Capítulo 6

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Decidimos quedarnos un par de días en este lugar, más para que el brazo de Drystan se recupere un poco más. Obviamente he tenido que hacerme cargo de sus curaciones, pero supongo que es lo mínimo que puedo hacer en compensación por tanto que ha hecho por mí. ¿Lo repugnante? No la herida, sino que mis manos han empezado a sentir medio extraño la piel del chico, como que empiezo a percibir de mejor manera la suavidad de su hombro. Una locura, como todo esto.

Hemos traído comida para todos. No solucionará el problema que tienen, eso necesita más tiempo y algo mejor; fue como un pago por su hospitalidad. Nos brindaron cobijas y un espacio muy agradable y cómodo para dormir. Le pregunté a Ulises por qué no entraban en las casas, y me dijo que es porque las puertas están selladas y que lo considerarían como invasión de propiedad puesto que las casas tienen dueños.

Ayer hicieron una especie de reunión en donde algunos cantaban y tocaban instrumentos que rescataron de la calle. Se les daba muy bien, e incluso el insensible de Drystan movió un poco la cabeza con el ritmo de las melodías. Me enteré que algunos de este grupo van por las calles tocando música, recaudando lo que necesitan para sobrevivir. Me contaron que uno de los músicos fue contratado por alguien de dinero para tocar en una banda, lo cual sin duda fue genial saber. Dicen que es como una esperanza, que, si uno pudo, todos podrán llegar al anhelo que desean: encontrarse con sus familias, tener un trabajo, vivir sin que la sociedad los tache de ladrones.

Me quedé dormido en una siesta. Supongo que Drystan también porque sigue dormido. ¿Lo terrible? Es que desperté abrazando su torso. Mi cuerpo de lombriz con sal no puede quedarse quieto. Una vez desperté sobre el pecho del chico. Otra vez, con mi cara en el suelo y babeando sobre este. La peor despertada fue debido a un perro que me lamía la cara como si fuera un pedazo de pan. Ese día fue el único en que el rubio despertó antes y me vio y se río y el perro le ladró y luego todos despertaron asustados.

Retiro mi brazo del cuerpo de Drystan. Sigue haciéndome extraño que cuando duerme parece un chico tranquilo que no rompería ni un plato. ¿Lo mejor? Es que duerme con elegancia, no como yo que amanezco con la boca abierta. Una vez, Willow me había tomado una foto dormido, con los párpados medio separados. Parecía esos perros que fingen estar muertos y sacuden su pata. Solo me faltaba sacar la lengua y todo quedaba a la perfección. Ah, y sacudir la pata porque no es que la estuviera sacudiendo.

Reviso la hora en nuestro teléfono: 20:26. Digo «nuestro teléfono», porque lo usamos ambos. A decir verdad, lo uso más yo para jugar y no aburrirme. Drystan lo compró hace poco, para poder descargar fotos de Willow y anotar cosas importantes en caso de necesitarlo. Dijo que podría usarlo cuando quisiera ya que no tiene clave.

La verdad es que no lo he usado tanto como pienso. En estos días le he contado mi vida entera a Drystan, simplemente porque no puedo cerrar la boca. Él parece no tomarme atención mientras llena su sudoku, pero luego levanta la mirada y me hace preguntas específicas de lo que le estaba contando. Es increíble tener alguien que me escuche y me preste atención. Algunos solo me escuchan y cambian de conversación cuando pueden. Sé que debe ser molesto que un parlanchín como yo esté pegado a ellos, pero siempre trato de llenar los vacíos en las conversaciones. A Drystan no le molesta en absoluto. «Es como escuchar un audiolibro muy interesante», dijo una vez, y no tengo la mínima idea de por qué, pero sentí algo en mi pecho demasiado agobiante.

Me pongo una sudadera limpia, al fin una limpia. Pude comprar otro conjunto de ropa. Los primeros días tuve que usar ropa de Drystan porque yo no tenía. Al principio me negué rotundamente, pero al tener opciones muy limitadas, no tuve elección: o era usar su ropa, o andar desnudo, o usar mi ropa sucia.

—No sé de qué te quejas —me dijo cuando le recalqué que no usaría su ropa—. Los amigos y las parejas comparten ropa. ¿Acaso no lo has hecho con Alice?

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora