Capítulo 1

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Y aquí vamos de nuevo, tarde otra vez, como la mayoría de veces.

Las historias tienen muchos finales, y en muchos casos tienen uno triste. Mi final triste va a ser que mi madre me va a matar por mi impuntualidad, ya ha querido hacerlo otras veces. No, que es broma, no lo ha intentado, pero ella quiere, lo sé, estoy seguro. Siempre que llego tarde, me reprende por una hora sobre los modales y las reglas del mundo.

Mi madre es de esas a las que le encantan las normas de comportamiento: cómo comer, qué tenedores usar, qué ropa vestir. Es un dilema tener que aprenderme todo eso, porque apenas y recuerdo lo que comí ayer como para acordarme todo eso. Además, no me gusta seguir reglas, prefiero la espontaneidad. Otra cosa por la que no me gusta, es porque es innecesario; ni siquiera vamos a restaurants elegantes, ni siquiera vamos a un restaurant común. Lo único elegante son sus amigos.

Papá es más tranquilo en esos temas. Solo le interesa que yo estudie y acabe el colegio, y que no me contagie de sífilis a mis dieciocho años. Como si yo fuera de esos que se acuestan con medio mundo. O sea, sí, pero ahora ya no.

Introduzco la llave en la puerta de mi casa, logrando entrar después de forzar la cosa que no abre con facilidad. Me acomodo mi cabello negro medio ondulado para que no se noté que corrí a lo loco. En la pequeña sala ya están reunidos todos, todos excepto mi hermana. Mi padre y madre están juntos, conversando y bebiendo champán, vestidos con elegancia, lo que resalta el cabello negro de papá y el rubio de mamá. Los señores Moldovan también conversan entre ellos, solo que sin una bebida en manos.

—Llegas tarde, Kier —resalta mi madre cuando me ve.

Mi padre le da una mirada con sus ojos grises para que le baje dos rayitas a su ira.

—Amelia, prometiste no ser tan estricta.

—Está bien, Vincent —suspira ella con resignación—. ¿Disfrutaste la tarde con tu novia? —me dice esta vez a mí.

—Sí. Estuve con ella y unos amigos. Se me pasó la hora.

—Como siempre.

Ignoro su comentario y me siento en el sofá para esperar a mi hermana. Willow —mi hermana— nos mandó un mensaje diciendo que tenía algo importante que anunciar a todos. Yo hice apuestas con Alice, mi novia, de que Willow anunciará su compromiso con Drystan, el menor de los gemelos Moldovan (Asher es mayor por diez minutos). Han sido novios por más de dos años, desde que tenían diecisiete, y considerando las presiones de nuestros padres, era obvio que Willow terminaría cediendo y siendo la hija maravilla de la realeza. No somos de la realeza, ni nos acercamos a ser ricos, pero ella sí parece con ese cabello rubio ordenado, muy diferente a mí que me gusta andar desarreglado con mi cabello negro enredado.

Supongo que mi madre sí le pudo inculcar modales. Como dije, no somos ricos, aun así, a mamá le gusta vivir de esa manera. Contrata empleados y servicio de limpieza, dejándonos con las justas para sobrevivir, ya que mi papá es el único que trabaja.

—¿Almorzaste, hijo? —pregunta Vincent. A veces me gusta tratarlo como un amigo porque él me lo permite en ocasiones. Normalmente los llamo por sus nombres en mi cabeza más que en el mundo exterior.

—Sí —sonrío. Mamá me mira fijamente, perforándome la cabeza con sus ojos ámbar. Acomodo mis anillos negros del dedo índice y anular de mi mano derecha, aminorando mi incomodidad y agrego—: Estuvo buena la comida.

Saludo a medias a Scarlette y Leonardo Moldovan, los amigos más cercanos de mis padres. Han sido amigos desde niños, prácticamente han crecido juntos. Yo considero a los Moldovan como los que adoptaron a mis padres; ellos sí son los ricos. Hay muchas fotos de los cuatro. Lo que más me sorprende son las sonrisas de los Moldovan, ya que ellos siempre se ven serios y frívolos.

Willow solía decir que los Moldovan son así porque no quieren que sus hijos fracasen, ya que tienen una importante empresa de automóviles. Drystan es el más inteligente de los dos, según Willow. Aunque, bueno, creo que es verdad, ya que Drystan sigue ingeniería mecatrónica y su hermano ingeniera comercial, y según las malas lenguas, una carrera es mejor que otra, aunque discrepo un poco de eso.

—Asher —le llama Scarlette a su hijo, agitando su cabello castaño claro. El chico rubio se acerca a su madre desde la esquina en donde estaba—. Ve a buscar a Willow en este instante a su habitación.

—¿Drystan no podría ir?

Su padre frunce el ceño, juntando sus cejas rubias. Asher parece inmune a eso, sin embargo, su mano se relaja y suelta un suspiro.

—Está bien —cede finalmente.

Pasa por mi lado guiñándome un ojo. Le gusta molestarme todo el tiempo. Aunque no sé si a él le gusto yo o solo lo hace para incomodarme. En ocasiones se pone a coquetear muy descaradamente como si de verdad quisiera algo conmigo, recalcando que le gustan mis ojos grises o mis labios, ignorando el hecho de que ya tengo novia desde hace tres meses. Y también ignorando el hecho de las mil veces que le he recalcado que no me gustan los chicos.

Veo a Asher subir por las escaleras con pasos pesados. Lo que los diferencia a ambos hermanos es un lunar en el final del mentón izquierdo, muy cerca de la oreja que solo lo tiene Drystan, además de . Ah, y que Drystan da miedo y parece que no duerme nunca por su cara de pocos amigos. Asher es más motivado y directo, a veces suelta las cosas sin pensar. Hermanos opuestos y con buena apariencia.

Drystan permanece en una esquina de la gran ventana que va de piso a techo, mientras sus ojos azules observan la piscina de fuera. Luce igual de desanimado que siempre, con algunos mechones de su cabello lacio cubriendo su frente. Se percata de que lo observo y cruza una mirada conmigo. Me da una sonrisa algo siniestra que estremece mi cuerpo. Mejor miro al piso. Soy muy sociable con todos los que me pasan en frente, pero con él me es imposible. Siento que no me termina de convencer.

—¡Willow no responde! —informa Asher desde arriba—. ¡Señora Evanson, necesito la llave, la puerta está bloqueada!

Mi madre se levanta seguida de papá. Suben las escaleras, con la llave en mano. Los Moldovan también los siguen, con los rostros llenos de preocupación. Mis alarmas también se activan, pero trato de ser optimista, no pensar en el desastre. Me levanto con tranquilidad y subo las escaleras, aunque eso se va cuando escucho los gritos de mi madre.

Al entrar en la habitación de mi hermana, toda mi energía se drena en un milisegundo. Ella está en el suelo, muerta, con los ojos abiertos de par en par. A un lado de ella hay varios frascos de antidepresivos completamente vacíos. Mi padre trata de resucitarla, queriendo con todas sus fuerzas que ella viva.

Percibo las lágrimas por mis mejillas y el dolor horrible en el pecho que se agranda cada que mi hermana no respira, cada segundo en el que ya no está aquí.

—Ella... —solloza mi padre, deteniendo la resucitación—. Willow está muerta.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora