Mi extraescolar favorita

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Dentro de unos días teníamos nuestra primera clase extraescolar con Alec. Hope ya partía con algo de ventaja, pero yo era un caso perdido.

Llegamos las primeras del gimnasio — sorprendentemente — y mientras esperamos estuvimos tratando de encestar alguna pelota, pero no conseguimos nada.

Se escuchó un golpe al fondo de la sala — era Alec, — había traído un gran saco con infinidad de pelotas y al vernos se quedó callado, pero se puso el silbato en la boca y nos ignoró, lo mismo hicimos nosotras.

Afortunadamente los demás alumnos no tardaron en llegar — entre ellos, Daegan — y comenzamos antes de lo previsto.

— Cuatro vueltas a las canchas sin parar, tenéis el tiempo contado — silbó con todas sus fuerzas e inmediatamente todos estábamos haciéndole caso.

A la segunda vuelta ya estaba respirando agitadamente con la sensación de que se me iba a salir un pulmón, — se notaba mi falta de ejercicio — pero a pesar de mi cansancio no me detuve — podía sentir la mirada amenazadora de él mirándonos a cada uno, — en cambio Daegan si que lo hizo, — algo de lo que se arrepentiría en muy poco tiempo —.

— ¿Te acerco una botella de agua y una sillita para que descanses? — dijo el profesor cuando se acercó a él.

— No, gracias profesor, pero un poco de ag-

— ¡Mueve el culo chaval! Y haz dos vueltas más que el resto, si te vuelves a parar harás el doble ¿me has entendido? — gritó él y toda la sala se quedó en silencio y solo se oía el chirrido de los zapatos en el suelo y por alguna razón, aumentamos la velocidad.

Lo que imponía respeto cuando Alec hablaba, no era lo que decía, era el tono y la fuerza con lo que lo hacía y eso le ponía los pelos de punta a cualquiera.

No me sentí mal por ese chico, era como una especie de karma por lo que pasó la última vez.

Terminamos respirando como si acabáramos de correr una maratón de varios kilómetros e hicimos unos calentamientos antes de empezar con los ejercicios de verdad.

Luego ya se puso todo más intenso.

Nos dio consejos para encestar a largas distancias y una vez que teníamos algo de conocimiento básico, nos dividieron en dos grupos y para mi desilusión Daegan, — que ya había terminado, — estaba conmigo.

— Tiempo sin vernos ¿eh princesa? — eché a andar hacia la otra parte de la pista, pero él no se quedó atrás.

Estábamos empezando a jugar y la pelota ya estaba en movimiento.

— Vamos a empezar el partido, colócate y deja de molestar. — dije y pareció que mi comentario le hizo gracia.

Corrí hacia el otro campo para quitármelo de encima y centrarme en el deporte. Sin embargo, Alec, que miraba en nuestra dirección parecía que en cualquier momento iba a acercarse e iba a estallar, pero no lo hizo, se limitó a fulminarnos con la mirada.

— Pero no huyas tan rápido, quería hablar contigo — no le estaba escuchando, la pelota venía hacía aquí y fui rápida y la alcancé antes que el otro equipo.

Como Daegan seguía parloteando, tuve la maravillosa idea de callarle de la mejor manera que se me podía ocurrir en ese momento.

— ¡Cógela! — le grité cuando ya se la había lanzado a la cara con todas mis fuerzas.

Por el impacto conseguí que se desequilibrara y cayó al suelo con una marca roja en la cara y un pequeño hilo de sangre cayendo por la nariz.

Estaba esperando la bronca de Alec, pero en lugar de encontrarme con una expresión de enfado, era una de ¿orgullo? No sabía expresar muy bien de que era, pero tenía una sonrisa dibujada en su rostro de oreja a oreja mientras me miraba.

— ¡A ver novato, en mi clase se presta atención, está claro! Levántate y vuelve al juego. — Se acercó a mí y me susurró; — lo has hecho bien.

A lo que le respondí con una sonrisa algo más disimulada, pero aun así llena de satisfacción.

Retomamos todo de nuevo y Daegan parecía muy desconcertado por lo que había pasado, pero aún así tuvo la valentía de volver a insistirme.

— Tienes fuerza, ¿qué más tienes ahí escondido? Por cierto, el profesor es un capullo — sonreí por su comentario, si él supiera

Una pelota que había salido fuera de la pista fue recogida por Alec.

— Sacas tu novato — Daegan miró en esa dirección y no pudo moverse a tiempo, el balón le dió de nuevo en el mismo sitio y esta vez no pude contener mi carcajada. — ¡Utiliza las manos! 

Daegan se puso a un lado de la pista con la cara roja y una lágrima que amenazaba con salir, pero que consiguió retener.

En todo lo que quedaba de clase no volvió a molestar y tampoco se paró en ningún momento.

No todo lo que brilla es oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora