Estoy muerto.
O eso parece. Ya no sé ni en dónde estoy. Por lo menos abro los ojos, lo que es la mejor señal de toda mi vida. Aunque mejor no me ilusiono tanto. Puedo estar abriendo los ojos en la otra vida donde me castigarán por mis malas acciones y yo bien feliz. Lo primero que veo en mi delante son personas vestidas de... blanco.
¡Ay, no! ¡Estoy muerto! Me morí y estoy con los ángeles... o doctores y enfermeros, si me fijo mejor. Olviden el drama que acabo de hacer. ¡Estoy vivo! Y siento todas mis extremidades, cada parte corporal, aunque también un dolor agudo en mi abdomen. Los recuerdos me golpean en ese instante de lo sucedido aquella noche, de cuando Leonardo me apuñaló, de la oscuridad en la que estaba, el no sentir nada.
—Kier.
Me volteo un poco. Veo a Drystan poniéndose de pie de una silla que está al lado de mi camilla. Llama enseguida al personal de salud para que vengan a revisarme, y enseguida regresa para tomar mi mano. En mi antebrazo hay varias intravenosas por las que pasa el suero y sabrá el mundo qué más. Una doctora entra para revisarme por completo, tomando especial atención en mi herida... ¡que está más grave de lo que pensé!
—¿Qué... qué...? —intento preguntar, entrando en pánico por las tantas suturas que hay allí. El dolor se asevera con mis movimientos, por lo que la doctora me sujeta por los hombros y habla con una voz tranquila:
—La puñalada perforó parte de tu intestino. Tuvimos que hacerte cirugía para reparar el daño. Ahora estás sano y salvo, ¿okey?
Asiento, un poco más calmado.
—Es posible que te sientas con sueño —continúa—. Los sedantes que te dieron son algo fuertes y recién está pasando su efecto.
Drystan parece perdido en su propio mundo, casi ni presta atención a lo que pasa en estos momentos. La doctora lo despierta un poco de su ensimismamiento para darle unas instrucciones. También le dice algo a una enfermera antes de salir de la habitación, deseándome una buena recuperación.
La habitación se llena de silencio, uno incómodo porque pasa algo que Drystan no quiere decirme. Me fijo en la hora de un reloj de pared: 18:23. No ha pasado mucho tiempo desde la pelea con Leonardo, o eso creía hasta que veo la fecha en un reloj digital sobre un armario de medicamentos. Dos días ya, dos días que he estado en este hospital. ¿Acaso me dieron un sedante para rinoceronte?
—¿Seguimos en Greentown? —pregunto, en voz baja.
Él solo asiente. Noto en su mirada algo de culpa, como aquellas veces que se recriminaba lo sucedido con Mario. Recuerdo entonces que Leonardo salió corriendo, con su pantalón empapado en sangre luego de los dos disparos que se dieron. ¿Él murió por ellos? ¿Drystan se culpa por su muerte?
—¿Qué sucedió? Estás empezando a preocuparme. ¿Leonardo... él...?
—Escapó. Lo dejé escapar luego de que te hiriera. Yo debí... debí detenerlo..., pero no lo hice y...
—Hey, está bien. —Muevo mi brazo hasta dejarlo en el borde de la cama. Le hago un gesto para que me dé la mano, sin embargo, no me da una respuesta—. Ya no importa.
—No, sí importa. Pude haberlo detenido, desde el primer disparo, pude haberlo detenido... pero me acobardé, incluso cuando estabas en peligro. No quería matarlo..., no podía. Es mi culpa que ahora tú estés en un hospital.
Hago otro intento para que tome mi mano. Él arrastra la silla hasta que está cerca, entrelazando sus dedos tibios a mi mano casi helada. Sus nudillos tienen varios raspones que apenas empiezan a cicatrizar, al igual que algunos en su palma. Mi memoria va recuperándose, y me aclara la parte en la que Leonardo trataba de obligar a Drystan a decidir si matarlo o dejarme morir.
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Un Solo Camino ©
RandomKier Evanson era relativamente feliz con la vida que llevaba, siempre mostrando una personalidad risueña con sus padres, vecinos y novia. Pero la muerte de su hermana Willow volcará todo lo que creía saber de sí mismo y de su familia, especialmente...