Capítulo 9

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Si no me matan mis padres, lo harán las caídas tremendas que me doy en plena madrugada. Logro sentarme en el suelo, todavía aturdido por golpearme la cara. Voy a quedarme sin nariz, aunque, rinoplastia gratis.

Observo a mi alrededor. Se supone que estoy del lado de Drystan, por lo que no debería haberme caído si es que me fui encima de él. Pero obvio que me caí si él no está en la cama. La puerta de la habitación está entreabierta, así que deduzco que salió de la habitación. No al baño, eso es seguro, porque tenemos uno en el cuarto. ¿Adónde fue?

Agarro el móvil: 02:23. No me imagino a dónde pudo haber ido a estas horas. Decido levantarme del suelo y estirarme para aminorar el dolor de espalda. Puede que él haya ido a la cocina a beber agua. La primera noche me despertó sus movimientos. Estaba balbuceando cosas sin sentido en los sueños. Rodeó mi brazo con los suyos, temblando y respirando agitadamente.

Vuelvo a la cama, ya sin poder pegar el ojo luego de diez minutos sin saber de él. Al girarme, su almohada desprende su aroma, un aroma atrapante que parece un somnífero agradable. Me doy un golpe en la cabeza cuando me estoy durmiendo hundido la cabeza en su almohada. No debería preocuparme por él, al menos no como lo hago. Dije que era su amigo, lo cual no significa esperarlo en la noche como una madre que espera a su hijo de las fiestas (experiencia propia de mi madre).

Fuera está iluminando la luna, una luna tenue, casi la mitad, lo suficiente para no dejar a oscuras el inhóspito bosque que hay afuera. Escucho un sonido de hojas resquebrajarse proveniente de fuera. Yo sabía, yo sabía que iba a terminar metido en una peli de terror, que me arrancarían el hígado y me cortarían pedacitos. Y ahora escucho a la llorona, viene a por mí, viene a por un hijo...

¿La llorona emite sonidos frustrados? No lo creo, mucho menos con la voz gruesa, o capaz y sí tiene voz gruesa.

Equis.

Me acerco a la ventana. Muevo las cortinas de una sola, que pase lo que tenga que pasar. Nada. Miro a todos lados, entrecerrando los ojos para ver entre la baja luz de luna y el contraste de oscuridad. Cerca de un árbol alejado de la casa, veo sombras moviéndose. Intento otro ángulo de visión, percatándome de que hay alguien sentado entre las raíces, golpeando el suelo y a sí mismo. Es Drystan, y ahora se tira del cabello.

No esperaba que tuviera otra noche de pesadillas como para verse en la necesidad de salir al frío otoñal. ¿Lo peor? Es que parece que solo está con una camiseta y un pantalón, además de sus zapatos. Está congelándose, castigándose a sí mismo.

Me coloco un abrigo y mis zapatos. Agarro una manta. ¿Debería llevarle un café? Y ya que estamos unas empanaditas de pollo.

«Kier, esto es serio», me dice mi cabeza. Tiene razón. Con mis cosas personales sí mucha burla y estupideces. Ahora se trata de alguien más, estoy a punto de acercarme a alguien para tratar de ayudarlo emocionalmente. No se trata de Willow, ni de Carter, ni de Alice. Es Drystan de quien hablamos, alguien a quien casi no conozco y no sé cómo lidiar con él.

Bajo las escaleras con mucho cuidado, luego de cerrar la puerta de la habitación. Uno es compañía, dos es estorbo. Si Lilian despierta, solo hará preguntas, y no quiero que Drystan reviva una y otra vez lo sucedido en voz alta. Es suficiente con repetirlo en su cabeza. El frío instantáneamente me roe los huesos y los músculos, casi que hasta oigo los chasquidos de los huesos de tanto temblar. Las hojas del otoño bajo mis pies suenan delicadamente, anunciando que me voy acercando.

Le oigo sollozar, un sollozo destruido por la culpa y las repeticiones auditivas y visuales de lo ocurrido. Lo primero que hago al llegar a su lado, es sentarme junto a él y pasar la manta por ambos. Le rodeo los hombros con mi brazo, y él hunde su rostro en el hueco de mi cuello y hombro.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora