunas... nunca vuelvas a hacerme ésto. — murmuró —¡Nunca más, cachorro! — le dijo mirándolo a los ojos.

Alatz le sonrió, hizo una trompita; quería darle besitos a papá también. Emilio lo sentó en su cadera.

Muuaaaa. —. Alatz plantó un beso en la mejilla de su padre, quién sólo suspiró. Lo había encontrado —. Perdón, ba. Nunca más...

Alatz miró detrás de él. Hasta entonces Emilio notó a un Omega y una niña, justo frente a ellos.

El Omega tenía sus ojos achinados: sus pómulos resaltaban con aquella sonrisa surcándole el rostro. Emilio nunca había visto una sonrisa tan hermosa, todo en él se movía por ese Omega comenzando a interesarle.

La niña llevaba su ceño fruncido y sus bracitos cruzados. Tenía la vista clavada en el suelo, suspiró de manera audible; Emilio estaba dentro de la casa.

— Uh, hola. — saludó Emilio con una sonrisa apenada — No me dí cuenta...

— Hola. Soy Joaquín, ella es Yamilé. Yo - No te preocupes. Noté que estabas ocupado. — Joaquín apuntó a Alatz con su cabeza.

Cuándo el Alfa le mostró su sonrisa, el Omega rodó los ojos mentalmente; ¿porqué tenía que lucir así?

Alatz estaba escondido en el cuello de su padre: no quería volver a estar lejos de él. Sólo se limitó a abrazarse a él y no soltarlo, mientras Samuel ronroneaba bajito.

— Gracias...

— No te preocupes. No tienes que agradecerme. Quisiera que alguien... — Joaquín lo pensó—. ...hiciera lo mismo con los míos, si algo así nos pasa.

El Alfa se dedicó a observarlo mientras hablaba. Tan lindo. Algo en él quería protegerlo, pero todos sus sentidos estaban en Alatz. Además, el olor en la cachorra le decía que no; indicaba la existencia de un Alfa en la vida del Omega. Emilio había buscado el olor en la casa ó en el Omega y el aroma sólo estaba posado en la morena.

Un gruñido lo hizo regresar a la realidad. Tensó el brazo alrededor de la cintura de su cachorro y buscó al emisor del gruñido.

Yamilé repitió su gruñido.

— Fuera. — demandó Yamilé — No puedes estar dentro de la casa. — Emilio acomodó a su hijo en su cintura y miró al Omega cuándo la morena lo hizo —.¡No puede! — se quejó.

— ¡Yamilé! — reprendió el castaño.

— ¡¿Qué?! — bufó la Alfita.

— Sé amable. — ordenó Joaquín con el ceño fruncido — Um, lo siento. Yamilé es algo...

— No te preocupes. Tengo un cachorro también. — rió Emilio — No puedes predecir lo que van a hacer...

Joaquín frunció el ceño: la idea de él mismo con un cachorro, no le molestaba. Más la idea de uno propio, lo aterraba. No, no. No. Él no lograría cuidar de uno

Alatz // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora