Capítulo 8

1K 135 68
                                    

Al meter mis manos en los bolsillos de mi abrigo, toco un papelito pequeño. Es de una galleta de la fortuna que Drystan me dio antes de dormir la noche en la que me hizo comer sin preocupaciones. A ambos nos vino dos frases algo peculiares.

A Drystan le salió «Cásate con alguien que sepa conversar, ya que con el pasar de los años sólo eso podrán hacer». A mí «El amor de tu vida no puede escogerse a cara o cruz, la paciencia te llevará hacia él».

Ni el muy sabio de Moldovan supo interpretar muy bien lo que significaban, en especial la mía, porque yo no ando escogiendo a quién amar. Si pudiera, amaría a Alice y ya.

—Mantente alerta —me recuerda el rubio porque nos bajamos en la próxima parada del autobús.

Por estos sectores ya casi no hay casas. Estamos entrando en lugares de pura agricultura y ganadería. Es muy hermoso venir por aquí, ya que he vivido en la ciudad toda mi vida. El paisaje de por sí es hermoso, y lo fuera más si no hubiera nubarrones sobre nosotros.

Me aseguro de tener el cuchillo de una manera que sea fácil de sacar de mi abrigo y me obligo a respirar. Es el mismo cuchillo con el que lastimé la pierna de Scarlette cuando huíamos de casa. Drystan tiene el arma bajo su chaqueta, cargada con balas que consiguió en una tienda de armas mediante un elevado costo para pasarnos por alto. También nos consiguió unos guantes de tiro para no dejar huellas por todas partes en caso de algo peligroso. Son cómodos, ni gruesos ni finos.

Me preocupa tener balas, porque es un constante recordatorio de que podría armarse un tiroteo que nos costaría la vida.

Quiero volver a casa. Siempre me repito eso en situaciones de tensión. No es que fuera lo más seguro del mundo, pero al menos solo tenía que lidiar con mamá y algunas nimiedades de adolescente antes de entrar a la universidad.

Nos bajamos del autobús para seguir un camino por un sendero algo olvidado. En medio de tremendo pastizal solitario, está un caserío bastante amplio, con un par trabajadores alimentando a los animales. El olor a campo es fuerte, bastante agradable. Quizá sea el aroma del estiércol, pero sigue siendo agradable.

—¿Aquí vive Mario? —pregunto yo a una mujer que está vestida con un overol y usa unos guantes amarillos.

—Sí. ¿Para qué lo buscan?

—Necesitamos información de alguien que él conocía. Oliver, se llamaba.

Ella asiente y entra en la casa. No tarda mucho en regresar y hace de guía para llevarnos a un granero bastante grande, solo iluminado por un foco en el centro, en donde está un hombre delgado de cabello negro rapado, mirando a la nada y bebiendo un trago. Supongo que lo hace para verse cool.

—Aquí están, jefe. Yo me retiro.

Nos deja a solas con el tipo de unos veinticinco o más.

—¿Qué buscan saber de mi viejo amigo? —pregunta Mario. He aquí cuando Drystan interviene.

—Oliver tenía una novia de la que abusaba. Y tengo entendido que tú contribuiste con algo.

—¿Yo?

—Sí. Alguien te pidió que contactaras a Oliver por algo de su aspecto. ¿Qué de importante tenía eso?

—No lo sé. —Se da vuelta para acercarse. Deja un paso de distancia entre nosotros. Resulta ser más bajito—. Era la voz de un hombre que pedía a alguien de confianza. Qué mal que no puedan vivir para contarlo.

Chasquea los dedos y la mujer de la entrada aparece con un arma en manos. Drystan saca la suya y la apunta a ella. Mario la suya y apunta al rubio. Dos que van a matar a Drystan y yo aquí sin poder hacer nada.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora