Capítulo 20

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—Por lo visto, puedes usar el don.

Reconozco la voz de Verónica y me doy vuelta, poniéndome de pie mientras me limpio las lágrimas. Ella está muy cerca de Drystan, sin un paraguas o algo que la cubra de la lluvia, al igual que el hombre amargado que empuja su silla. Drystan parece no estar en este mundo, pensando en lo que acaba de hacer, tratando de no echarse a llorar o entrar en pánico.

Mi pecho aún duelo por la muerte de Amelia. No es fácil aceptar eso. Y Verónica me sale con otra cosa igual que chocante.

—No sé de qué me hablas —digo al fin, con la voz entrecortada.

—Tú sabes de qué habló —exclama, con la expresión todavía sorprendida—. Iba a leerte cuando nos abrazamos, pero tú lo hiciste primero. Noté cierto cambio en tu cuerpo y entonces supiste la verdad. Lo volví a ver cuando tocaste a Amelia. Tienes visiones del pasado, toda mi familia las tiene.

—¿Debería alegrarme? El don que creía especial es compartido con una familia igual de despreciable con la que viví todo este tiempo.

—Puedo enseñarte a controlarlo a tu gusto.

—No me interesa. —Me acerco a Drystan y poso mi mano en su hombro, despertándolo de la especie de trance en la que está—. Hay que irnos.

Él asiente ligeramente. Me trago mis emociones porque no es favorable llorar en medio de la lluvia. Ya podremos sentirnos culpables y unos monstruos cuando estemos a salvo bajo un techo y podamos compartir el calor.

—Tu madre mató a la suya —suelta Verónica cuando ya avanzamos un poco. Me giro a verla, pero ella sigue mirando al risco—. Danielle participó, lo vi con mi don una vez que ella fue a visitarme. Ella me mintió al decir que solo vio movimientos en la casa de Pilar, pero ella fue partícipe de un asesinato.

—¿Por qué debería creerte?

—No tienes que, pero debes. —El tipo le da vuelta a la silla de ruedas. Verónica extiende sus manos—. Puedo mostrarte lo que extraje de la cabeza de mi hermana. Los objetos están ligados a las personas y a su mente, al valor que les dan. Puedes ver lo siniestro de cada ser humano siempre y cuando posean un objeto al que le den un significado especial.

—¿Cómo sé que no vas a ver mi pasado?

—No lo haré si no quieres.

Pienso un momento. Nada puede ser peor de lo que ya sé. A fin de cuentas, Amelia ya no está, así que nadie más podría decirnos la verdad de ese suceso. Estoy seguro que Danielle no querrá.

Tomo sus manos. No tengo claro desde dónde tengo el punto de vista, supongo que es desde Danielle, pero no de sus ojos, sino de algo cercano a ellos, quizá sus pendientes. Amelia está a un lado con un bate y mi abuela Pilar está retrocediendo con el rostro lleno de pánico. Sus bocas se mueven en discusiones acaloradas; Amelia hace un gesto irritación y golpea a Pilar, una y otra y otra vez. Danielle llama a emergencias cuando salen de la casa. Amelia se lleva consigo una caja de joyas en color café.

Todo acaba para volver a la lluvia. Esa visión me hace que no sienta tanto dolor por Amelia. Merecía un castigo, aunque no creo que la muerte haya sido lo que de verdad haría justicia a las muertes.

No puedo procesar mucho porque salta otra visión del mismo punto de vista. Pilar está con oxígeno en el hospital. Danielle está inyectando algo en el suero. Pasan varios minutos antes de que los monitores indiquen que su corazón se detuvo. Danielle sale de la habitación agitando sus manos y, creo, llamando a los doctores que vienen corriendo.

—¿Eso ha sido todo? —le pregunto, quitando mis manos de las suyas.

—Sí, Kier. Desearía ayudar más. Te deseo suerte con lo que esté ocurriendo. Prometo mantener el silencio.

Un Solo Camino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora