Un viaje a la playa

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Solo quedaba un día más para que cada uno se fuera a donde sea que se tuviera que ir, pero yo seguía sin saber qué hacer. Aún no había hablado con Alec y me estaba poniendo los pelos de punta. Iba derecha a las clases hasta que de un momento a otro, una mano me agarró del brazo y me arrastró hasta un aula.

— Qué susto me has dado — le dije a Alec con el corazón acelerado. — ¿Qué necesitas? Voy tarde.

No dijo nada, solo hurgó en los bolsillos de sus pantalones y sacó dos papeles de un vuelo.

— ¿Qué es esto? — pregunté sin dejar de mirarlos.

— Dos boletos de avión, te vas a venir conmigo estos días, — iba a decirle algo, pero estaba demasiado abrumada — no es debatible.

No supe qué decir, pero lo que hice como respuesta fue tirarme a sus brazos  y estampar mis labios contra los suyos de forma tierna.

— Te recojo mañana en la entrada después del desayuno — afirmé con la cabeza y sin perder más tiempo salimos de allí como si nada hubiera pasado y cada uno se fue por su lado una vez más, solo que ahora cada uno en la mente del otro.

Les había dicho al resto del grupo que iría con unos amigos de la zona cuando en realidad lo iba a pasar con Alec.

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Nada más bajar al comedor al día siguiente, todo era un completo caos, no nos conseguimos poner de acuerdo con los taxis y tardamos bastante en salir.

Estaba empezando a anochecer y el cielo se estaba tornando de color más amarillentos.

Íbamos con un par de horas de adelanto al aeropuerto — el sitio que habíamos reservado estaba lejos de donde estábamos ahora y la ruta más corta era en avión —. Facturamos las maletas y comimos algo antes de subirnos al avión.

Una vez dentro nos colocamos cada una en su sitio y tuve de acompañante a un completo desconocido — la historia se repetía —.

Empezó a retumbar el avión cuando nos estábamos moviendo y me agarré con fuerza a los reposabrazos. Cerré los ojos con fuerza y llevé la cabeza al cabecero esperando que todo terminara rápido, pero esta vez se hizo más largo que la vez anterior.

Me obligué a mi misma a tomármelo con calma y entonces fue cuando le ví. No estaba muy lejos de donde yo estaba, me estaba mirando y cuando por fin nuestras miradas se cruzaron me sonrió para calmarme. Respiré profundamente y el avión empezó a estabilizarse.

Aparte la mirada rebusqué en mi bolso cicles para quitar el tapón de mis oídos.

— ¿Estás bien? — levanté la mirada para ver a Alec de pie a mi lado, colocando un brazo sobre el asiento de delante. Un escalofrío me recorrió la espalda sólo de pensar que todo el resto de alumnos también estaba en el avión, pero tuve que disimular lo mejor que pude.

— Sí, solo me he mareado un poco.

— No te pongas nerviosa. No estaré muy lejos de tí — asentí algo mareada, pero de igual modo sonreí y él volvió a su asiento.

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Llegamos justo a tiempo para cenar y una vez terminados, pedimos las llaves de las habitaciones y Alec — que había decidido hacer notar su dinero — reservó una de las habitaciones más grandes del edificio sin poner una sola mueca.

Traté de conciliar el sueño por la noche pero era imposible, Alec se había ido fuera de la habitación por una reunión de trabajo, así que aproveche y me dirigí hacia la ducha, me quité toda la ropa y me puse una toalla alrededor de mi cuerpo. Encendí la regadera y cuando estaba por entrar la puerta sonó. Resoplé extrañada y sin tardar demasiado la abrí unos centímetros dejando ver lo justo de mí.

— ¿Puedo pasar? — Alec estaba ahí delante de mi puerta luciendo indiferente y le dejé pasar casi de inmediato.

— ¿Todo va bien? — este se sentó en mi cama y estiró los brazos en mi dirección. Fui hasta él y me senté en su rodilla.

— Siento no haber estado ahí para tí cuando me has necesitado. — se refería a lo del avión, al menos eso era lo único que se me venía a la cabeza.

Pasó su mano por detrás de mi oreja apartando así un mechón de pelo.

— No ha sido nada importante. — le besé la frente y este asintió, empecé a  juguetear con su cabello y él acabó sacudiendo su cabeza. — Espérame aquí, me voy a duchar, no tardo — le di un beso corto en los labios y me encaminé al baño, dejé la puerta entornada sabiendo que él podía ver todo por el reflejo del espejo.

Puse la toalla apoyada en el lavabo, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo y me metí debajo del agua que ahora caía caliente.

No todo lo que brilla es oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora