Acacia, el amargo pasado con toques de miel

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El padre de mis hijos venía de otras tierras, tan lejanas a la mía como lo son el Sol de la Luna. El hombre que se había adueñado de mi corazón desde el principio, tenía alma de guerrero; así lo recuerdo. Tenía el espíritu de un lince salvaje, haciéndole honor al nombre que le dieron sus padres: Lince...

"Lince", me dijo tocándose el pecho la primera vez que lo vi, y no dejó de repetirlo hasta que yo me atreví a pronunciar su nombre también. Por aquel tiempo él hablaba en su lengua y yo en la mía, tardaría un poco en aprender el idioma de los bosques, pero desde el inicio las palabras no fueron necesarias... El amor, el amor tiene palabras mudas que se siembran entre miradas, semillas de frutos puros, vírgenes de todo ultraje, que libres de grietas nutren un firme roble en la esperanza de un mañana, pero yo todavía no podía pensar eso, o mejor dicho, no podría enunciarlo en voz alta.

Cuando Lince recién llegó parecía un niño, espantado y raquítico, aun así no dejaba de sorprenderme su dureza: otros cautivos más grandes y más fuertes que él había terminado flotando como maderos en las agrias aguas del río hada; me costaba entender cómo él había logrado sobrevivir al viaje que la mayoría de esclavos definía como el "Tártaro de las aguas" algo peor que el propio infierno.

Venía en carne viva. Ese era el método de los capataces de esclavos para quebrar el espíritu de los nuevos, como si fueran perros, como también lo hacían con los caballos y dragones. En el pecho, sobre el corazón, su piel se deshacía a pellejos y brotaba de sí la marca de la compañía de esclavos, a modo de prendedor, esta marca se le ponía a los cautivos antes de embarcarlos, y la suya aún no cicatrizaba, pero yo me encargaría de eso.

En esos tiempos yo era la asistente de mi madre, curandera de aquellos desdichados que parecían nunca acabarse. Ella me enseñó a tratar las heridas de Lince: agua, savia de pino, y emplastos de mandrágora sobre la carne viva. Sus heridas debían sanar de adentro hacia afuera. Me puse al servicio total de la recuperación de Lince, pues mi madre, tan ocupada con tantos recién llegados, lo creyó conveniente, y yo asumí la tarea. ¿Utilizar magia? Por aquel entonces aún la desconocía y buscar un sanador de hechicería era un lujo que únicamente los ricos podían darse.

Las moscas sobrevolaban su cuerpo desgarrado, el cual reposaba boca abajo sobre unos tablones, cuando lo observé con mayor detenimiento por primera vez. Incorporarlo fue un reto tremendo, parecía que su alma se había alejado demasiado de su cuerpo, pero llegué a tiempo para aferrarla a él, con una cucharadita de melaza que lo espabilara, y unas gotas de opio que le hicieran tolerar mejor el dolor. Acto seguido empecé a limpiarle las heridas mientras él se mordía los labios, silencioso, sin emitir queja, sus heridas no estaban hinchadas, puesto que los cazadores no habrían tenido tiempo de echarle sal encima, no era la primera vez que veía a un hombre portar tales heridas, y tampoco ignoraba yo que debía estar sintiendo un dolor descomunal.

Mi pobre Lince, cómo hubiera querido darle palabras de consuelo, tan vulnerable él en esa situación, pero tan ignorante yo al mismo tiempo de cualquier vocablo en su lengua... Cuando por fin terminé, me senté a su lado para cantarle, era lo mejor que se me ocurría, dicen que la música es la medicina del alma.

Quería explicarle cómo debía hacer para no provocar la mano que empuja el látigo, cómo se obedece y se trabaja mientras vigilas con paciencia el fuego de la venganza, esperando el momento exacto para 'quemar el bosque'; quería enseñarle a mover las piezas del tablero con astucia a su favor, no solo para sobrevivir, sino para llegar a ser mucho más grande, para ser la luz de ese fuego y no únicamente su cuidador.

Pero Lince prefería haber muerto que vivir en la humillación de servir a alguien más.

"Si mi padre me viera, se levantaría de entre los muertos para escupirme los pies y renegar de mí, su hijo mayor. Mi padre murió en combate con los atacantes de nuestro pueblo, como es natural que mueran los hombres", así me decía, así se exaltaba.

El loco de los mil mundos (18+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora