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— ¡Yamilé! — gritó Eduardo: sus hijos estaban discutiendo. El timbre volvió a sonar.

— ¡Que yo no fuí!

Eduardo bufó y fué a abrir la puerta. Sonrió al ver a su hermanito ahí, aunque, no duró mucho cuándo vió su aspecto; tenía ojeras pronunciadas y el cabello revuelto. Reprimió un gruñido de protección al ver que estaba llorando.

— ¿Qué pasó? — interrogó el Alfa, frunciendo el ceño.

Eduardo se hizo a un lado y el Omega entró en silencio, se quedó junto a él, observándolo cerrar la puerta.

— ¿Joaquín? —. El Omega sólo lo abrazó por la cintura y sollozó en su pecho —. ¿Qué pasa?, ¿A quién tengo que dispararle, tesoro? —. Eduardo acarició la espalda de Joaquín —. ¡Joaquín!, responde. Yo lo resuelvo, sólo dime quién...

— Temo.

Eduardo se tensó; la relación que Joaquín y Temo compartían, era complicada. Eduardo no podía manejar eso, Roy, necesitaba de Roy.

Mateo, el lobo de Eduardo, olfateó a Temo preocupado; Temo estaba dormido y por más que el Alfa lo intentara, no despertaba.

Eduardo gruñó: ¿Qué le pasaba a su tesoro? Joaquín era del tipo de persona que te amaba, pero no te lo decía. No lloraba enfrente de las personas, aunque estuviera destruido: decía que eso lo hacía débil, limitaba su expresión de emociones a; Sonrisas, pequeños abrazos y apodos bonitos. Entonces… ¿Qué era eso tan malo, para que su hermano llore en sus brazos?

— Duele. — sollozó el Omega. Eduardo frunció su nariz: las feromonas de miedo que estaba recibiendo lo hacían querer gruñir.

—¿Eduardo?, ¿hueles eso?, tus Alfas están enriqueciendo. —habló Nikolás, llegando hasta ellos — ¿Joaquín? —. El Omega acarició su pancita de 6 meses, levantó un ceja y se acercó a ellos —. ¿A quién hay que dispararle? — cuestionó sin gracia el rubio.

Niko hizo una mueca: Eduardo estaba formulando «Temo». El rubio le hizo señas a su Alfa; quería que lo siguiera hasta la sala.

— Duele..., duele. —. Joaquín se separó del pecho de Eduardo, mientras caminaban hasta la otra habitación, sus ojitos estaban llenos de lágrimas. El Omega se tocó el pecho—. Aquí, Edu. Dile que pare. Haz que pare. — sollozó el castaño.

Se sentaron en el sillón, Eduardo revisó a Joaquín. Tocó su pecho , tanteando la zona, pero Joaquín nunca se alejó de su tacto. El Alfa vió lo ojos de su hermano, casi completamente amarillos.

— ¿Temo? — interrogó el Alfa, su hermano negó con un puchero.

— Sigo siendo Joaco. —. Eduardo frunció el ceño al verlo temblar —. No quiero que él nos controle. — hipó el Omega.

¿Cómo puede controlarlos si está dormido? Eduardo, Temo está dormido desde antes que llegaran. 🐺

Eduardo volteó a ver a Niko: recibía angustia a través del lazo. Su Omega se estaba mordiendo las uñas de una mano, la otra estaba posada en su pancita; miraba fijo a Joaquín y su pierna se movía.

— Niko, vé con los niños. —. Nikolás lo miró y negó. — Haz lo que digo, Omega. Ésto no le hace bien al cachorro. — pidió el Alfa, Joaquín se acurrucó más a él.

— No me digas lo que tengo que hacer. — le respondió Nikolás — El cachorro está bien. Joaquín, no. —. Niko acarició su vientre y frunció el ceño.

Omega. Sólo quiero que estén bien. —. Joaquín gimoteó, apretando la mano de su hermano.

— No. No vas a dejarme fuera de ésto, ¡es mi amigo! — se quejó.

Alatz // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora