Capítulo 28

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Colocamos la última mochila en el maletero del auto de Drystan. Él se arremanga la camisa blanca y cierra el maletero con un poquito más de la fuerza necesaria. Me quedo aquí en mi sitio mientras va a despedirse de los demás. Estrecha la mano de Eliot, abraza a Lilian y a su madre, y por último a Maritza. La encargada de la casa saca de su bolsillo una pequeña figura tallada en madera, una cabeza de búho para ser más exactos.

—Para la paz y sabiduría —asegura Maritza, apretando la mano de Drystan en un gesto de calidez. Tal parece que ella le agarró algún cariño a Drystan de tanto tiempo que compartieron la cocina.

En medio de su expresión triste, Drystan eleva un poco las comisuras de sus labios. Se monta en el coche, encendiéndolo a la espera de mi turno para despedirme.

—Te voy a extrañar —me dice Eliot.

—Deja de ser tan adulador con todo el mundo. —Sonrío a medias—. Gracias por todo, Eliot. Nunca olvidaré este lugar.

—Puedes venir a visitarnos de vez en cuando —interviene Lilian, lanzándose en un abrazo—. No te vas a mudar a otro país o algo así, ¿verdad?

—No, tienes razón. Tal vez venga el próximo año para esa vez sí disfrutar la feria.

La señora Antonia suelta una risita cuando su hija me libera del gesto afectivo.

—No lo niegues, también es para comer más de mis preparaciones.

Río al igual que los demás por esa absoluta verdad. Maritza posa sus manos en mis hombros, mirando al auto, a donde está sentado Drystan.

—También le he agarrado cariño, y es un poco difícil verlo de esa manera. Cuídalo mucho.

—Eso haré.

Un último abrazo para los dos chicos, algo que sorprende a Eliot antes de que me abrace igual que Lilian. Creo que van a ser las dos personas que más extrañe cuando esté lejos de Greentown. A pesar de todo, fueron los que estuvieron conmigo en mi recuperación, fueron la compañía para mí y para Drystan durante estos largos días. De alguna manera, estos dos extraños que conocí en medio del camino de los secretos, se convirtieron en más que eso, se podría decir que en mis amigos.

Drystan arranca el auto cuando me subo. Me despido una última vez, agitando la mano. Las despedidas nunca son suficientes, en especial cuando se trata de gente a la que le agarraste alguna clase de aprecio. Con las despedidas uno aviva la esperanza de volver a verse, se demuestra el verdadero cariño u odio que le tenemos a alguien al querer o no que se marche. Al menos, eso pasa con los que aún nos acompañan en vida; con los que no, esa despedida es la que más recordaremos, la línea entre el pasado y el presente.

La finca va quedando atrás, desvaneciéndose como el espejismo de un cuento. La carretera rodeada de nieve le da un toque más frío al día, uno más grisáceo que iría acorde a toda esta situación. Drystan maneja como un robot, gira donde tiene que girar, frena donde tiene frenar, pero no hay expresión alguna en su rostro en este momento. Es como si le hubiera borrado su parte sensible, o probablemente sea una máscara para denotar que de alguna manera le duele.

—No tardaremos mucho en Bélicruz —dice, más para convencerse a sí mismo que como una promesa—. Iremos a la morgue, identificaremos el cuerpo y nos iremos.

—¿No habrá funeral?

—No. Odiaba los funerales, siempre dijo que quería la cremación para su familia, como lo hizo con Asher hace no mucho. En su testamento está dónde quiere que sus cenizas se dispersen y todo lo que la funeraria necesita.

En su rostro noto que no le agrada mucho la idea. Hace un par de días nos enteramos que Asher había sido cremado, y noté esa misma expresión porque no pudo despedirse de su hermano ni habrá un lugar específico al cual ir para recordarle más cercanamente.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora