Capítulo 23

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Abro los ojos poco a poco, percatándome de que estoy al borde la cama. Me limpio toda la saliva de mi boca y me muevo al centro de la cama solitaria. A veces odio que Drystan despierte más temprano que yo. En momentos de tranquilidad, él despierta a eso de las seis de la mañana, su hora normal cuando no teníamos que escapar de nuestras familias locas. Recuerdo que una vez pasó a recoger a Willow, y como la muy lenta no se apresuraba, Drystan tocaba y tocaba el claxon. Ese día pensé seriamente en tirarle una piedra a su auto de miles de dólares.

Me incorporo sobre la cama, tratando de ignorar el dolor en toda la parte baja de mi cuerpo. Supongo que es un precio bajo que pagar. Pero equis. Observo las ventanas cubiertas de vaho, lo que me asegura que fuera debió hacer un frío de muerte. Y es obvio, considerando que entramos a diciembre y pronto llegarán las nevadas de invierno.

Luego de una ducha rápido, rebusco en una de las mochilas de ropa para sacar algo que me quede cómodo para este día. Se me hace un poco difícil pues Drystan y yo metemos todo a la maldita sea y ya no sé si estos calcetines son suyos o míos. En medio de la búsqueda, doy con un papel que detalla el pago de una cuenta. «Servicios de cocina», pone en los detalles, fechado el sábado 27 de noviembre de 2021, el día de la cena en la que me propuso ser mi novio. Es básicamente el pago a un ayudante de cocina por la preparación del menú de esa vez.

«Ya decía yo que aprendió muy rápido a cocinar —comenta mi conciencia—. Su esfuerzo fue nulo». Odio que esa vocecita pueda tener razón. Odio también tragarme esos comentarios de una voz imaginaria, porque duele un poquito ya que creí que él se mató haciendo eso, incluso deseé ver cómo se asustaba por el aceite salpicando.

Y eso parece llevarme al Limbo, desde una perspectiva de la mesa del comedor de ese departamento. Están dos personas, Drystan y una señora con uniforme de chef. Veo cosas quemadas, a la señora perdiendo la paciencia, Drystan echándose agua en los brazos, la cena terminada.

Esto es nuevo. Nunca antes había observado una visión tan detallada. Todo era sombras, acertijos, movimientos y objetos abstractos que me ponían a usar la única neurona que tengo. Esto me hace sentir dos cosas: emoción porque mi habilidad progresó, aunque no sé cómo; y estupidez de mí mismo por haber pensado lo peor de Drystan. Ciertamente me apresuré, y ciertamente mintió en algo, pero no fue como yo lo esperaba. Quizá mis emociones me permitieron ver más allá de acertijos.

Guardo la factura en mis bolsillos una vez termino de vestirme. Enseguida salgo de la habitación, escuchando leves sonidos que provienen del gran comedor de esta casota. Si no fuera por la luz abundante, este lugar sería perfecto para que me aparezca la llorona y me lleve consigo.

—¿Por qué tanta prisa? —pregunta la voz de Eliot—. Al menos dale un poco de buen trato a tu novio.

Llego a la esquina, asomándome muy poco para ver a los dos chicos. Están enfrentados en cada extremo de la mesa, la cual está cubierta por varios platillos de comida que huelen muy bien.

—No vinimos de vacaciones —responde Drystan con tono seco—. Llévanos a la cabaña este mismo día, o...

—No te conviene amenazarme, al menos no en mi casa. Relájate un poco. Con un novio como Kier, deberías estar feliz todo el tiempo. ¿Acaso no se divierten?

«Si supieras», pienso. Aunque tampoco hay mucho tiempo para divertirnos mientras luchamos por sobrevivir. No es como que mientras nos quieren matar podamos pedir una tregua para bailar.

—Deja de poner su nombre en tu sucia boca, porque...

—¡Como que hace frío! —grito al caminar hacia ellos dos. Si no intervengo, aquí va a haber sangre, y no de Eliot, considerando que Drystan no le pega ni a una mosca y Eliot parece haber asesinado a media docena de personas—. Un buen desayuno lo arregla todo.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora